Tuve un pequeño mosqueo durante los días posteriores ya que el que había encontrado el primer libro era yo y aunque había pedido ayuda era mía la iniciativa. Que Ana se hubiera llevado el libro a su casa y lo estuviera leyendo era una cosa que me había evadido de tener que dedicar horas y días en la lectura de este gran libro de amor. La verdad que siempre había oído de él y en clase había escuchado cómo iba todo, pero quería leerlo. Por eso en la siguiente reunión protesté sobre que se hubiera quedado ella con el libro. La respuesta fue que el susodicho libro era de todos y que si quería podríamos votar para decidir lo que íbamos a hacer con él. La verdad que era otra de las cosas que no habíamos pensado. Se llegó a la conclusión de que Ana se quedará con el libro ya que de momento había sido la que había acertado en el primer jeroglífico y estaba gestionando bien el tema de la investigación.
Personalmente le pedí poder leer un poco el citado libro y ella me invitó a su casa a merendar aquel día y me emprestaría el mismo para poderlo leer un rato. Fue una proposición que acepté muy sonriente. La verdad que ante esta cita encubierta yo estaba más contento que unas castañuelas. Me bañé y me vestí lo mejor que pude y ella me recibió muy contenta en presencia de su madre. Me puso un bizcocho con sabor a limón y un colacao. Me dio el libro y empezó a enseñarme las notas y las frases que estaban subrayadas. Luego me dejó que lo cogiera y estuve enfrascado en su lectura por un espacio muy grande. Estaba pasmado. Eran escenas muy fuertes pero muy interesantes. Hasta que la madre nos dijo que ya eran cerca de las diez de la noche y que debía irme ya a casa. Y si quería que le acompañara. Yo me hice el hombrecito y le dije que no. Pero lo más bonito vino al salir cuando se me abrazó y me dio un beso en los labios. Me quedé perplejo, inmóvil, sin saber que decir o que hacer. Y me fui para mi casa súper contento y muy sorprendido. Al día siguiente en clase seguimos como siempre y quedamos todos otra vez en los jardines. Allí Ana volvió a tener la iniciativa y propuso devolver el libro y ponerlo en el mismo lugar donde lo encontró ella. Y también dejar al mismo espía para saber si era el mismo el que lo pudiera recoger. Y así lo hicimos.
También fue Ana quien lo dejó en el lugar donde lo encontró. Recuerdo en la zona alta que es la fachada de la Iglesia de San Francisco, escalera más cercana a la Delegación del Gobierno, justo en el banco que había a la izquierda. Nuestro espía confirmó que era el mismo chaval que había cogido el libro en la Plaza de África. Luego pensamos todos que había otro grupo que estaba también escudriñando el mismo misterio que nosotros. Estuvimos debatiendo si formar un grupo más numeroso para tener más asesores para los posteriores días que nos vendrían encima en el futuro. Pero no quisimos que nadie más entrará en nuestra pandilla. Yo lo único que hacía era mirar a Ana por si acaso me volvía a invitar. Aunque lo lógico ahora era que yo la invitara a mi casa, pero tenía que preparar la sorpresa a mi madre. Creo que no le importaría pero me haría seguro muchas preguntas. Nunca había invitado a ninguna chica a casa. En la siguiente reunión propusimos ir a buscar la siguiente pista en el lugar donde propuso Ana en el Paseo de las Palmeras. Está vez decidimos ir todos juntos y en lugares concretos ir unos cuantos. Recuerdo que este paseo empezaba desde la lonja hasta el foso. Ya que era una zona donde estaba un espigón para los barcos de pesca y luego todo era playa. Es decir los cuatro carriles y los amarres del CAS no existían. Había una acera ancha y estaba adornada por palmeras y una carretera. Por eso le llamaban El paseo de las Palmeras. Había puestos donde hacían las garrapiñadas en directo y en época de castañas también se hacían y vendían allí. En mitad de la zona había unos baños públicos que estaban en un subterráneo. Allí siempre había gente para la limpieza de los urinarios. Cosa que hoy en día no se ve por ahí. Eran empleados del Ayuntamiento.
Buscamos por las murallas en las que nos dimos cuenta habían ladrillos que se habían caído por culpa del tiempo y las olas que rompían por aquellos entonces. Buscamos incluso en las palmeras. Pero fue al bajar a hacer pipí uno de nuestros amigos cuando casi descompuesto nos hizo una señal. Y todos nos acercamos y casi lo rodeados y casi sin poder hablar nos emplazó a irnos del lugar.