En menos de cien años, los árabes pasaron de ocupar un reducido espacio en la península de Arabia a crear un imperio que se extendía desde la actual Pakistán hasta España. Fueron unas rápidas y grandes conquistas que cambiaron el mundo de manera irreversible. El libro de Hugh Kennedy, profesor de árabe, persa e historia en Cambridge, narra esta aventura histórica valiéndose de las crónicas árabes y de las voces de los vencidos, y es una buena aportación para entender mejor la civilización musulmana.
Mucho antes de que llegaran los árabes, el norte de África se había transformado radicalmente respecto de lo que fue en la época del imperio romano. La mayor parte de lo que en la actualidad es Marruecos y el oeste de Argelia, con la excepción de la ciudad fortificada de Ceuta, donde Justiniano reconstruyó las murallas y erigió una nueva iglesia, había dejado de formar parte del imperio en el siglo III. En el año 439, la conquista del territorio por los vándalos, en las áreas que aún seguían bajo control imperial, acabó con el sistema fiscal basado en cereales y, a partir de entonces, los productos africanos empezaron a desaparecer de los mercados mediterráneos. Cuando en 533 los bizantinos reconquistaron el espacio que iba desde el oriente hasta más acá de la antigua Cartago, no se logró invertir la tendencia, porque estos mercados del Mediterráneo occidental ya eran demasiado pobres para tener alguna importancia. En el año 700, cuando los árabes comenzaron a llegar al Magreb, para el Imperio bizantino el norte de África se había vuelto marginal; las autoridades imperiales sencillamente no se preocupaban mucho por lo que ocurriera en la región.
Para entonces, la mayoría de su población ya era bereber. Una población que se había extendido desde los bordes del valle del Nilo, al oriente, hasta tan lejos como Marruecos, en el oeste, pero que estaba dividida en una cantidad desconcertante de tribus diferentes, si bien todas ellas compartían una lengua común, distinta por completo tanto del latín como del árabe. Algunas excavaciones sugieren que los primeros invasores musulmanes se encontraron con un territorio escasamente poblado, al menos por pueblos sedentarios, y cuyas ciudades, otrora impresionantes, estaban en su mayoría en ruinas. El declive demográfico pudo haber sido muy significativo, una pérdida de población que fue más severa en las ciudades y los pueblos. En general, la conquista árabe fue rápida hasta la península Ibérica, con escasa resistencia por parte de la población. Para el año 750 el Imperio musulmán había alcanzado unas fronteras que permanecerían más o menos estables durante los siguientes trescientos años.
¿Qué había sucedido con la civilización romana? Cuando el imperio se hundió, empezaron a decaer las ciudades, disminuyó el comercio, y la gente, cada vez más aterrorizada, solo era capaz de escrutar ansiosamente el horizonte intentando adivinar por donde iban a llegar los ejércitos bárbaros; todo el sistema de gobierno se había venido abajo. Una larga pesadilla de caos y de violencia siguió a la caída del imperio. Al mismo tiempo que iba desmoronándose de modo inexorable, se producía una pérdida de la ligazón cultural y una caída en la trivialidad más absurda. Aunque muchos restos de la civilización seguirían siendo visibles: calzadas y puentes estarían en uso, muros y arcos rotos en ruinas, templos destrozados, viejas inscripciones en piedra, estatuas fragmentadas. Pero la gran civilización que había dejado esos rastros de sí misma había desaparecido.
El Norte de África bizantino se vio también debilitado por los acontecimientos políticos del periodo. Luchas internas por el poder desde el año 610, luchas por la supervivencia contra los invasores persas, abandono general de los lugares poblados. La contracción de la población afectó al corazón agrícola del África Proconsularis, en torno al centro gubernamental de Cartago. Además del empuje hacia el oeste de los bereberes entre el siglo VI y comienzos del VII, quedaban algunos soldados y funcionarios que hablaban griego, aunque el autor piensa que no eran muy numerosos. Y junto a ellos, en lo que en la actualidad es Túnez, los afariqa, una población cristiana sedentaria, sin tradición ni práctica militar.
La conquista de este espacio por los árabes debió ser como una continuación natural de la conquista de Egipto. Un viaje fácil, sin encontrar oposición real, salvo el gran enfrentamiento militar entre las fuerzas musulmanas y las bizantinas cerca de Cartago. Después de ser derrotados, los remanentes del ejército imperial parece que retrocedieron hasta la ciudad fortificada, dejando que árabes y bereberes se enfrentaran por el control del campo.
Los árabes construyeron Qayrawan, una ciudad cuartel que afianzó la presencia musulmana, mientras Cartago continuaba en poder de los romanos. Pero las fuerzas expedicionarias no se quedaron paradas, sino que unos pocos miles de hombres, moviéndose con rapidez a través de un paisaje en gran medida desierto, continuaron su avance hasta que llegaron a Tánger.
Aquí el autor, siguiendo al historiador árabe del siglo XIII Ibn Idhari, señala que Tánger estaba gobernada por Julián, un personaje misterioso que más tarde desempeñaría un importante papel en la historia de la invasión musulmana de España, al que le atribuye que su principal preocupación fue la de librarse de los invasores, disuadiéndoles de intentar cruzar el Estrecho y animándoles a continuar hacia el sur por la costa de Marruecos. Conforme a estos consejos, bajaron hasta Volubilis, que había sido una de las ciudades más importantes de Mauritania en tiempos de los romanos, aunque el gobierno imperial se había retirado de hecho en el siglo III, cuatrocientos años antes de este asalto. Derrotando a los bereberes, esta fuerza continuó hacia el Atlas, hasta que llegaron al Atlántico. Luego, desde el extremo occidental del continente, se abrieron paso hacia el este. Tras luchar contra las resistencias locales, esta fuerza se dividió, regresando muchos de sus hombres a sus hogares, mientras su jefe y un pequeño grupo de seguidores sucumbieron en un enfrentamiento con los bereberes. La expedición había sido muy agresiva y provocó la unión de muchas de las principales tribus bereberes para oponerse a los invasores árabes.
Para el año 694, el califa omeya Abd al-Malik había vencido a sus numerosos enemigos dentro de las tierras del islam y se hizo fuerte y eficaz gracias al control de amplias y agresivas tropas. Envió un ejército de cuarenta mil hombres al asalto de Cartago, y su caída supuso el final definitivo e irreversible del poderío romano en África. La Cartago del año 698 era una mera sombra de la grandiosa ciudad que había existido. Pacificado el territorio, comenzó una etapa de administración musulmana permanente en Ifriqiya y una nueva etapa en el proceso de conversión y reclutamiento de bereberes dentro del ejército musulmán de África, que resultaría fundamental para la conquista de España.
En el año 704 fue nombrado Musa b. Nusayr como gobernador, con la misión de controlar Ifriqiya. Era de orígenes humildes y su familia no formaba parte de la élite del califato omeya, pero era un hombre inteligente y vigoroso. Fue él quien planeo una gran campaña en el Magreb, cuyo principal objetivo consistió en principio en hacer prisioneros. En los relatos sobre las campañas de Musa en el Magreb, el motivo dominante es el número de cautivos que se enviaba al este, aunque estas cifras parecen exageradas por el entusiasmo de las crónicas árabes consultadas.
En su avance hacia el oeste, no se desvió de Tánger. Tomó la ciudad e instaló como gobernador a su liberto bereber Tariq b. Ziyad. Era la primera vez que se otorgaba a un bereber converso una posición de mando en el ejército musulmán. Y fue precisamente él quien planeó por primera vez llevar a sus hombres al otro lado del Estrecho. Se alude aquí a Ceuta y al relato de “Julián”, y en base a la obra histórica de Ibn al-Hakam, en contradicción con lo mencionado anteriormente, dice que este misterioso personaje era señor de Ceuta, una ciudad portuaria al este de Tánger, que quizá estuviera aún bajo dominio bizantino. Según el cronista, Tariq le escribió a Julián, a quien hizo cumplidos y con quien intercambió objetos. Julián había enviado a su hija a Rodrigo para que se educara e instruyera, y éste la había dejado embarazada. Cuando se enteró de esta noticia, Julián dijo “no veo otro modo de castigarle que enviarle a los árabes en su contra”. Describe como Julián transportó a algunos de los hombres una noche y envió sus naves de regreso a la costa africana para llevar más en el siguiente viaje. En el lado español nadie prestó atención a las embarcaciones porque éstas eran como los barcos comerciales que con frecuencia iban y venían por el estrecho. Termina señalando que es imposible saber si hay algo de verdad en este relato y, de hecho, ni siquiera sabemos si Julián existió. Sin embargo, cree que el episodio no pertenece al repertorio usual de narraciones árabes de la conquista, y piensa que quizá refleje la realidad de un descontento generalizado con el reino de Rodrigo.
Narra que posiblemente fue en abril o mayo del 711 cuando Tariq embarcó a su reducido ejército para cruzar el Estrecho. Calcula que la fuerza no tendría más de siete mil hombres, entre los cuales los árabes eran una pequeña minoría. Comenta que su intención pudo ser solo realizar una incursión de saqueo a gran escala. Rodrigo estaba de campaña contra una rebelión vasca en el extremo norte de su reino, y cuando se enteró del ataque musulmán, se apresuró a viajar al sur. Su ejército debió llegar exhausto al momento de hacer frente a los invasores.
En la primavera del 712, Musa reunió un ejercito de dieciocho mil hombres en la costa, frente a Gibraltar, mientras Tariq estaba ya en Toledo. Era un ejército muy diferente, con la mayoría de sus hombres árabes. En julio cruzaron el Estrecho y comenzó la consolidación del dominio musulmán en el sur de España. Parece que hubo tensiones políticas y rivalidad entre Tariq y sus seguidores bereberes y Musa y su ejército mayoritariamente árabe. En el 715, tanto a Musa como a Tariq se les mandó ir a Damasco. Una vez allí, Musa murió mientras estaba en prisión y Tariq debió morir en Oriente próximo en total oscuridad.
Para atravesar las vastas distancias que los ejércitos árabes habían logrado franquear, no dispusieron de armas secretas ni dominaban tecnologías militares nuevas. Tan solo la aparición de los estribos ha sido un tema muy debatido por los historiadores. Los guerreros montados del mundo antiguo los desconocían. Hacia el siglo VIII su adopción pasó a ser generalizada. Sobre estos estribos, la movilidad parece que fue su mejor arma. Pero también fue muy relevante el buen liderazgo, la umma musulmana produjo una élite capaz de liderarla y dirigirla, y ellos fueron los artífices de la conquista. Aunque, seguramente, lo más importante, fue que poseían una motivación y una moral altas. Para ellos parece que solo había una línea de acción posible para evitar el colapso, y esta era la conquista.
1.- Hugh Kennedy. Las grandes conquistas árabes. Tiempo de Historia. CRÍTICA. Barcelona, 2007. 511 págs.
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