Sociedad

La Legión permanece incólume tras un siglo de leyenda

Una mística especial y un grito unánime: ¡Viva la muerte!. He aquí, la cuna de intrépidos y denodados legionarios, que en su ejercitarse diario fomentan con raigambre el espíritu de cuerpo y articulado a los sentimientos que lo engalanan, esculpe corazones fuertemente arraigados en los tiempos.

Una historia de amor patrio que comenzó a forjarse en el Norte de África y que desde entonces, se evidencia en mujeres y hombres consignatarios de ese cúmulo de valores atesorados que protegen a toda costa, como legado heredado de los que nos precedieron, hoy solícitos con benevolencia a practicarlos y transferirlos como el bien más valioso que poseen.

Con lo cual, lo que se describe, no es una utopía o ensueño, sino una realidad con hechos constatados: la Legión, aquella que siempre transita a su ritmo esforzado, atrevido y resuelto y apoyada en su himno inexcusable: “El novio de la muerte”.

Ellas y ellos, que han estado y estarán prestos a eternizarse en la Honrosa Carrera de las Armas, obedecen sin límites y de manera virtuosa las innumerables misiones encomendadas, que han hecho de esta Unidad su plena inmortalización, desde que comenzara a forjarse hace nada más y nada menos que cien años.

Luego, significativa elección la que se desenmascara en estas líneas a pecho descubierto, ante la ferocidad del combate y la muerte más despiadada, que los legionarios saben hacer gloriosa.

Con estos mimbres, la semblanza en los lances de honor con la muerte y esta fórmula tan peculiar como ninguna otra, revelan la simbiosis de gestas heroicas que por doquier, redundan, allí donde retumba el sonido impertérrito de nuestra querida y siempre admirada Legión Española.

Por eso y para eso se instituyó; toda vez, que su capacidad de maniobra, flexibilidad y versatilidad, la hace más capaz y provechosa para enfrentarse ante cualquier escenario, por muy complejo que este sea.

No debiendo soslayarse, sus orígenes imperecederos y la razón de ser que la enaltece.

Por lo tanto, don José Millán-Astray y Terreros (1879-1954), principal protagonista de este relato, logró franquear las múltiples adversidades y dotó a la Legión de un misticismo inconfundible. Inspirándose en el espíritu de los Viejos Tercios de Flandes y en la praxis de los samuráis japoneses, compilada en el ‘bushido’, una expresión interpretada como el ‘camino del guerrero’, a modo de un código ético exigente ensamblado en la lealtad y el honor.

El resultado no podía ser otro: un cambio consustancial en la voluntad de vencer.

En otras palabas: el plantel de un espíritu de superioridad en el soldado español, al igual, que los destacados Tercios de Flandes y su concepto de honestidad, deber y sacrificio. La peculiaridad más atrayente de este ideario legionario y sus símbolos, se manifestó por la afinidad con la muerte.

Sin embargo, la obra del doctor en Historia Contemporánea y profesor universitario don Luis Eugenio Togores Sánchez (1959-61 años), que lleva por título “Historia de la Legión española: la infantería legendaria”, desmitifica esta y otras materias emparentadas con la Legión, que dice concretamente: “Cuando los legionarios lo gritan, no llaman a la muerte, sino que afirman su amor por la vida. Gritan que amando la vida, están dispuestos a darla al servicio de la Patria”.

La Legión Española, un cuerpo de tropas con vocación de élite, establecido para ser incorporado a las misiones destacadas y en las acciones más inclementes, alcanza su centenario de existencia.

Desde su hálito de creación, allá por el año 1920, el Tercio de Extranjeros, como por entonces se denominó, imbuido en el espíritu de sacrificio, ha sido capaz de evolucionar y desenvolverse en los trechos presentes, atesorando como oro en paño sus tradiciones. Lo que la convierte en un cuerpo singular, al cultivar elementos de la escuela primitiva y prescindir de antiguas ocupaciones para abrazar otras más innovadoras, conforme a las que despuntan en el siglo XXI.

No ha de soslayarse, que la Legión como fuerza de choque, se fraguó para combatir y magistralmente así lo materializó en la Guerra del Rif o Segunda Guerra de Marruecos (8-VI-1911/27-V-1927), marcando un antes y un después para curtir su personalidad; además, de participar en la Revolución de Asturias (1934) y en la Guerra Civil Española (17-VII-1936/1-IV-1939).

Y, cómo no, salvaguardó con uñas y dientes las últimas posesiones españolas en Sidi Ifni y en el Sáhara, hasta 1975.

He aquí, una historia de amor patrio que comenzó a forjarse en el Norte de África y que desde entonces, se evidencia en mujeres y hombres consignatarios de ese cúmulo de valores atesorados que protegen a toda costa, como legado heredado de los que nos precedieron, hoy solícitos con benevolencia a practicarlos y transferirlos como el bien más valioso que poseen"


Cabe recordar, que la aparición española en el Norte de África se remonta al siglo XV, fundamentada especialmente en la ocupación de lugares tan emblemáticos como el Peñón de Vélez de la Gomera, o el Peñón de Alhucemas e Islas Chafarinas, y las plazas de Ceuta y Melilla, que pueden vanagloriarse de tantísimo lustre militar, como aquellos otros soldados que descansan en el sosiego y la calma, colmados de admiración.

En esta tesitura, la Conferencia de Algeciras celebrada en esta misma localidad entre el 16 de enero y el 7 de abril de 1906, terminó con esta dinámica portuaria, cuando las potencias principales de la época, apremiaron a España a ejecutar una vigilancia en el Norte de Marruecos; mientras que Francia, hubo de hacerlo en la fachada Sur.

De esta forma se intentaba imprimir el control del Sultanato que se hallaba profundamente empeñado con las naciones europeas; simultáneamente, se pretendió compensar algunas de las reclamaciones del káiser Guillermo II (1859-1941), que no veía con buenos ojos el gradual intervencionismo franco en el Norte de África. Contexto que confluyó en la segunda crisis marroquí en 1911, con el envío a Agadir de la cañonera de la Kaiserliche Marine SMS Panther.

Alcanzado 1912, el sultán Abd al-Hafid (1876-1937), también conocido como Mulay Hafid, sufrió una serie de rebeliones internas que le llevaron a claudicar en la soberanía de Marruecos a Francia, que, a su vez, repartió con España. Apareciendo el protectorado francés en el Sur, y el español en el Norte.

Paralelamente, valga la redundancia, el protectorado español se dividió en cinco regiones con capital en Tetuán. Indudablemente, nuestra disposición en la demarcación proporcionaría un incipiente progreso, hilvanándose las primeras carreteras y vías férreas. Si bien, las tribus del Rif, toleraban únicamente la autoridad religiosa del sultán, no vacilaron en hacer un bloque común contra lo que suponían una ocupación extranjera en toda regla. Dando lugar a la Guerra del Rif.

Ya, inmersos en el laberinto africano, sucedería la plasmación de ideales conducentes a la fuerza contemporánea más icónica del ejército español; inexcusablemente, instaurada para combatir en esta titánica batalla y que no es otra que la Legión.

Ciñéndome sucintamente en los prolegómenos de lo que estaría por acontecer, la irrupción de los Tercios Extranjeros y, posteriormente, la Legión, las primeras décadas del siglo XX, ni mucho menos podrían considerarse como diríamos llanamente, favorables para España. En similitud con las premisas reseñadas, en un abrir y cerrar de ojos, se desencadenaron dos conflictos bélicos. El desenlace no podía ser más visible: se habían eclipsado los últimos reductos de lo que durante épocas, había encarnado uno de los Imperios más vigorosos de la Historia.

Me explico: en el Reino de Marruecos, los descalabros en el terreno atenuaban y amortiguaban unas posiciones en el Norte de África difícilmente salvables, a pesar del intrépido desempeño de un sinfín de militares españoles.

En otra de esas campañas, en Filipinas, resaltó la actuación de un joven oficial. Indiscutiblemente, era Millán-Astray que con diecisiete años y junto a una treintena de soldados de reemplazo, exhibió un arrojo sin precedentes en la defensa de San Rafael, donde sin tregua, fueron abordados por una fuerza de indígenas tagalos infinitamente superior. Aquel comportamiento sobresaliente llevaría aparejado su primera condecoración: la Cruz de la Real y Militar Orden de María Cristina.

Desde aquella experiencia combatiente, comenzaría a rondarle una idea que no desaparecería hasta verla consolidada: pese al brío y coraje de los soldados de leva, era preciso que España aglutinase entre sus filas unas tropas acomodadas por militares profesionales, aptas para emplazarse en la primera línea de batalla y hacer frente al enemigo con más solvencia.

Lógicamente, el nuevo cuño de este soldado había que configurarlo con la adquisición de una formación militar específica, que ni mucho menos cabía incluirla en el temperamento de los soldados provenientes del reclutamiento obligatorio. El paradigma de este soldado profesional, caló hondo en la mente de Millán-Astray que le rondaría constantemente. Más aún, siendo consciente en carne propia de una tras otra, las derrotas en el Norte de África.

Entretanto, estos soldados no podían tributar más que ilusión y temple, cuando la moral soportaba los inquebrantables envites y humillaciones de unos rebeldes que se movían como pez en el agua y no cesaban en su empeño, infligiendo duras acometidas en las deplorables posiciones planificadas. Dicotomía que produciría gran incomodidad entre la sociedad española y que dinamitó en la Semana Trágica de Barcelona, entre los días 25 de julio y el 2 de agosto de 1909.

Dando un salto en el tiempo, en 1919 y ostentando el empleo de comandante, Millán-Astray comienza a desplegar su percepción sinónimo de plasmar una unidad profesional de choque que aúpe a España en el lugar que le corresponde. Su referente no podía ser otro: la Legión Extranjera francesa, que tan provechosos frutos había dado al país vecino en la Primera Guerra Mundial (28-VII-1914/11-XI-1918).

Tampoco iba a ser menos, la popularidad alcanzada por Millán-Astray, que como la pólvora, su proyección se extendió entre el estamento castrense; hasta tal punto, de llegar a conocimiento de Su Majestad el Rey Don Alfonso XIII (1886-1941).

Unos meses más tarde, el 5 de septiembre de ese mismo año, un Real Decreto rubricado por el Monarca enviaba en comisión de servicio a Millán-Astray a Argelia, al objeto de “estudiar el régimen y los fundamentos” del Regimiento de la Legión Extranjera francesa. A su regreso, el Informe meticuloso al detalle se dirigió al Estado Mayor Central, y sin demora, se consignó al Alto Comisario en Marruecos, el general don Dámaso Berenguer Fusté (1873-1953), que inmediatamente se postuló vehemente e incondicional con la innovación de los futuros Tercios Extranjeros.

Así, por Real Decreto 28 de enero de 1920, siendo Ministro de la Guerra don José Villalba Riquelme (1856-1944), Su Majestad el Rey don Alfonso XIII tuvo a bien disponer que “con la denominación de Tercios Extranjeros se creará una unidad militar armada, cuyos efectivos, haberes y reglamento por el que ha de regirse será fijados por el Ministro de la Guerra”.

Entre algunas de las peculiaridades más dignas de mencionar, por antonomasia incidió los anuncios publicitarios para acceder a la Legión, pegándose en las paredes, muros o paneles más confluidos de ciudades, pueblos, municipios y villas, donde el público más oportunista no pasase de largo y lo ojease con la debida atención en las estaciones de tren, puertos, delegaciones, consulados, etc. Exteriorizándose a todas luces la posibilidad, de ser los soldados del ejército mejor gratificados y con más expectativas.

Al pie de la letra uno de estos carteles informaba: “Los que aspiráis a la gloria; los que deseáis lugar de olvido, de redención, de lucha, los que buscáis aventuras y aspiráis a ostentar galones, estrellas, cruces o a ganaros en la lucha el mejor título de caballeros. Tendréis alimentación sana y abundante. Vestuario de buena calidad, práctico y vistoso. Primas de enganche muy crecidas y aumento de haberes por años de servicio”.

Los requerimientos establecidos para alistarse, tanto para individuos de origen hispano como extranjeros, se fundamentaron básicamente en estar “sanos, fuertes y aptos para empuñar las armas”.

Del mismo modo, que aquellos que una vez cumplido su compromiso de enganche y pretendiesen extenderlo en las filas de la Legión, debían materializarlo en base a unos formalismos concretos:

“Se admite el enganche por períodos de seis meses, o por uno, dos, tres, cuatro o cinco años, siendo las primas que les corresponden de 50 pesetas por cada seis meses, después de cumplido el compromiso de cuatro años, y a partir del quinto año de servicio, cuatrocientas pesetas anuales por dozavas partes del total.

Ser reenganchado es circunstancia muy recomendable para el porvenir del legionario, y para distinguirle llevan un distintivo especial, por el cual se conoce su antigüedad en el Cuerpo. Al reengancharse un legionario puede elegir la unidad y territorio a donde quiere pasar a continuar su servicio, o seguir en la misma, según su deseo”.

Asimismo, las primas de enganche de un legionario eran muy atrayentes.

Primero, por tres años, percibían 400 pesetas; segundo, por cuatro años, 500 pesetas distribuidas en 250 pesetas al ingresar. Al primer año, 83.33; al segundo, 88.33 y al tercero, 83.34 pesetas. Y, tercero, por cinco años, recibían 700 pesetas fraccionadas en 350 pesetas al afiliarse. Al primer año le correspondían 116.66; al segundo, 116.66 y al tercero, 116.68 pesetas.

Para ser más precisos, con relación al haber diario en el primero y segundo año, correspondía en mano, 2.00 pesetas; en rancho, 2.00 pesetas y masita y ahorro, 1.10 pesetas. En total se contabilizaban 5.10 pesetas. En el tercero y cuarto año, en mano, 2.40 pesetas; en rancho, 2.00 pesetas y masita y ahorro, 1.10 pesetas. En suma se acumulaban 5.50 pesetas.

A ello había que añadirle el plus de campo: legionarios de 1ª y 2ª y cornetas y tambores, 0.25 pesetas diarias. En cambio; los cabos, 0.50 pesetas. Sin inmiscuirse, la viabilidad de ascensos en tiempos de paz y guerra.

Los jefes y oficiales los seleccionaba por sí mismo Millán-Astray, entre los que reunían más méritos en campaña.

Pero, el frontispicio de la Legión recaería en Ceuta, teniendo como Cuartel el Campamento de Dar Riffien, una vez pasada la población de Castillejos, en árabe, Fnideq. Disponiendo de una plana mayor, cuatro compañías de depósito para la instrucción y tres unidades tácticas denominadas Banderas. Cada una de estas, nutridas de dos compañías de fusiles y una ametralladora.

En cuanto a la indumentaria del legionario, se enfatiza la puesta en escena del gorrillo isabelino con borla, la guerrera de cuello vuelto con el cuello de la camisa por encima y correajes de lona británicos. Con respecto al armamento, sus componentes dispondrían del característico fusil Máuser de confección española; además, del fusil ametrallador, ametralladoras pesadas Hotchkins, morteros Laffite, pistola Astra y el machete bayoneta de 30 centímetros de hoja.

Acababa de despuntar a perpetuidad los “novios de la muerte”, con su lema incomparable, “¡Legionarios a luchar, Legionarios a morir!” y con su emblema representativo, el armamento de los Tercios, ballesta y arcabuz en aspa con una pica en medio.

En esta disyuntiva circunstancial, es necesario incidir que el entorno político del momento no era el más favorable, unido a las oscilaciones en la gobernabilidad del país y la excesiva burocracia, ralentizaron a más no poder la chispa decisiva que activara el comienzo de los Tercios Extranjeros.

Con lo que hubo de aguardar unos meses expectantes, hasta que Millán-Astray incorporó a un joven oficial que logró introducir una rigurosa disciplina en los Regulares Indígenas: el comandante don Francisco Franco Bahamonde (1892-1975).

Llegados hasta aquí, los Tercios iniciaron su andadura con una trayectoria abnegada e intachable al servicio de España, haciéndolo con un éxito insospechado, tal y como lo refirió el propio Millán-Astray en su libro “La Legión”, publicado en el año 1923. Un fragmento textual del mismo puntualiza: “Habíamos sufrido un error de cálculo al pensar en los hombres que se habían de presentar. Creíamos que vendrían poco a poco, por grupos de ocho o diez al día, y que luego, con el conocimiento por la propaganda, vendrían más; pero no pensamos en la explosión; y fue que en tres días se habían reunido cuatrocientos. No había que dudar, y se dijo que vengan”.

Paulatinamente, con la centralización de los voluntarios, se estrenó la instrucción en la asignada posición A2, esto es en las periferias de la Guarnición de Ceuta. La escrupulosa preparación de los incorporados era doble: primeramente, la potenciación en el combate y la instrucción de tiro, con un duro entrenamiento que les enfilaba a largas marchas y a la pugna contra los insurrectos marroquíes; y, segundo, se trabajaba con ahínco en la disciplina y el orden interno.

No podría concluir este texto, sin antes realizar una mención especial a los Legionarios de todas las épocas, que hoy se revisten de magnificencia y están plenamente satisfechos, al vislumbrar junto a otros tantos, que el destino de la Patria común permanece indemne. Almas, con elevada representación en las páginas ilustres de la Historia de España, coronadas en el desempeño del deber"


Para esto último, Millán-Astray empezó a fraguar unos preceptos morales infundidos en el Credo Legionario. Entre ellos, podría evocarse ‘el espíritu de compañerismo’: “con el sagrado juramento de no abandonar jamás a un hombre en el campo hasta perecer todos”. O ‘el espíritu de unión y socorro’: “a la voz de ¡A mi La Legión!, sea donde sea, acudirán todos y, con razón o sin ella, defenderán al legionario que pida auxilio”.

El día 21 de octubre de 1920, trece meses más tarde del nacimiento de la Legión, se produce la primera Jura de Bandera en el llano de El Tarajal, utilizándose la Enseña Nacional del Regimiento Ceuta Núm. 60. El mando de la formación lo ostenta Franco, siendo el abanderado el capitán don Justo Pardo Ibáñez. En la presidencia y como testigo principal se encuentra su fundador, el teniente coronel Millán-Astray.

Subsiguientemente, el 3 de noviembre, la I Bandera se encamina a Uad Lau, en la porción Occidental del frente de la Guerra del Rif. Era irrefutable, por vez primera, la Legión entraba en el estrago de la contienda: el valor aplicado, la tenacidad derrochada y el magnánimo atrevimiento lo corroborará en enero de 1921, con el fallecimiento en una emboscada del cabo Baltasar Queija Vega (1900-1921).

Quedando inaugurado el elenco esplendoroso de los Caídos en la Legión.

Muy pronto, contribuye en la toma de Xauen, Benilai y Buharratz, respectivamente, demostrando ser unos contendientes lustrosos. Progresivamente, las operaciones más cruciales se encadenan el 22 de julio de este mismo año, cuando estando apostados en la franja Occidental de Marruecos para repeler a las facciones rebeldes del líder de las tribus de Yebala, El Raisuni (1871-1925), recibe el mandato de desplazarse perentoriamente en ayuda de la Ciudad de Melilla, que había padecido a manos de las bandas insurgentes de Abd El Krim (1882-1963) el ‘Desastre de Annual’.

Sin dilación en la consigna y con la máxima celeridad, la Legión prospera a Tetuán, esperándole 100 kilómetros de severo trayecto que concluye en día y medio. Ya, en este sitio, embarca en el vapor Ciudad de Cádiz con rumbo al enclave español.

Por fin, la Legión arriba en Melilla el día 24, alentando y elevando la escasa moral de la plaza y disponiéndose a recomponer el pésimo estado de las defensas. Mientras, imparables, las tropas rebeldes prosperan asaltando las posiciones españolas y poniendo contra las cuerdas la conservación de éstas.

En esta eventualidad, los legionarios estarán llamados a proteger a toda costa los recintos defensivos avanzados de Ait Aixa, Sidi Musa, Taguel Manin, etc. Los blocaos resisten incesantes agresiones de las harkas o bandas rebeldes.

El 15 de septiembre la fortificación de Dar Hamed sufre un duro ataque contra los cientos de cabileños que tratan de asediarla. La Legión solicita autorización para socorrerla, pero se concede el consentimiento a quince valerosos legionarios al mando del cabo Suceso Terreros López.

Los voluntarios comparecieron y lo defendieron intrépidamente, siendo conscientes que estaban destinados a darle un beso en persona a su novia mortal: la muerte. Lo cierto es, que el cabo Terreros encarga a dos de sus hombres en busca de apoyo, llegará uno, pero será en vano. La llegada de los refuerzos presagiaban lo peor: todos habían perecido ofreciendo lo mejor de sí, con el aval del espíritu de sacrificio.

Con la protección generosa de los blocaos y la recalada de más hombres, la Legión se encomienda a la recuperación del terreno malogrado: la conquista de Nador y el monte Gurugú el 9 de octubre, pone a salvo la Ciudad de Melilla.

Definitivamente, la Legión llega a Annual el 14 de octubre y contempla con sus ojos enjugados en lágrimas, los restos humanos de la calamidad: despojos de cuerpos sin sepultar, descompuestos, mutilados y ultrajados. Desde este instante, la Legión intervendrá en diversas hostilidades con el común denominador de actos abanderados en el sacrificio más absoluto, que se harán legendarios. Por si aún quedase algún recelo en lo retratado: la Legión redimió a Melilla y con ella al Protectorado Español de la extensión Oriental de Marruecos.

En 1923, resaltan los acometimientos de Tizzi Azza, clave de los puntos defendidos para el devenir de la Comandancia de Melilla, ocasionándose una concatenación de severas embestidas por los secuaces de Abd El Krim. Porque, si los rifeños dominaban esta zona, podría desembocar en otro Annual.

En los desenlaces de la misma, el teniente coronel don Rafael de Valenzuela y Urzaiz (1881-1923), sucumbiría al frente de sus hombres y en la retirada de Xauen a Tetuán, en que la Legión allanó el repliegue del resto de efectivos, evitando que las pérdidas humanas se hubieran ampliado.

Más adelante, la Legión intervendrá en el Desembarco de Alhucemas (8/IX/1925), una acción en colaboración con la armada española y, en menor medida, un contingente aliado francés que favorecería la derrota de Abd El Krim.

Gradualmente, el rigor de las escaramuzas menguarían hasta que el jefe rebelde es apresado en 1927 y puesto a disposición de la justicia gala. La paz retornaría tras tenaces ofensivas que engrandecieron a la Legión Extranjera por su gallardía, audacia y bravura extrema, pero, sobre todo, por su desprecio a la muerte.

En consecuencia, si existe una Historia dilatada a lo largo de los tiempos, esa es propiamente la de la Legión, acaparando efemérides, memorias y relatos celosamente clarificados a base de sudor y sangre, que no engloba únicamente batallas entretejidas en los hechos acontecidos; sino, que igualmente, persisten en las huellas indelebles que ha esculpido el paso uniforme de quiénes forman una religión de hombres honrados.

Actualmente, encuadrada dentro de la Fuerza Terrestre del Ejército de Tierra, la Legión se ha reconvertido en una fuerza de élite, idónea para colaborar en todo tipo de misiones internacionales, ya sea en el marco de la Organización de las Naciones Unidas, ONU; como en la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN.

Hoy por hoy, la familia legionaria, trabajadora infatigable, se afana sin descanso en el cumplimiento del deber; siempre comprometida consigo misma y con el resto de la sociedad. Su encomienda es sencilla de descifrar: encarar junto a las herramientas del Estado, la atención que merece la Nación, cuándo y dónde, sea indispensable.

Así, la proyección de sus recursos humanos ensamblado en la modernización de los medios materiales, permiten una mayor tecnificación y aporte a las nuevas tecnologías, con un alto grado de instrucción en el desempeño de las misiones. Sin obviar, los valores castrenses que se constituyen en la mejor herencia de las antiguas generaciones, porque, con el ejemplo y la perseverancia, se han dispuesto en la concatenación de virtudes y deberes.

No desdeñándose de este trazado virtuoso, el adiestramiento y la doctrina militar que son los verdaderos culpables de forjar, velar y hacer aún más grande, estos conceptos de vida enteramente consagrados y dedicados a enormes sacrificios.

No podría concluir este texto, sin antes realizar una mención especial a los Legionarios de todas las épocas, que hoy se revisten de magnificencia y están plenamente satisfechos, al vislumbrar junto a otros tantos, que el destino de la Patria común permanece indemne. Almas, con elevada representación en las páginas ilustres de la Historia de España, coronadas en el desempeño del deber.

Todas y todos, sin distinción, en esta evocación que realizamos en el Centenario de la Creación de la Legión, de cuántas y cuántos hicieron ofrecimiento de sus vidas al servicio de España, merecen el mayor de los respetos unido a su memoria. Un homenaje que nos identifica con la Madre Patria que apaleamos, en la que nos hemos forjado y con honor representamos.

Gratitud imperecedera que no puedo omitir y que desearía hacer extensiva al Tercio Duque de Alba, 2º de la Legión, al ser su Enseña Nacional la que me acogió calurosamente y me concedió ver un sueño cumplido: tonificar con más conciencia y razón de ser mi Renovación ante la Bandera, junto al Juramento que también cristalizaron mi esposa Alicia Inmaculada e hijos, Rubén, Tamara, Judit y Esteban"

¡Legionarios Caídos por España!, que desde los albores hasta nuestros días, os habéis debatido entre la vida y la muerte y a los que os debemos sin excusas, la estima y el agradecimiento infinito.

Descansen todos en paz y brille la luz para siempre, con la seguridad que quienes le seguimos y confiamos, sabremos con la ayuda de Dios, si llegara el caso, dar continuidad a su ejemplo sublime.

Finalmente, no podría quedar postergado, al dar fe de ello, el acontecimiento que por añadidura ha henchido el corazón de este soldado considerablemente erosionado, con ese adiós imprevisible al servicio de las Fuerzas Armadas y que en el fondo se opone a las certezas coyunturales que residen en lo recóndito del alma.

Me refiero a la Solemne Ceremonia de Renovación del Juramento o Promesa ante la Bandera de España, realizada el día 9 de octubre de 2016 en el Complejo Monumental de las Murallas Reales de Ceuta.

Una tierra inigualable que destila credos, decálogos, mandatos e idearios castrenses y que desde el año 1984 me hizo crecer como soldado del Grupo de Fuerzas Regulares de Tetuán Núm. 1.

Gratitud imperecedera que no puedo omitir y que desearía hacer extensiva al Tercio Duque de Alba, 2º de la Legión, al ser su Enseña Nacional la que me acogió calurosamente y me concedió ver un sueño cumplido: tonificar con más conciencia y razón de ser mi Renovación ante la Bandera, junto al Juramento que también cristalizaron mi esposa Alicia Inmaculada e hijos, Rubén, Tamara, Judit y Esteban.

Sintiendo la necesidad inexcusable de conservar izado a toda costa el espíritu rojigualda, que es el que nos susurra sin desfallecer, de no arriar de ningún modo el símbolo cardinal de Nuestra Nación.

¡Mi más sincera enhorabuena a todos los integrantes de la Legión, por este siglo encomiable de fidelidad y entrega inagotable a España!

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