En mayo de 1926, Abdelkrim se rinde a los franceses en una entrega pactada para no ser juzgado y vivir plácidamente en el exilio en la isla de Reunión, rendición extensible a todos los que con él habían cometido las mayores tropelías contra los españoles.
Una de las páginas más desoladoras de la campaña de pacificación de Marruecos es la escrita con la sangre de los cautivos que continuó haciendo Abdelkrim después de la liberación del grupo de prisioneros de Annual en el año 1923 previo pago de un rescate millonario. Ya en esa época se denunció la muerte de cientos de prisioneros por los malos tratos recibidos, pero primaba tanto el retorno de los cautivos (se habían realizado numerosas manifestaciones en diversas ciudades pidiendo su regreso) que se pasó página rápidamente.
Pero la realidad es que, a pesar de haber devuelto a España escasamente unos cientos de los más de 700 militares que apresó, poco se conocía de las penurias que habían pasado en esos veinte meses en los que apenas recibieron alimentos o medicinas, provocando la muerte de la mitad de todos ellos.
La fatalidad hace que la historia se repita y tras devolver a España los prisioneros que tenía, se mantiene en su impune acción y continúa capturando todo lo que se le pone al alcance.
Poco cambia el sistema del cautiverio que aplica Abdelkrim a través de sus distintos jefes de kabilas o tribus en las que quedaron presos los españoles a partir de 1923 y hasta su fin en mayo de 1926, cuando el jefe rebelde se rindió a Francia después de haber negociado que no lo tratarían como un criminal, como iba a ocurrir si era España quien le detenía (tenía pendiente cargos desde Annual, Monte Arruit, martirios y miles de soldados y civiles asesinados cruelmente).
Los escasos supervivientes de 1926 relataron las numerosas infamias sufridas permanentemente durante su apresamiento. Frailes, mujeres, niños... las huestes de Abdelkrim se apoderaban de cualquiera que se encontrase por el territorio de su influencia. Todos sufrieron un auténtico martirio diario de larga duración que terminaba en la mayoría de los casos encontrando la paz en la muerte.
En julio de 1926 se creó una comisión en la Comandancia General de Melilla donde el instructor expuso unas conclusiones aterradoras. Recibían alimentación precaria, "media torta o un cuarto de torta de cebada al día y en algunas ocasiones algunos garbanzos cocidos sin aceite ni sal que con suerte llegaban a veinte unidades por persona". Los prisioneros eran obligados a trabajar hasta la extenuación, excepto las mujeres. "Oficiales, sargentos, cabos y soldados, así como algunos paisanos, fueron empleados en trabajos sumamente penosos, castigándoles con la mayor crueldad siempre y dándoles escasísimo alimento". Fueron objeto de toda clase de malos tratos y apaleados brutalmente por sus guardianes. "Respecto al número de prisioneros y paradero de los oficiales y soldados que no han sido rescatados, que fallecieron a causa de enfermedades o trato violentos, se calcula eran 658. Hasta el desembarco en Alhucemas fallecieron unos 300 y el resto, después de malos tratos, hambre y tifus". Esta última apreciación marca un antes y un después del desembarco de Alhucemas, ocurrido el 8 de septiembre de 1925. Significa que en los dos años anteriores fallecen unos 300 militares prisioneros y en los 9 meses siguientes Abdelkrim mete prisa y elimina a 358, no dejando ningún oficial con vida para evitar que pudieran declarar en su contra. Las instrucciones de Abdelkrim eran de terrible trato a los españoles, a las que se añadía la rapiña de los subalternos que se apoderaban de cualquier envío humanitario que se les realizara, además de intentar por su cuenta pedir rescates por los prisioneros que tenían en sus kabilas. Se cuenta que hubo uno de estos jerifaltes que atesoró más de dos millones de pesetas de chantajes realizado a familiares de los españoles que "cuidaba" mientras los dejaba morir en la miseria o los mataba a golpes. Lamentablemente, la lista de españoles liberados en esta segunda etapa de crímenes es mínima, apenas de 150 personas.
Mientras a los españoles los trataba en condiciones inhumanas, los prisioneros franceses recibían un trato afable y cordial, aunque no así a los indígenas del ejercito francés. Principalmente porque su intención inicial era la de facilitarse una ruta de escape si las cosas se le torcían, como así ocurrió en 1926. El informe de Melilla recoge que los franceses comieron bien durante el cautiverio porque les alimentaban del suministro de los convoyes españoles.
Desde agosto de 1924 hasta el 8 de mayo de 1926 (cuando ya se estaban realizando las negociaciones de su rendición), Abdelkrim mató a un capitán, seis tenientes, un alférez, dos suboficiales, ocho sargentos, 16 cabos, un corneta, dos legionarios de primera y 261 legionarios, en total 298 personas pertenecientes al Tercio de Extranjeros. Un caballero de la Orden de la Cruz de San Fernando, varios de la Medalla Militar Individual, numerosas condecoraciones de diversa índole... Esa es la calidad de los legionarios presos, el 90 por ciento de ellos morirán lejos de España.
Pocos escaparon con vida a ese cautiverio, apenas regresaron 25. El resto de liberados fueron 108 militares y 29 civiles, de los que 19 eran hombres, cuatro mujeres y seis niños. Los padres franciscanos que apresaron también murieron por las penalidades sufridas.
La comisión de la Comandancia General de Melilla llegó a la conclusión de que Abdelkrim era perfecto conocedor del trato que eran objeto los prisioneros españoles, maltrato que era extremado contra oficiales y sargentos, dando muestras de ferocidad y salvajismo. "Por su crueldad se distinguieron el jefe de los prisioneros Si Hamú, el Kaid Hamido, hermano de Pajarito, el cabo Amar y los guardianes Chaib y Cherry".
Cuando en el devenir de la campaña, las tropas españolas iban adentrándose en el Rif y hacían retroceder a Abdelkrim, estos acontecimientos afectaban directamente a los cautivos porque los obligaban a transportar cañones a brazo por zonas riscosas y empinadas donde no podían hacerlo con los mulos.
Entre los trabajos forzados que les obligaban a realizar se encuentran numerosas pistas de comunicación entre los asentamientos, además de instalación de líneas telefónicas entre ellos con colocación de postes y cableado. Todo ello con herramientas rudimentarias, en un terreno hostil, difícil, rocoso y a base de golpes cuando alguien caía rendido y no podía acarrear rocas o picar el suelo.
La lista de fallecidos apaleados es larga, los enterramientos eran diarios. En el informe de la Comandancia de Melilla se generaliza bajo el “comodín” de tifus cuando se moría de hambre, agotamiento, lesionados cuando trabajaban y dejaban de ser útiles para seguir la tarea, o los que recibieron disparos cuando uno de los rifeños probaba la puntería de su nuevo fusil (como recoge el testimonio de uno de los que lograron sobrevivir a tal infierno). Los prisioneros eran “prestados” a las tribus que los solicitaban para realizar trabajos pesados. Abdelkrim entregó a los jefes de las kabilas un documento que presentaban y se llevaban a tantos como querían. Ni que decir tiene que las condiciones fueron las mismas siempre: palos y sangre.
En 1925 la situación se hace más difícil, si eso era posible aún. La casi victoria que acariciaba Abdelkrim en todo el norte de Marruecos empezó a convertirse en derrotas continuadas. Cada vez que los aeroplanos atacaban las posiciones rifeñas los carceleros se ensañaban con los españoles. O cuando el avance del ejército se aproximaba, se producían retiradas hacia el interior del Rif a toda prisa con las fuerzas tan mermadas que se hacía difícil caminar, y quien se negaba a continuar porque ya no podía más, terminaba allí su vida.
La correspondencia entre los prisioneros y Melilla existió al principio, con censura y previo pago de una tasa muy alta. Obviamente, fue muy escasa ya que el dinero era una de las primeras cosas que rapiñaban. Según diversas fuentes, llevar una carta a Melilla costaba entre cien pesetas y cien duros, dependiendo de la avaricia del mensajero.
Así, el capitán Francisco López de Roda, caballero de la Medalla Militar individual, jefe de la 8ª compañía de la Tercera Bandera, apresado junto a su tropa en septiembre de 1924 después de haber quedado aislados y sin munición en una operación de protección a un convoy, consiguió contactar con el teniente coronel de la Legión en diciembre de ese año mandando una carta en la que explicaba cómo ocurrió la jornada del 2 de septiembre y el valor mostrado por todos cuando supieron que iban a morir. En la carta comunica que son 62 de la Legión en el cautiverio en Ait Kamara (posteriormente los trasladarán a Bu Salah donde morirán). Sin temer todavía por sus vidas, pide en la despedida “te agradecería telegrafíes a nuestras familias seguimos bien. A Sueiro -otro capitán del Tercio- si es posible cuando vengan a por nosotros me envíen ropas y mi asistente”. No pudo volver a escribir más.
De López de Roda se cuenta que recibía palizas extra porque no se quitaba el chapiri y porque defendía siempre a sus legionarios. Tristemente es uno de los muchos que tienen el tifus como causa de su muerte. Los intentos que hizo su familia para repatriar sus restos no obtuvieron resultado, alegándose que por motivos sanitarios no se podía exhumar por el riesgo de contagio.
El boletín del Ministerio de la Guerra del día 29 de julio de 1926 publicaba una relación de bajas y exponía que Francisco López de Roda, al igual que Federico de la Cruz Lacaci, murió en África (sin determinar lugar exacto) el 20 de junio del mismo año.
En 1928 se inició un expediente de juicio contradictorio para concederle la Cruz Laureada individual, pero quedó sin finalizar. Hay quien apunta a que provocaría perjuicio a altos cargos del Protectorado al quedar en evidencia el martirio que vivieron los más de 600 españoles que acabaron su vida a manos de sus captores.
Estimado lector, cuando alguna vez en tu vida escuches el toque de oración, momento en el que el Ejército recuerda a sus caídos, ten un pensamiento piadoso para todos los que, ya rendidos o asesinados, entregaron su alma lejos de sus seres queridos y su país. Descansen en paz.
Los diversos relatos de los pocos supervivientes al cautiverio permiten realizar un mapa de los lugares en donde estuvieron recluidos y sufrieron los tormentos: Tensaman, Ait Kamara, Axdir y Bu Salah (también Buxala). Será en este último donde se intensifican el maltrato y los crímenes contra los prisioneros en represalia y venganza después del desembarco de Alhucemas y los permanentes avances del ejército español.
En los tres años de cautiverio, los desafortunados tuvieron que sumar a todas las penurias el castigo de insectos y parásitos por falta de higiene. Apenas les quedaba uniforme que vestir, de puros harapos en que se habían convertido.
A los castigos corporales también se sumaban la colocación de pesadas cadenas o cepos con los que debía cargar el desgraciado para realizar los trabajos forzados.
El trato inhumano se caracterizaba por despiadada crueldad y salvajismo, golpeando con culatazos de fusiles, vergajazos con cuerdas mojadas o con trenzas de cable telefónico, destacando como castigo más empleado el golpear con astiles de pico, quebrando huesos, espaldas y cabezas, produciendo la inconsciencia de las víctimas, cuando no su muerte directamente.
De los trabajos forzosos que realizaron los prisioneros españoles, la construcción de una carretera que uniera los principales asentamientos de Abdelkrim costó la vida a 75 militares.
No se citan prisioneros indígenas en estos campamentos porque eran directamente eliminados previo un apaleamiento salvaje, que cuentan algunos de los regresados.
Según las declaraciones que realizaron los pocos liberados, en Bu Salah murieron 26 oficiales, 25 sargentos y 580 soldados.
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