Cuando aquella guía polaca condujo a Adalberto y familia por una visita en Varsovia, la realidad ciudadana quedó al descubierto a través de la convivencia de un día. Después de zafarse del yugo soviético y entrar en la Unión Europea, la capital se había modernizado y el ambiente era el de cualquier ciudad occidental. El visitante tiene la impresión de encontrarse en un lugar sin historia, porque la mayoría de los edificios son modernos tras la sistemática destrucción llevada a cabo por los alemanes en la última guerra. Sin embargo, allí se habla de los nazis, no de los alemanes, para distinguir a los malos de los buenos que ahora se han convertido en mecenas y proveedores.
El país ha sufrido tanto, víctima de las agresiones de unos y la traición de otros, que se tiene bien ganada la paz que respira ahora. El Museo del Levantamiento habla del postrer sacrificio, antes de caer tras el telón de acero. Una rebelión de última hora contra los ocupantes que fue ahogada en sangre sin que los aliados, singularmente los rusos, acudieran en auxilio de la ciudad mártir. Después vendrían años de influencia soviética y de un régimen comunista que terminó cuando coincidieron en el mundo figuras tan relevantes como Juan XXIII, Walesa, Thatcher, Reagan, Gorbachov y otros.
Adalberto Pérez estuvo toda la mañana oyendo las explicaciones de la guía polaca y, durante la pausa del almuerzo frente a un magnífico palacio, le preguntó si se vivía mejor con la democracia o el comunismo. Fue una pregunta tonta, de la que nuestro hombre esperaba una respuesta tajante y rotunda que él había predicho en su fuero interno. La guía titubeó, hizo un gesto como si le costara trabajo dar su opinión y en el correcto español que hablaba, dijo que ella –y su familia, añadió- vivían mejor con el régimen comunista.
Se quedó estupefacto. Influido por la propaganda occidental y desconociendo el grado exacto de opresión que soportó Polonia en los últimos años de influencia soviética, trató de tranquilizarse. Preguntó entonces a la guía la razón de esa categórica respuesta. Susana que así se llamaba la polaca, contestó con una frase tan corta como contundente. “Es que prefiero comer cada día a tener libertad”. Cuando ella observó el gesto de asombro del español, añadió que antes, había poca variedad y cantidad, pero comíamos todos cada día. Ahora las tiendas están llenas de cosas magníficas, pero no tenemos dinero para comprarlas. Antes, todos disponíamos al menos un modesto trabajo mal pagado, ahora no tenemos trabajo. Antes teníamos, por cuenta del Estado, unas modestas habitaciones con servicios compartidos, ahora vivimos en sitios similares y pagamos alquileres imposibles de afrontar….
El hombre corriente que era Adalberto la cortó preguntándole por Lech Walesa al que consideraba un héroe nacional para, de esa forma, terminar de forma positiva la conversación. La joven polaca frunció el ceño y dijo que el sindicalista con su organización Solidarnosc, consiguió derribar al antiguo régimen con las huelgas y oposición radical pero, de paso, se cargó la industria pesada polaca y en especial la de astilleros.
El ceutí no salía de su asombro. O contrató a una guía comunista radical o, simplemente, existían al menos dos enfoques de la integración de Polonia en la Unión Europea.
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