Opinión

Las lágrimas del general Mariano Gómez-Zamalloa y Quirce

La figura del general Mariano Gómez-Zamalloa es una de las más grandes de la historia militar de España. Su humildad, su carácter campechano y el cariño en todo momento a sus soldados le hizo acreedor a lo largo de su vida de ser querido y respetado por sus soldados. Como el mismo decía: “cuando más feliz me encuentro es cuando estoy rodeado de mis fieles regulares”. Era respetado, y hasta admirado, por sus enemigos, como así lo manifestó el general Enrique Líster del ejército republicano: “el general Zamalloa fue el héroe del Pingarrón sin lugar a duda alguna”.

Los zarpazos de las desgracias

El teniente general Mariano Gómez-Zamalloa nació en A Coruña y, siendo todavía un joven imberbe con 15 años, ingresa en la Academia de Infantería en Toledo. Tres años después y luciendo las estrellas de teniente, es destinado a un regimiento de infantería en Melilla, donde pasaría largos años en Marruecos, la mayor parte en unidades de regulares. Él presumía de ser un héroe de cuatro guerras, Marruecos, España, División Azul en Rusia y la última, la de Ifni. Fruto de esas cuatro campañas, en su cuerpo llevaba 19 heridas y varias esquirlas de metralla, todas ellas en acción de guerra. Tiempo antes de su muerte, en una entrevista de un periodista de ABC dijo: “en una operación me extrajeron dos trozos de metralla en ambas piernas. Si yo hubiese hecho la guerra detrás de una mesa y un mullido sillón como otros, llenos de prestigio y de honores y prebendas, a mí no me pasarían estas cosas, pero me siento orgulloso de mi actuación, y lo único que siento es no haber podido hacer más por mi Patria”.
Los zarpazos de las desgracias se cebaron con este prestigioso soldado, que perdió a su mujer Carmen Menéndez López, cuando sus cuatro hijos era aún menores. Cabe destacar la ayuda de su suegra, quien se hizo cargo de los pequeños. Para colmo de esta tragedia, los tres hermanos de su esposa militaban en el Bando Republicano, de los cuales uno fue detenido en Calatayud en plena guerra y tras Consejo de Guerra fue fusilado; los otros hermanos al finalizar la guerra se exiliaron a México.
Aún le llegaría otra desgracia. Su hijo mayor, Mariano, que terminaba la carrera de Ingeniero, y en plena juventud, tras una enfermedad fallecía a temprana edad. Los otros tres hijos era Juan Antonio, fallecido de general, y casado con una tinerfeña, Jaime, fallecido de coronel de Infantería, y Gonzalo, el pequeño sacerdote agustino que ejercía como párroco en una iglesia de Madrid. Este, en una noche de verano mientras viajaba en tren a San Sebastián para visitar la tumba de su madre, salió al pasillo del vagón y, sin conocerse las causas, cayó del tren, falleciendo en el acto. A pesar de estas desgracias, los que le querían y admiraban, como el general Millán-Astray, al enterarse de la muerte de su hijo Gonzalo le envió un telegrama que así decía: “recibe querido hijo mejor infante español testimonio de nuestro mayor dolor. Dios te escogió para someterte. Te abrazo con infinito amor. Jose Millán-Astray”.

En Ifni con sus soldados en las trincheras

Tras ser nombrado gobernador de Ifni-Sáhara, y nada más llegar y tomar posesión de su cargo, en una locución a través de la emisora Radio Ifni, así se expresó: “no vengo en son de guerra, sino de paz y a trabajar estrechamente con vosotros para el mayor engrandecimiento y para el bienestar general. En mí siempre encontrareis el consejero y amigo. No dudéis en acudir a mí ante cualquier dificultad”.
El general Zamalloa, como buen soldado, no esperaba a las informaciones de su Estado Mayor. Por el contrario, no dudaba en presentarse en las posiciones para visitar y escuchar a sus soldados. De hecho, en una ocasión se presentó en las posiciones de Id bel Hach, como se puede observar en la fotografía que acompaña a este artículo. En otra ocasión hizo lo mismo en una posición para estar con sus soldados, la cual bautizó con una botella de champan que vació en la posición con el nombre de ‘Wad-Ras’, en reconocimiento a la compañía de Ametralladoras ‘Wad-Ras’, que guarnecía dicha posición, y sobre todo en reconocimiento al heroísmo demostrado por los soldados de dicha compañía en los distintos combates en que intervinieron. Esto se puede comprobar por datos y fotos que me envió mi buen amigo Mariano Cañas Barrera, teniente en dicha compañía en Ifni, y fallecido hace un año de coronel.
En una entrevista que el periodista Tico Medina le hizo al general Zamalloa en su domicilio así se expresaba: “yo soy muy llorón, pero me emociono de alegría cuando estoy con mis soldados”. No se equivocaba el general Zamalloa, porque en Ifni tuvo que tragarse muchas lágrimas ante los cadáveres de los tenientes, Carrasco Lanzos, Ortiz de Zárate, Polanco Mejorada, y de soldados como José Vinagre Escobales o Joaquín Fandos Martínez, contabilizando un total de 184 muertos, 500 heridos y 54 desaparecidos. Las visitas que realizaba a los heridos al Hospital Militar de Ifni eran incontables. Este era un gran soldado cuya luz de su despacho permanecía encendida muchas noches hasta altas horas de la madrugada redactando órdenes. Así lo avala el texto de una carta de puño y letra del general Zamalloa, lanzada desde un avión Junkers del Ejército del Aire a muy baja altura, a los defensores de un puesto cercado por los rebeldes.
Gómez-Zamalloa tenía un gran amor a sus soldados y un trato muy campechano rompiendo formalismos. De hecho, hay un hecho que así sucedió cuando el entonces cabo 1º José Galán Flores cierto día le corresponde comandante de la Guardia en el Palacio del Gobierno General. Cuenta José Galán, hoy Guardia Civil retirado en Teruel, que vio bajar al general y fue raudo a darle las novedades, pero al no haber estado nunca tan cerca de un general se sintió nervioso. El general Zamalloa, viendo la actitud del cabo 1º Galán le alargó el brazo sobre el hombro y con tono socarrón le dijo: “¡tranquilo no estés nervioso!”. Acto seguido, le preguntó si fumaba y como le dijo que sí, extrajo el general de su bolsillo un cigarro y le dijo: “¡te lo fumas a mi salud!”. Asé era el general Zamalloa.
Aunque el general Gómez-Zamalloa ya no está entre nosotros, sigue en vigor la célebre frase de un general americano: “los viejos soldados nunca mueren, solo se desvanecen”, general Douglas Mac Arthur del ejército de EE. UU.

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