La vieira es un sencillo bivalvo de diez a doce centímetros de longitud que se caracteriza, entre otras  razones,  por tener una valva plana y otra convexa. Aunque hasta hace unas tres décadas era poco conocida pero actualmente, gracias a los medios de comunicación y transporte, su consumo se ha extendido de tal forma que ya a nadie le extraña su presencia en nuestros bares y restaurantes.

A poco que indagásemos sobre este molusco,  nos daríamos cuenta de las muchas utilidades que ha tenido  a través de los tiempos. Sorprendiéndonos porque ya en la prehistoria, más concretamente en el período neolítico, eran utilizadas  para decorar las vasijas de barro fresco presionándolas con los rebordes estriados de estas conchas, generando lo que ha dado en llamarse ”cerámica cardial”. Posteriormente, los legionarios romanos la portaban a modo de fetiches o amuletos creyendo que les protegerían de cualquier adversidad durante sus expediciones militares. Igualmente eran utilizadas como recipientes a la hora de beber en fuentes , manantiales , ríos… en lugar de hacerlo con las manos o directamente con la boca. Hoy en día, vemos como ciertas agrupaciones  folklóricas, incluidas las gallegas,  las usan  como instrumentos musicales para incrementar el ritmo de sus canciones frotándolas entre sí. Igualmente he tenido la oportunidad de observar cómo las valvas planas son usadas como material de construcción,  colocándolas en forma de escamas en las fachadas de algunas casas o iglesias (por ejemplo, en la isla de La Toja), o cómo las cóncavas se  representan esculpidas en piedra para resaltar o ennoblecer viviendas o palacios,  como por ejemplo, “ la Casa de las Conchas de Salamanca”. Por otro lado,  es muy llamativo el caso de la iglesia de “La Peregrina”, en Pontevedra, porque cuando la diseñó Antonio de Souto  quiso darle forma de vieira a la planta de dicho templo. También  en la pintura, como en la escultura universal, la vemos representada en numerosas obras, tanto en las de carácter religioso como en temas profanos, como en el famosísimo “Nacimiento de Venus “ de Botticelli.

A diferencia del peregrino medieval que la portaba en la capa o en el sombrero a modo de  credencial compostelana, el actual la cuelga orgulloso de la mochila manifestando su peregrinaje a  Santiago , y que compartiendo con los demás su agua, sus viandas, vivencias y jornadas, hace honor a ese símbolo,  que representa la mano abierta henchida de generosidad del que camina con fe.

Finalmente,  en el Camino, cuando cansado titubeas la dirección a tomar, es gratificante ver en cerámica su esquemática figura amarilla sobre fondo azul guiándote, algunas veces, en medio de la nada.

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