Opinión

Liberalismo, España, Coherencia (I)

Las libertades las tenemos dentro de nosotros mismos; no son graciosas concesiones de las leyes.

Ángel Ganivet

A lo largo de este artículo nos vamos a preguntar si existe un Liberalismo en España, y lo haremos en dos sentidos: si la sociedad española está compuesta por una mayoría de individuos de ideología liberal, y si existen o han existido partidos políticos coherentemente liberales en sus programas y posicionamientos. Pero lo primero es saber de qué estamos hablando.

Si miramos la definición de “Liberalismo” en la RAE nos encontramos con dos acepciones:

1. “Actitud que propugna la libertad y la tolerancia en la vida de una sociedad”. 2. “Doctrina política que postula la libertad individual y social en lo político y la iniciativa privada en lo económico y cultural, limitando en estos terrenos la intervención del Estado y de los poderes públicos”. Nosotros le daremos vuelta, hoy, a la segunda definición.

Empecemos por el principio. “Doctrina” apela a un conjunto de ideas u opiniones que alguien defiende, y a una enseñanza para instruir a alguien, además de a unas normas, una reglas dentro de un ámbito, como el científico o el religioso. El Liberalismo propugna establecer la libertad como el valor central de todos los perseguidos por el ser humano, y lo hace estableciendo que el corazón de la práctica libre está en los individuos, no en las sociedades. Ninguna sociedad, tampoco a través de su gobierno, ha de imponer a ninguna persona lo que debe hacer, decir o pensar, puesto que estos representan obstáculos en el libre camino de un individuo desde y hacia su autonomía. Aquí algo llama la atención: a pesar de ser una doctrina, el Liberalismo no puede ser doctrinario ni puede pretender adoctrinar a nadie excepto en una cosa: nada ni nadie tiene derecho a imponer nada, excepto la libertad. De hacer, de decir, de pensar lo que uno desee.

El Liberalismo político tiene como referentes a filósofos como John Locke, Jeremy Bentham o J.S. Mill, cuyo libro Sobre la libertad es altamente recomendado por otro filósofo liberal, esta vez español y contemporáneo, como es Fernando Savater. Podríamos resumir (mucho) diciendo que solo limita la libertad de un individuo a la libertad de los demás: eres libre si no quebrantas la libertad de otra persona. Sigue la religión que desees siempre y cuando esa religión no promueva la eliminación de otras religiones. Sigue el precepto moral que mejor te convenga mientras no elimine las preferencias morales de otros. Puedes decir y hacer lo que piensas en tanto que tus pensamientos respetan lo que dicen y hacen otras personas.

Aquí mismo se sitúa el Liberalismo cultural, por ejemplo con respecto al arte, de ahí que se oponga a las subvenciones públicas a la cultura (que pueden estar disfrazadas de ideología) y defienda la iniciativa privada. Vemos cómo en el corazón liberal está presente, bombeando, la defensa explícita del pluralismo. Dado que no hay una forma única de entender un proyecto de vida, dejemos hacer a cada cual lo que más considere oportuno.

Este “dejar hacer” (el famoso laissez-faire pronunciado ya en el siglo XVIII por Vincent de Gournay) es también la base del Liberalismo económico, cuyo primer máximo representante fue Adam Smith. Aunque no nos vamos a extender hoy en esto, es importante reflejar que, en economía, aquello que funciona y hace sostenible y próspera a una sociedad es la iniciativa privada de sus ciudadanos, no unos planes económicos organizados y ejecutados por el Estado o cualquier organismo público, cuyo papel, entonces, se limita a no intervenir. Es la célebre frase aquella de que el mercado se autorregula solo, bajo la ley de la oferta y la demanda.

Respecto al Liberalismo político, es importante aclarar que entiende que una sociedad está compuesta, primero, por sus individuos, que son, ontológicamente, anteriores a aquella. Estos individuos disponen, por su propia naturaleza racional, de unos derechos básicos como son el de la vida (nadie tiene derecho a arrebatarte tu propia vida) y la integridad, el derecho a decidir quién quieres ser y qué deseas hacer, la igualdad (ante la ley, sin privilegios de ningún tipo), y la propiedad privada (puesto que uno debe alimentarse, debe tener derecho a procurarse alimento como mejor lo considere). Cuando estos individuos, por propia voluntad y libremente, deciden hacer un pacto de unión para formar una sociedad, esto es, un Estado, encomiendan al gobierno una tarea esencial: garantizar la continuidad de sus derechos naturales pero, ahora ya, en común. De ahí que la intervención estatal haya de ser mínima. El Estado no debe ser un obstáculo para el desarrollo pleno de los individuos que lo componen; y, si lo fuera, persiste el derecho de rebelión puesto que no está cumpliendo con su cometido. Se defiende el pacto de unión, pero no de sumisión. Así pues, cuando el pacto se rompe, se ha de elegir un nuevo gobierno que respete las condiciones originales del mismo.

Es por ello que el Liberalismo queda íntimamente asociado, explícitamente, a un sistema político democrático. Las opciones son múltiples. Se elige y, si no nos sirve, se vuelve a elegir. Y con la democracia, así entendida, nos encontramos consecuentemente con la deliberación, que implica racionalidad en la toma de decisiones, la argumentación de pros y contras y, finalmente, con la tolerancia, lo que nos lleva a la primera acepción que nos proporciona la RAE. Todavía más: el resultado de la elección racional ha de ser respetado también por aquellos que hubieran tomado otra decisión de la acordada.

Es cierto que tal prioridad ontológica del individuo sobre la sociedad arrastra consigo algunos problemas. En primer lugar, como nos recuerdan la antropología y la sociología actuales, no existe un previo individuo sin sociedad, más bien al contrario. Es la sociedad en la que una persona se desarrolla la que le capacita para ejercer, a posteriori, la autonomía individual que el Liberalismo defiende. Podríamos echar mano de los casos mal llamados de “niños salvajes”, es decir, los casos conocidos de niños y niñas criados en sociedades animales, no humanas, cuya posterior inmersión “humanizadora” ha sido siempre un rotundo fracaso. Aquellos factores que nos hacen decididamente humanos, sean estos los que sean, se generan y mantienen a partir de un inicio en sociedades humanas. En segundo lugar, podría preguntarse qué ocurre con aquellos ciudadanos de un Estado que no han formado parte de ese pacto original de unión: ¿deben también someterse a sus reglas? La tradición liberal afirma que, si un individuo permanece en su país de origen, acepta implícitamente esas reglas pactadas, si no, siempre tiene la puerta abierta para marcharse a otro país que se acomode a sus pretensiones. Parecería que los liberales, para ser coherentes, deberían considerar un mundo, literalmente, sin fronteras. Sin fronteras para el intercambio monetario (mercado libre) pero también para la libre circulación de los ciudadanos de todo el mundo. ¿Inmigración libre?

En las últimas décadas, esta doctrina que no adoctrina, que establece como valor único sagrado la libertad, que entiende la justicia como igualdad formal ante la ley, pero que deja de lado la concepción de que existe una verdad universal y niega que nadie la represente bajo ningún pretexto, ha incrementado su esfera de poder en el mundo y ha profundizado en sus tesis básicas actualizándolas. Autores como Friedrich Hayek (Camino de servidumbre) o Robert Nozick (y su fantástico Anarquía, Estado y utopía) fueron la base de las políticas de Ronald Reagan en Estados Unidos y de Margaret Thatcher en Reino Unido en los años 80 del pasado siglo. Así como muchas de las decisiones de los expresidentes Felipe González y José María Aznar en España. Esto, en los últimos años, no ha dejado de aumentar hasta el punto de que algunos de sus postulados, especialmente aquel que afirma que el el mercado se regula solo, han dejado de ser considerados opciones para ser tratados como leyes naturales inevitables. Es aquí donde se enmarca el llamado neoliberalismo en Europa y libertarism en Estados Unidos.

En diálogo con lo aquí expuesto, nos preguntamos qué hay de liberal en España, en tanto que doctrina política y cultural. ¿Somos liberales, usted y yo? ¿Tenemos partidos políticos liberales relevantes en España?

Rubén de Vera Gómez

Licenciado en filosofía por la universidad de Granada, actualmente ocupa su tiempo bailando swing, practicando yoga y enseñando a filosofar en un instituto de secundaria en Málaga.

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