Las otras cenizas del incendio

Han transcurrido más de cien  días sin que aparezca en “El Faro” alguna colaboración mía. A primeros de julio marché a pasar el verano en Ronda, provisto de mi ordenador portátil y con el decidido propósito de seguir remitiendo mis semanales artículos, pero el citado ordenador se mostró totalmente reacio a funcionar como es su obligación. Su correo se cerró en banda y ni recibía ni –lo que es peor- era capaz de enviar absolutamente nada.

En realidad, he pasado unos meses bastante movidos. Aparte del calor, con máximas constantes que oscilaban entre los 38 y los 40 grados, tuve tres dolorosas caídas, recibiendo ocho puntos de sutura en una oreja. Pero, a pesar de todo, reconozco que en aquella casa de campo se está muy bien, y que cuesta salir de allí. Sin embargo, al iniciarse el mes de septiembre, tuve que venir a Ceuta por un motivo que, como decía siempre el Rey Juan Carlos en sus discursos de Navidad, me llenó de orgullo y satisfacción. Recibir la Medalla de Oro de mi ciudad –de mi querida Ceuta- colma cualquier otra aspiración que pudiera sentir. Reitero mi agradecimiento por tan alto honor a la entidad proponente -la Fundación Eduardo Gallardo-, a la Asamblea y a cuantos  lo han apoyado.
Reconozco que he continuado en este “dolce far niente” varias semanas desde que regresé. Solamente me he decidido a romperlo por algo que mi conciencia, como ceutí, no puede dejar pasar. Me refiero al grave incendio padecido en el llamado Monte de la Tortuga y, en especial,  a las otras cenizas que algunos pretenden extraer de dicho suceso. Creo que es indigna la actitud de quienes cogen el rábano por las hojas y aprovechan la ocasión para denostar al Ejército y sugerir que aquí sobra, cuando es algo consustancial a este trozo de España. ¿Dónde queda la tradicional simbiosis entre el pueblo de Ceuta y el Ejército, durante muchos años una de las principales fuentes de riqueza para esta ciudad? ¿Dónde quedan los otros incendios padecidos aquí, a los que acudió el Ejército para prestar su ayuda voluntaria y desinteresada en las tareas de sofocarlo? ¿Dónde queda la memoria del soldado de reemplazo Antonio Cueto, fallecido hace cincuenta y tres años cuando participaba en tales tareas? ¿Dónde la de su compañero, Alejandro del Valle, que perdió una pierna? ¿Es que vamos a olvidar todo lo que los Ejércitos de Portugal y de España han hecho por Ceuta?
Recuerdo que allá por los años 80 del pasado siglo, siendo yo Secretario Primero de la Comisión de Defensa del Congreso de los Diputados, visitamos el Centro de Estudios Superiores de la Defensa (CESEDEN), y cual fue mi grata y total sorpresa al encontrar allí a altos jefes de los tres Ejércitos estudiando la defensa de nuestra ciudad sobre una gran maqueta de todo su territorio y aguas adyacentes. Esas son las Fuerzas Armadas de España, las que parecen molestar a quienes, con intereses perversos, como ha dicho el portavoz del Gobierno de la Ciudad. Jacobo Hachuel, están aprovechando la ocasión para sugerir que se vayan de Ceuta, cuando, saliendo ya de la crisis, lo que hay que pedir es que se cubran todas las vacantes existentes en la ciudad y se les dote de los medios más modernos para el mejor cumplimiento de sus altas misiones constitucionales.