Nadie puede negar que soy una persona física, y quienes me conocen saben que soy, además, jurista, pensionista y mutualista, papista, columnista de este diario y, en mis tiempos de deportista, futbolista, baloncestista y tenista. Para mi orgullo, por añadidura, soy caballa y patriota. Es posible, además, que haya quienes, después de leer este artículo, me califiquen erróneamente de “machista”, cuando ya hace mucho tiempo (este año, si Dios quiere, celebraremos nuestras Bodas de Oro) elegí compartir mi vida con una mujer, a la que quiero, respeto y admiro, pues no sabe estar mano sobre mano y siempre está dispuesta a hacer lo que sea por los demás.
En los tiempos recientes viene desarrollándose la teoría de que existe una especie de “sexismo lingüistico”, que debe ser combatido en el sentido de hacer sistemáticamente explícita la relación entre género y sexo, de tal modo que se considera sexista cualquier manifestación, oral o escrita, que no siga tal directriz. Hay que garantizar la visibilidad de la mujer, dicen los defensores de esta teoría, quienes, para ello, llegan a hablar de “los miembros y miembras” de los órganos colegiados, como llegó a hacer la ya ex-Ministra Bibiana Aido, o inventan aquel “jóvenas” de Carmen Romero, la ahora ex-mujer de Felipe González. Se trata de lo que ciertos sectores de la izquierda han dado en llamar “lenguaje inclusivo”.
Es más; determinadas universidades, Comunidades Autónomas, sindicatos, ayuntamientos y otras instituciones se han permitido publicar “guías de lenguaje no sexista”, en las que proponen supuestas normas que intentan corregir el léxico, la morfología y la sintaxis de nuestra lengua, todo ello al objeto de lograr, en todos los casos, el hacer patente la distinción entre lo masculino y lo femenino, con el fin de mantener siempre ese principio de que la mujer resulte visible.
La Real Academia Española (RAE) ha salido al paso de este planteamiento, considerado por algunos como “políticamente correcto”, aprobando y suscribiendo por unanimidad de todos los académicos asistentes a su sesión plenaria del día 1 de este mes de marzo (entre ellos algunas mujeres, como Carmen Iglesias, Soledad Puértolas, Margarita Salas y la salvadoreña Ana María Nafría) un informe redactado al respecto por el también académico Ignacio Bosque, en el cual se afirma que tales propuestas “conculcan aspectos gramaticales o léxicos firmemente asentados en el sistema lingüístico español”, pues a los responsables de las citadas guías les molesta en especial el uso genérico del masculino para designar a los dos sexos, a pesar de que “está firmemente asentado en el sistema gramatical español”.
“Nadie niega -indica el informe aprobado por la RAE- que la lengua refleje, especialmente en su léxico, distinciones de naturaleza social, pero es muy discutible que la evolución de su estructura morfológica y sintáctica dependa de la decisión consciente de los hablantes o que se pueda controlar con normas de política lingüística”. No tiene sentido -concluye- “forzar las estructuras lingüísticas para que constituyan un espejo de la realidad, impulsar políticas normativas que separen el lenguaje oficial del real, ahondar en las etimologías para descartar el uso actual de expresiones ya fosilizadas o pensar que las convenciones gramaticales nos impiden expresar en libertad nuestros pensamientos o interpretar los de los demás”.
Estoy absolutamente de acuerdo, aunque haya quienes -porque creen estar siempre en posesión de la verdad- se permiten opinar que hasta la RAE se equivoca cuando “limpia, fija y da esplendor” a la lengua española. Nuestra Constitución habla de “los españoles” o de “todos”, y nadie ha osado discutir -hasta ahora- que con tales expresiones se está refiriendo a mujeres y hombres por igual. En el extremo contrario se encuentra el actual y más que criticable Estatuto de Autonomía de Andalucía, en el cual se repite, machaconamente, la expresión “los andaluces y las andaluzas”, cuando, como aclara la RAE, el uso del genérico del masculino alude a ambos sexos y es algo que está firmemente asentado en nuestro lenguaje.
Volviendo a la primera frase de esta colaboración, y a “sensu contrario” de los defensores del idioma feminista, es evidente que, masculinizándola -¿por qué vamos a ser menos los hombres?- tendría que decir: que soy un persono físico, juristo, pensionisto y mutualisto, papisto, columnisto, habiendo sido, además, futbolisto, baloncestisto y tenisto, Y no sigo, pues el ordenador se está enfadando muchísimo conmigo.
Como hizo antes, cuando escribí esas palabrejas de “miembras” y “jóvenas”..
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