No es el título de una película recientemente estrenada, sino la triste realidad para cientos de usuarios en nuestra ciudad y, no me cabe duda, de millones de usuarios en todo el territorio nacional. En vigor desde el 1 de enero de 2007, esta ley fue impulsada por el ex-presidente Jose Luis Rodríguez Zapatero para regular el conjunto de servicios y prestaciones destinados a la promoción de la autonomía personal, así como a la protección y atención a las personas, a través de servicios públicos y privados concertados debidamente acreditados. Evidentemente, si ya metemos a los servicios privados en la ecuación, esta da a menudo como resultado la creación de un nuevo chiringuito para que los amigos de turno del poder ganen dinero con las necesidades del ciudadano, con empresas que no satisfacen adecuadamente los fines para los que la ley fue creada. Otra ley para que los listos se llenen los bolsillos. El dinero de nuestros impuestos para ellos y las lágrimas, para nosotros.
Lentitud en el establecimiento del servicio, descoordinación palmaria, poca profesionalidad en los operarios, cambios de horario que no se notifican, días en los que no viene nadie y no se notifica, cambios continuos en las personas que vienen a bañar a la persona dependiente, cuando todos sabemos que la gente mayor lleva muy mal los cambios y les cuesta confiar en personas extrañas, más cuando sufren de deterioro cognitivo, como es el caso de mi madre. Este es el día a día de los usuarios de la ley de dependencia. Pregunten, pregunten. Lo sé bien. No solo no palian las necesidades de los usuarios y de nosotros, los cuidadores, si no que los agrava, hasta tal punto que muchas veces parece que somos nosotros los que le tenemos que ponerles las cosas fáciles, cuando debería ser al revés.
Llevamos intentando obtener plaza en residencia para mi madre varios meses, otro infierno. No hay plazas, trámites en el juzgado eternos, burocracia absurda. Uno ve con impotencia que para la gente que no cuenta con recursos, el destino al que se enfrenta es ver a nuestras madres y padres agonizando precariamente en una cama como perros, en pleno siglo XXI y en un país de la Unión Europea. De hecho, así ocurrió con mi padre enfermo de Alzheimer, que en gloria esté. Una cáscara vacía en cama, un cadáver viviente que murió mientras yo movía papeles de aquí para allá desesperadamente.
Si tuviéramos dinero, créanme que no soportaría más desprecios, desplantes, ninguneos, ni aguantaría a ineptos y chupatintas, pero por desgracia una familia trabajadora, humilde, es solo un número, una estadística. El objeto de una estafa.
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