Opinión

Lepanto: la colisión de dos imperios, dos culturas y dos religiones (y II)

Al hilo del pasaje que antecede a este texto, abordando la imparable marea expansionista de los anatolios que imperaron insistentemente desde in illo tempore, hasta toparse con una hiriente humillación en la ‘Batalla de Lepanto’ y eclipsarse el paradigma blindado de su imbatibilidad, concluye la segunda fase de la ‘Guerra de Chipre’ y emergen las operaciones navales ejecutadas en la segunda etapa de la conquista de la Isla.
Inmediatamente a la frustración de Malta, era obvio presuponer, que el Sultán Selim II (1524-1574) constituiría otra facción para tomar Chipre, el segundo punto estratégico más valioso del Mare Nostrum. De hecho, a finales de 1566, en Constantinopla comenzó a hablarse sobre la hipotética expedición al país Insular Oriental.
En idéntica sintonía, los Nuncios Papales apostados en Venecia, ya habían informado a la Santa Sede de las indagaciones que sobre esta cuestión llegaban a cuentagotas desde la capital otomana. De esta forma, se corrobora que los países del Viejo Continente estaban a la expectativa y que de un momento a otro, la ‘Armada Otomana’ irrumpiría en la ocupación de Chipre.
Pero, a pesar de ello, los tientos y reservas para contrarrestar la agresión u otros factores afines, no siempre rozaron el oportunismo y la adecuación pertinente. Mientras, el Estado de Venecia, el más interesado ante lo que habría de desatarse, operaba lentamente; quizás, convencido de sus antiguos tratos con el Sultán. Lo cierto es, que para los turcos Chipre aglutinaba beneficios estratégicos que Malta no poseía: se encontraba a 750 millas de Constantinopla y próxima al litoral Sur de Asia Menor.
En cambio, Venecia se hallaba a 1.300 millas de Chipre y Mesina, poco más o menos, a 1.000. Paralelamente, estaba cerca de las bases turcas y no planteaba obstáculo alguno desde la perspectiva logística.
Era clarividente, que una vez invadido Chipre, se convertiría en una importante palanca con la que apuntalar los recursos logísticos de las guerras sostenidas en territorios como Egipto, Palestina o Arabia. Conjuntamente, la incautación de la Isla haría imponer un dominio incondicional del Mediterráneo Oriental y del comercio con el Levante.
El propósito de los turcos se sustentaba en la cesión de la Isla por vía diplomática. Para tales resultados, Kubat Cavus, en calidad de embajador se desplazó a Venecia al objeto de negociar la materia. Ya, el 28/III/1570, aproximándonos al desenlace de la ‘Batalla de Lepanto’, el representante turco presentaba al Senado de Venecia el ultimátum para la entrega de la Isla en forma de concesión. Evidentemente, la réplica no se hizo esperar con la negativa inflexible y, evidentemente, aquello constituía la declaración de guerra inmediata.

“Para los actores que trascienden en estas aguas continentales del Mare Nostrum, se erigen en un abismo inanimado o neutral, porque ahora el tablero de ajedrez por la dominación mundial se reubica en el Océano Atlántico”

Sondeando algunos de los precedentes elementales y manejados por los turcos para la entrega urgente de Chipre, hay que referirse, que la Isla era aprovechada por los corsarios y contrabandistas para el tráfico y las comunicaciones existentes entre Constantinopla y Alejandría en Egipto, que al mismo tiempo, se veían interceptadas y obstruidas por movimientos encubiertos.
Definitivamente, el asunto se planteó ante la más alta autoridad religiosa del ‘Imperio Otomano’, el Seyhülislam Ebussuud Efendi (1490-1574), jurista de la Escuela Hanafi y exégeta del Corán, quien indicó que observando la Ley Musulmana, era preciso y necesario derogar el ‘Tratado de Paz’, si en ello se entrevía gran provecho en su ruptura. Así, la ‘Guerra de Chipre’ gravitaba a la sombra de una cruzada contra los infieles, autores de daños a los musulmanes. A todo esto, las instrucciones navales para el asalto final a Chipre se había iniciado a mediados del mes de marzo.
Primero, la escuadra de 25 galeras que se encamina a Rodas al mando de Murat Reis (1534-1609); segundo, el diecisiete de abril, Piali Pasha (1515-1578), configura el otro grupo de la marina con 65 galeras y 30 navíos; y tercero, el 16 de mayo, zarpa de la capital otomana el racimo principal de embarcaciones, bajo la dirección del Almirante de la ‘Flota Imperial’, Müezzinzade Ali Pasa (¿?-1571), junto al que se atina el Comandante en Jefe, Lala Kara Mustafa Pasa (1500-1580).
Con todo, las partidas se ensamblan al convoy el 2 y 4 de junio, respectivamente, y en la jornada del 10 alcanzan el puerto de Finike, al Oeste de la Ciudad de Antalya, para el embarque de las tropas otomanas.
Posteriormente, el 2 de julio la Armada toca el puerto de Limasol, en la costa Sur de Chipre, y el día 4 se da por comenzado el desembarque. Subsiguientemente, el 22 se trasladan las tropas desde el Sur de Anatolia, también llamada Asia Menor, bañada al Norte por las aguas del Mar Negro y al Sur y al Oeste por el Mediterráneo.
Era indiscutible y sin vuelta atrás, acababa de abordarse la arremetida a Chipre y con ello su conquista, sin que los venecianos lo hubiesen impedido. Todo se precipita a toda brida y el 8 de agosto, la ‘Armada Española’ conforme arriba en Mesina, al Noreste de Sicilia, desatraca lo antes posible y ya el 31, ancla en Candía, nombre antiguo de la Isla de Creta, junto a la ‘Flota Papal’, con la intención de unirse a los venecianos.
Comprendido el 9 de septiembre, jornada en que Nicosia cae en manos turcas, la ‘Flota Aliada’ deja Suda con dirección a Chipre; entretanto el recorrido otomano se prolonga al Este de la Isla, en concreto, a Famagusta. En este contexto, Marco Antonio Colonna (1535-1584), Capitán General de la ‘Armada Pontificia’ del Papa Pío V (1504-1572) y, pocos meses más tarde, elegido por la Liga Santa, como Capitán General de la Armada dirigida por D. Juan de Austria (1547-1578), llama a un Consejo de Guerra, pero ninguna decisión termina adoptándose.
Por otro lado, las ‘Fuerzas Otomanas’ disponen su retorno a Constantinopla para pasar el invierno y, ya, el 12 de diciembre, se localiza en el Cuerno de Oro, un histórico estuario a la entrada del Estrecho del Bósforo.
Alcanzado el año 1571, preámbulo de la ‘Batalla de Lepanto’, comienzan las maniobras de refuerzo para los combatientes de Chipre. El 26 de enero el grupo de galeras de Nápoles y Venecia comandado por Marco Quirini, atraca en Famagusta y procede al desembarco de materiales y abastos, permaneciendo en Chipre hasta el 16 de febrero.
Igualmente, Müezzinzade Ali Pasa se dirige con su escuadrilla desde Constantinopla para completar los planes y fijar la ocupación de Chipre. Simultáneamente, se adecuan varias medidas dispuestas para el control de averiguaciones sobre la escuadra aliada, concernientes con las acciones para la protección de la Isla. A la par, se remiten los decretos correspondientes a la dotación de soldados, armas, municiones, víveres y medios materiales consignados a todos los efectos, para nutrir las intervenciones previstas.

“Hubo un lapso en aquel mutismo metafísico aflorado con un reporte incipiente, que a todas luces, exigía una crítica a aquella minusvalía política y militar”

En los meses sucesivos se procede al reparto de las Tropas y en un aviso llevado al Almirante de la ‘Escuadra Kapudan Derya’, se reitera el deber perentorio de incorporar más recursos para fortalecer la flota, así como integrar la suma de 30.000 hombres para ser asignados en 200 galeras en número de 150. Al unísono, desde Bosnia, se notifican las celeridades de la ‘Escuadra Veneciana’ en los entornos de Corfú.
Para ser más riguroso en los antecedentes: primero, Al Cadí de Ahyolu, se le avisa de las previsiones a tomar en el transbordo de embarcaciones y equipos a Constantinopla; segundo, al Cadí de Varna, se le previene de las pautas para la distribución de remeros y velas de las galeras que allí se confeccionan; tercero, al Bey de Mora, se le encomienda la tarea de poner al corriente a las autoridades de estar en estado de alerta; y, cuarto, al Gobernador Militar de Argelia se le facilitan las normas para reemplazar algunas de las carencias en la embarcación del Almirante.
En esta vorágine de afanes y pretensiones, en el mes de marzo se contempla una auténtica carrera de suministro por parte de la ‘Armada Otomana’, lo que conjetura que los mandos turcos estudien en profundidad la coyuntura de un gran ataque de las ‘Fuerzas Aliadas’.
A todo ello, el ‘Contingente Veneciano’ recayó en el Comandante D. Sebastiano Venier (1496-1578), que en abril había explorado los litorales del Adriático sin materializar operaciones de envergadura. Por último, el 25 de mayo se anuncia entre el Papa Pío V, D. Felipe II y la República de Venecia y de acuerdo con el Artículo primero de capitulación de la ‘Liga Santa’, que “la alianza pasaba a ser Perpetua, defensiva para todos los estados firmantes y aquellos que participaran en la Liga; como también ofensiva, para invasión y destrucción de turcos de tierra y mar, comprendiendo igualmente Trípoli, Túnez y Argel y la Ciudad de Libia que vive bajo su protección”.
Tras dilatarse en demasía las negociaciones, por fin, el Pontífice, los españoles y los venecianos se pronuncian en la que iba a ser la ‘Décimo Tercera Liga Santa’, con carácter de verdadera cruzada para el restablecimiento de Chipre. Si bien, para los turcos, la naturaleza de cruzada llevaba implícita desde tiempo atrás, hasta refundirse en lo que después desembocaría en la ‘Batalla de Lepanto’.
En un informe despachado a Müezzinzade Ali Pasa, se aprecia el raciocinio que predomina en el engranaje de la conflagración. Desde este instante, el embate de imperios, culturas y religiones adquiere el signo de ‘Guerra Santa’, entrando en un curso de extremada ignición y rebeldía en los dos bandos. Las incursiones otomanas se propinan a partir de junio con el acometimiento a la Isla de Candía. Enseguida se enfilan al Adriático, arrasando Zante y Cefalonia; el 25 de julio comparecen en Corfú; en agosto desmantelan la costa y las Islas Dálmatas, apropiándose de Curzola, Antivari, Sopoto, Lesina y Dulcigno. De suponer, que en Ragusa, estaban al tanto de los objetivos de la ‘Armada Cristiana’, por lo que desistieron a los hostigamientos de Cataro.
Aproximándome a lo que estaría por acontecer para acabar con la piratería berberisca, desbordada por una turba depravada de turbantes al amparo de la bandera verde con la temible media luna, el 14 de septiembre acometen Parga y dos días más tarde, en tanto las ‘Fuerzas Aliadas’ dejan Mesina transportando a la élite de la Infantería de la época, quiénes no podían ser otros que los ‘Tercios’, los turcos abandonan Preveza y se dirigen a ‘Lepanto’ aguardando las directrices de Constantinopla, donde el planteamiento estratégico fracasa y deja al descubierto las muchas arrogancias.
Era incontestable, el 1 de agosto, Famagusta queda a merced de los turcos, rematándose con el asedio de Chipre. Ya, el 16 de septiembre, la flota guiada por D. Juan Andrea Doria (1539-1606) deja Mesina y coge rumbo a Corfú, consiguiendo su meta en la jornada del día 27.
Al tiempo que la ‘Escuadra Otomana’ yace fondeada en la bahía de ‘Lepanto’, se tiene noticias que la ‘Armada Cristiana’ avanza para concretar el ataque. Hubo un lapso en aquel mutismo metafísico surgido con un reporte incipiente, que a todas luces, exigía una crítica a aquella minusvalía política y militar; el entumecimiento se abortó con un Consejo de Guerra en el que concurrieron el Comandante Pertev Pasa, el Almirante Müezzinzade Ali Pasa, el Gobernador de Argelia Uluc Ali Pasa y de Trípoli Cafer Pasa y el hijo de Barbarroja, Hasan Pasa, más 15 componentes de las Subdivisiones Administrativas del Imperio y algunos Altos Oficiales.
A primera vista, había serias discrepancias a la hora de afrontar el escenario bélico: algunos opinaban que tras seis meses de estrategias en los mares, no era oportuno presentar batalla; otros, coincidían en la escasez de remeros y en la cantidad de timariotas vinculados a los sanjacados que renunciaron a su encargo; e incluso, se reiteraba en la necesidad de mantenerse en ‘Lepanto’ y arremeter directamente, en caso de ser provocados. Pero, el Almirante Müezzinzade Ali Pasa instó a obedecer el mandato dado de Constantinopla, sea cual fuese la realidad.
La madrugada del 6 al 7 de octubre, la ‘Armada Aliada’ atraviesa el flanco Norte del Golfo de Lepanto, en su arrojo conociendo los múltiples horrores cometidos por la severidad turca y que Famagusta había sucumbido estrepitosamente. De por sí, el comunicado de las atrocidades enemigas cayó como un jarro de agua fría para la tripulación, fundamentalmente, para los venecianos.
Ciñéndome sucintamente en el combate, la cuantificación de fuerzas contendientes crea divergencias entre los autores europeos y otomanos. No así, el denominador común que encaja en la mayoría de autores e historiadores refieren: primero, la ‘Armada de la Santa Liga’ se acomodó con 86.000 hombres más 227 galeras, 6 galeazas, 76 fragatas o bergantines y 1.815 cañones , y segundo, la ‘Armada Otomana’, se dispuso de 88.000 hombres más 210 galeras, 87 galeotas y fustas y 750 cañones. Idénticamente se deriva al analizar el balance de fallecidos y bajas.
En lo que atañe a la ‘Armada de la Santa Liga’, podemos hablar de 10.000 muertos y 8.000 heridos, muchos de ellos en condiciones críticas, con 13 galeras hundidas o quemadas; en lo que respecta a la ‘Armada Otomana’, 40.000 muertos, entre ellos, el Almirante Müezzinzade y 8.000 cautivos, más 200 galeras desplomadas, incendiadas o apresadas, y de todo en su conjunto, 12.000 prisioneros cristianos puestos en libertad. No es necesario apuntar que la ofensiva se definió por su ferocidad.
En la acción frontal, las naves gobernadas por D. Juan de Austria de dotes asombrosos y en su alarde de capacidad innata que dejaba descolocados a sus adversarios, se ordenaba en vanguardia con las galeazas robustamente artilladas; en la retaguardia D. Álvaro de Bazán y Guzmán (1526-1588), presto a desenvolverse donde se le demandara y maximizando los recursos que disponía. Amén, que en el costado izquierdo resuelto por D. Agostino Barbarigo (1518-1571), se arrimó a tierra para sortear su envolvimiento; y el ala derecha servida por D. Juan Andrea Doria, se desplegó al Sur para encarar el extremo izquierdo turco encabezado por Uluj Alí (1519-1587).
Únicamente, Uluc Ali Pasa, consiguió preservar una treintena de flotas y con ellas y otras rescatadas en el Archipiélago, agrupó 87 naves con las que en diciembre llegaría a Constantinopla, recibiendo todo tipo de distinciones y seguidamente propuesto como Almirante.
Es más, mediante la aprobación de un decreto, su nombre ‘Uluc’ que significa ‘Bárbaro’, se sustituyó por ‘Kilic’, o lo que es igual, ‘Espada’. Sin inmiscuir, que Pertev Pasa y otros oficiales, por las servidumbres en la derrota se les castigó duramente con la degradación, apropiación de bienes y reclusión.
Cabe recordar, los elementos que favorecieron el desgaste de la ‘Armada Otomana’. El más elocuente, la etapa excesiva de los ejercicios que causó el cansancio en su personal. Realmente, las ejecuciones en el Mar Adriático en los meses anteriores a ‘Lepanto’, se puntualizan como una ‘Guerra de Guerrillas’, que extrajo la extenuación en las fuerzas y consumió los racionamientos de la ‘Armada Otomana’, continuamente con armas de fuego individual y más encarada a los arcos, ballestas y alfanjes; los jenízaros se manejaban con mosquetería, pero eran menor en su eficacia y precisión del tiro.
Además, la irrisoria tenacidad hallada en la marcha de los diversos saqueamientos y acometidas, ocasionó la subestimación en las energías turcas. A ello ha de añadirse, la evolución de la estación invernal, haciendo entrever que los cristianos renunciarían a la tentativa de la irrupción.
Mismamente, la deserción de corsarios pasó factura en la cuantía de los bogantes y soldados, condenándolo a un desconcierto en la disposición de las escuadras, con la consiguiente redistribución de los individuos. Consecuentemente, la ‘Batalla de Lepanto’ ilustrada como una gran victoria para el ‘Imperio Hispánico’, impidió el dominio del Mar Mediterráneo por el ‘Temible Turco’. En el contorno de las derivaciones, los empeños de la ‘Santa Liga’ no pasaron de ser más que meros amagos, fruto de la efervescencia del momento.
La recompensa más inmediata en el plano material se circunscribe poco más que a un centenar de navíos y cañones, más los rehenes anteriormente mencionados distribuidos entre el Papa, Venecia y España. Toda vez, que Chipre, el quid de fondo, queda en propiedad de los turcos.
Asimismo, los intereses de los estados envueltos en esta coalición y la defunción del Papa Pío V, de la noche a la mañana hacen transmutar este contexto, llamado a ser solventado por otros procedimientos y con las posibilidades a su alcance. Mientras, cada benefactor se dedica a sus alicientes y por encima de los ideales simbolizados en la cruzada.
En otras palabras: España se apea del Mediterráneo Oriental, dedicándose a Argelia y Túnez, aunque los logros no son tan manifiestos cómo se creen. Y el Gobierno de Venecia obsesionado por el Levante, trata de llevar a buen puerto la negociación de paz con el Sultán.
La resultante más clara que desenmascara la ‘Batalla de Lepanto’, es su imponente influjo anímico y moral de los combatientes, que atrapa la fábula de invencibilidad otomana, como un lastre remolcado en el siglo XVI. Los triunfos cosechados por los otomanos sustentaron y engrandecieron este mito. Desde entonces, la ‘Cristiandad’ se libera del inquebrantable pánico al ‘Turco’, tomando conciencia de la enorme repercusión de esta victoria.
Finalmente, como se ha contemplado en esta disertación, los avatares en el orden político y económico trenzados con posterioridad a ‘Lepanto’, no son en sí el destello del rastro de esta hostilidad, sino que sus orígenes han de sondearse fuera del Mediterráneo; en concreto, en el cuadro que trazan los giros políticos y económicos internacionales. Y es que, para los actores que trascienden, estas aguas continentales se erigen en un abismo inanimado o neutral, porque ahora el tablero de ajedrez por la dominación mundial se reubica en el Océano Atlántico.

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