Opinión

Las armas y las letras, por Antonio Guerra

Ceuta es una plaza eminentemente militar. Y su población selecta, en general, gusta de asistir a importantes foros culturales, entre los que se encuentra el Aula Militar de Cultura de los Ejércitos. Ya el 18-01-2007, a petición de su Comandancia General, tuve la satisfacción de impartir la lección inaugural del curso académico 2007-2008, que igualmente titulé “Las armas y las letras”, pero en versión distinta a este artículo, con el que ahora pretendo poner de manifiesto que la espada y la pluma estuvieron siempre aliadas.
Calderón de la Barca, escribió: “Las armas y las letras no son contrarias, sino hermanas”. Y, si alguna vez hubieran entrado en conflicto, vendría a conciliarlas Cervantes, con su equilibrado “Discurso de las armas y las letras”, al aseverar: “Quítenseme de delante quienes dijeron que las letras hacen ventaja a las armas”. Pero inmediatamente buscó el contrapeso, añadiendo: “Tampoco las armas superan a las letras, ya que las guerras tienen sus leyes, y éstas caen bajo las letras y los letrados”. Garcilaso de la Vega se ufanaba de estar “tomando ora la espada, ora la pluma”. Cervantes en El Quijote, nos dice: “Ser militar obliga a tener buena astucia, cultura y discernimiento”. Y Julio César: “Por las armas y las letras he conseguido el imperio”.
Pues bien, el Siglo XVI (Siglo de Oro), nos dejó el mejor legado de los llamados soldados-poetas, que lo mismo blandían con arrojo y valor la pica o la espada luchando, que empuñaban la pluma para resaltar las batallas y el valor de nuestros viejos Tercios, cuando se pasearon victoriosos por Europa, como los de Flandes, Nápoles, Sicilia, Cerdeña, Ceriñola, Lombardía, etc, mandados por bravos capitanes (Duque de Alba, Gran Capitán, Alejandro de Farnesio, Juan de Austria). Eran soldados-poetas que reproducían gráficamente el fragor de las batallas tal como ellos mismos las libraron, relatando las hazañas y enalteciendo las proezas de nuestra valiente Infantería, la mejor del mundo, se decía, aunque de sus gestas ya apenas se escriba ni se enseñe en las aulas.
Lo mismo sucede con nuestros olvidados conquistadores de América, que parece como si ahora tuviéramos que avergonzarnos de que alumbraron al mundo veinte nuevas naciones hermanas. Hernán Cortés (Medellín), con 400 españoles conquistó el imperio azteca en Méjico. Francisco Pizarro (Trujillo), con otros 168 conquistó el imperio inca de Perú, derrotando a 30.000 aborígenes. Diego Alvarado (Badajoz). Virrey de Nueva España, conquistó Guatemala, Honduras y El Salvador. Diego de Almagro, descubrió y conquistó Chile. Vasco Núñez de Balboa (Je Jerez de los Caballeros), descubrió el Océano Pacífico y Panamá. Francisco de Orellana (Trujillo), descubrió el río Amazonas y fundó de Guayalquil. Hernando de Soto (Badajoz), descubrió Nicaragua, Florida y río Mississippi. Exploró Nicaragua, La Florida, Alabama, Arkansas, Luisiana, Texas y Oklahoma (EE.UU). Nuño de Chaves, conquistó Paraguay, a cuyo terriorio llamó Nueva Extremadura. Como se ve, toda una pléyade de bravos extremeños que fueron las figuras más estelares de aquella magna empresa, que no cabe en la historia de España, porque ellos la hicieron universal en América.
Aquellos soldados-poetas del Siglo de Oro, lo mismo luchaban en campos de batalla, que rimaban versos, que escribían crónicas de guerra. Y es que la cultura, ni es civil ni es militar, sino que pueden poseerla unos y otros a la vez. Una persona culta, lo es lo mismo sin uniforme que con él. Decía nuestro gran filósofo Ortega y Gasset, que: “El grado de cultura y perfección de su ejército, mide con pasmosa exactitud la moralidad y la virtualidad de una nación”. Pues aquellos viejos soldados-poetas - haciendo de ellos la resumida descripción a que la falta de espacio me obliga - fueron de la talla de los siguientes:
Garcilaso de la Vega (1498-1536). Combatió en la guerra contra los Comuneros de Castilla; en la expedición a la isla de Rodas en 1522; en la de Túnez en 1535; estuvo con el Duque de Alba en Nápoles y Florencia; resultó herido grave tres veces. Otro grande, Francisco Aldana, pretendió disuadirlo para que eligiera una vida menos expuesta, respondiéndole Garcilaso en el antiguo castellano: “Yo acabaré, que me entregué sin arte/ a quien sabrá perderme y acabarme/ si quisiere, y aun sabrá querello/ que mi voluntad puede matarme/ la suya, que no es tanto de mi parte/ pudiendo, ¿qué haré sino hacello?”.
El propio Francisco Aldana (1537-1575), al que Cervantes llamó “El divino”, consagró su vida con la misma intensidad a las armas que a las letras. Luchó como bravo capitán en la batalla de San Quintín de 1557; cayó herido en Flandes; y murió combatiendo en la batalla de Alcazarquivir (1575), junto al rey portugués Don Sebastián, que luego estaría tres años enterrado en Ceuta. Fue amigo y protegido del Duque de Alba. Otro insigne, Lope de Vega, rimó para él: “Tenga lugar el Capitán Aldana / entre tantos científicos señores/ que bien merece aquí tales loores/ tal pluma y tal espada castellana”. Gil de Polo, escribió en aquella época: «Este es Aldana, el único monarca que, juntos, ordena versos y soldados». Y Aldana le contestó: «Mientras, cual nuevo sol, por la mañana / todo compuesto andáis ventaneando/ en mi jaca sin parar, lucia y galana/ yo voy sobre un jinete acá saltando/ el andén, el barranco, el foso, el lodo/ al cercano enemigo amenazando».
Diego Hurtado de Mendoza (1503-1575). Solado-poeta y diplomático. Autor de El Lazarillo de Tormes. Se distinguió en la revuelta de Siena y en la rebelión de los moriscos en las Alpujarras en 1568. Poeta satírico, que destacó con sus “Poemas al alma”. Hablaba griego, latín, árabe, italiano y español. En 1538 fue embajador en Venecia, y rimó para los embajadores: “¡Oh embajadores, puros majaderos/ que si los reyes quieren engañar/ comienzan por vosotros primeros”.
Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616). Soldado apodado el “Manco de Lepanto”. Cayó preso y sufrió largo cautiverio. Escribió el “Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha”, obra cumbre de nuestra literatura. Luchó en Flandes, con el Tercio de Lope de Figueroa; también contra los turcos en la galera “La Marquesa”, donde sólo se salvaron él y unos cuantos más. El ataque le cogió en la bodega del barco, donde se encontraba enfermo con fiebre. Por eso escribió: “Señores, ¿qué se diría de Miguel de Cervantes cuando hasta hoy he servido a Su Majestad en todas las ocasiones de guerra que se han ofrecido? Y no haré menos en esta jornada, enfermo y con calentura”. Fue herido dos veces, en el pecho y en el brazo izquierdo, empuñando la pluma tan certera con su “gloriosa mano diestra”. Rimó para la reina Isabel: “Serenísima reina, en quien se halla/ lo que Dios pudo dar a un ser humano:/ amparo universal de ser cristiano/ de quien la santa fama nunca calla/ arma feliz, de cuya fina malla/ se viste el gran Príncipe soberano/ a quien fortuna y mundo se avasalla/ ¿Cuál ingenio podría aventurarse/ a pregonar el bien que estás mostrando/ si ya en divino viese convertirse?/ Que, es mortal, habrá de acobardarse/ y así le va mejor sentir callando/ aquello que es difícil de desdecirse”.
Félix Lope de Vega (1562-1635). Llamado el “Fénix de los Ingenios” y “Monstruo de la Naturaleza”. Soldado en el Tercio de Lope de Figueroa. Luchó en numerosas batallas, en la infortunada Armada Invencible; en la batalla naval de las Azores, enrolado en la expedición de Don Álvaro de Bazán, la primera gran contienda de la historia entre galeones, en la que España consiguió una aplastante victoria frente a la escuadra franco-portuguesa; así como en la defensa de San Mateo, donde estuvo acorralado por tres galeones franceses. En uno de sus poemas recogía: “Ceñí en servicio de mi rey la espada/ antes que el labio ciñe el bozo/ que para la católica jornada/ no se excúsele generoso mozo/ De pechos sobre una torre/ que la mar combate y cerca/ mirando las fuertes naves/ que se van a Inglaterra/ Las aguas crece Belisa/ llorando lágrimas tiernas”.
Francisco de Quevedo (1580-1645). Prestó servicios como espía. Era cojo. Luchó en Italia a las órdenes del Conde de Osuna, que en 1618 lo utilizó en su malogrado intento de anexionar Venecia a la corona española, siendo apodado por los turcos “El Virrey”, por lo audaz, intrépido y temerario que era en sus acometidas con la espada; pero tuvo que huir disfrazado de mendigo. Autor, entre otros muchos poemas de: “Madre, yo al oro me humillo/ él es mi amante y mi amado/ pues de puro enamorado/ de continuo andar amarillo/ que, pues, doblón o sencillo/ hace todo cuanto quiero/ poderoso caballero es don dinero”.
Pedro Calderón de la Barca (1600-1681). Soldado-poeta. El más invocado en la milicia. Escribió: “Este ejército que ves/ vago al hielo y al calor/ la república mejor y más política es del mundo/ en que nadie espere que ser preferido/ pueda por la nobleza que hereda/ sino por la que en él adquiere/ porque aquí a la sangre excede/ el lugar que uno se hace/ y sin mirar cómo nace, se mira cómo procede/. “Aquí la necesidad/ no es infamia; y si es honrado/ pobre y desnudo un soldado/ tiene mejor cualidad/ que el más galán y lucido/ porque aquí lo que sospecho/ no adorna el vestido al pecho/ que el pecho adorna el vestido/. Y así, de modestia llenos/ a los más viejos verás/ tratando de ser lo más/ y de aparentar lo menos/. Aquí la más principal/ hazaña es obedecer/ y el modo como ha de ser/ es ni pedir ni rehusar/. Aquí, en fin, la cortesía/ el buen trato, la verdad/ la firmeza, la lealtad/ el honor, la bizarría/ el crédito, la opinión/ la constancia, la paciencia/ la humildad y la obediencia/ fama, honor y vida son/ caudal de pobres soldados/ que en buena o mala fortuna/ la milicia no es más que una/ religión de hombres honrados”.
Después del Siglo de Oro hubo estupendos soldados-poetas: Bernardo López García, “El poeta-cantor del Dos de Mayo” contra los franceses, con su oda: “Oigo, Patria, tu aflicción/ y escucho el triste concierto/ que forman tocando a muerto/ la campana y el cañón/ sobre tu invicto pendón/ miro flotantes crespones/ y oigo alzarse otras regiones/ en estrofas funerarias/ de la iglesia las plegarias/ y del arte las canciones (…) Suenan patrióticas canciones/ cantando santos deberes/ y van roncas las mujeres/ empujando los cañones/ al pie de libres pendones/ el grito de patria zumba/ y al suelo le falta tierra/ y el ruido del cañón retumba/ y el vil invasor se aterra/ sin que quede suelo para abrir tanta tumba/ ¡Mártires de la lealtad/ que del honor al arrullo/ fuiste de la patria orgullo/ y honra de la humanidad/ en la tumba descansad/ que el valiente pueblo ibero/ jura con rostro altanero/ que hasta que España sucumba/ no pisará vuestra tumba/ la planta del extranjero”.
Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891). Soldado-cronista de la Guerra de África de1859-60, relatando la llegada a Ceuta de 466 voluntarios catalanes: «Son las cinco de la tarde y vengo de presenciar una escena arrebatadora. Prim arenga a la compañía de catalanes voluntarios: ¡Soldados!: Vosotros podéis abandonar esas mochilas, que son vuestras; pero no podéis abandonar esta bandera, que es de la Patria. Yo voy a meterme con ella en las filas enemigas. ¿Permitiréis que el estandarte de España caiga en su poder?. ¿Dejaréis morir solo a vuestro general? ¡Soldados! ¡Viva la reina! ¡Viva España!”. Todos le siguieron, y la batalla de Los Castillejos se ganó, junto con los demás miles de españoles. Quién iba a decirles a Prim y a aquellos catalanes, que muchos murieron por España y su bandera, que hoy, bandera y España, iban a estar tan vilipendiadas por otros catalanes separatistas radicales. Si levantaran la cabeza, de ver cómo está Cataluña, seguro que se volverían a morir.

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