William Griffith y Bob Smith dieron forma un 10 de junio de 1935 en Akron (Ohio, EEUU) a Alcohólicos Anónimos, una asociación sin ánimo de lucro que 79 años después se ha extendido por todos los rincones del planeta con el único objetivo de rescatar a quienes pretenden escapar del infierno de la bebida.
Hoy cuenta con 114.000 grupos en todo el mundo y presencia en casi 160 países. Por encima de esas cifras sobresale el dato de los tres millones de miembros que pueden presumir de “vivir en sobriedad”. El grupo, que camina hacia su tercera década de presencia en la ciudad, celebrará la efeméride este jueves, a partir de las 20:00, con una charla informativa en la Parroquia de Santa Teresa.
Entre los asistentes volverá a sentarse Paco C., uno de los veteranos. Recuerda la fecha exacta en la que decidió alejarse de la botella: un 13 de marzo de 1985. Tenía 47 años y reconoce que su vida tomó un nuevo giro “por un impacto emocional”. Con esa expresión define la impresión de ver a su esposa y a una de sus hijas llorando presas de la frustración, impotentes tras intentar sin éxito una y otra vez que se apartara de la bebida, que “dejara de hacer cosas que no eran normales”. Asume que “cuesta mucho” dar el golpe de timón, pero anima a todos los enfermos a seguir sus pasos por su beneficio propio, pero también “por la familia, que es lo más maravilloso que tiene cualquier persona”. A partir de ahí, se acercó a la entonces Area, el grupo precursor de Alcohólicos Anónimos en Ceuta, y recibió el calor de aquel salón de terapias. Luego vendría un Programa “de 24 horas” y “la suerte de continuar, porque no todo el mundo puede hacerlo”. Y, por encima de todo, la obligación moral de volcarse ahora en quienes le necesitan, la forma de “devolver tantos años después” todo lo recibido.
Más tiempo aún acumula Camilo, que como Paco C. recita con exactitud la fecha en la que dijo adiós al alcohol: un 13 de agosto de 1980. Asume que llegó hasta Alcohólicos Anónimos transformado en una “piltrafa humana”, condición a la que le relegó la bebida y de la que le rescataron los integrantes del grupo. “El programa, con sus doce pasos, me convirtió en una persona útil, contenta y entusiasta en todas las facetas de mi vida”, libre ya del deterioro “físico, mental y espiritual” en el que había caído. En la asociación descubrió “sobre todo, la sensación de pertenencia a un grupo, compartiendo vivencias con personas que también estaban afectadas por el problema y decididas a ayudar”. Desde aquel día no ha probado la bebida. “Ni he pensado en ella un minuto”, celebra echando la vista atrás. “No cambio ni un día bueno de aquella vida por uno malo de ésta”, insiste.
Sus historias, y su mano tendida hacia las víctimas de la bebida, se oyen en la sede de la calle Juan de Juanes cada semana y, este jueves, en la Parroquia de Santa Teresa.
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