El paso fronterizo del Tarajal se construyó como un monumento a la inseguridad. Ese laberinto de puntos de control queda mermado desde el primer momento en que seguridad y rentabilidad económica chocan.
No es más que el fiel reflejo de esa doble moral que nos persigue hasta convertirse en santo y seña. Queremos agilidad pero también queremos vivir en una ciudad segura. Y eso es un imposible.
Esa aspiración desaparece desde el momento en que nuestros ojos topan con esa fotografía, esa imagen difundida por la Guardia Civil en la que se aprecia a un inmigrante dentro del salpicadero del coche. No se sabe dónde empieza el inmigrante y dónde termina el reducido hueco en el que se le ha obligado a hacer viaje. Cruel, inhumana, fiel reflejo de la esclavitud de este siglo... esa foto debería causarnos tal vergüenza a todos que agotara, de un plumazo, cualquier protesta que se haga cuando las colas nos desesperen o cuando la cartera no aparezca tan llena.
Resulta imposible ejercer un control como tal en el Tarajal. Misión de la clase gobernante es defender lo contrario. Ellos lo saben, les pagan por contar mentiras piadosas. Nosotros lo sabemos, nos hemos acostumbrado a escucharlas sin rubor alguno. Es el juego. El juego que lleva manteniéndose los mismos años que lleva operativa una frontera a la que se le paró el reloj, que se quedó pasos atrás, bloqueada, sin saber reaccionar ante un incremento de población desmesurado y ante unas prácticas mafiosas de los que viven explotando a inmigrantes, sin importarles las condiciones en las que éstos intentan alcanzar el buscado ‘otro lado’.
¿Qué habría que hacer para detener a todos estos explotadores, salvar a esos inmigrantes, garantizar la seguridad que nos venden? De entrada echar mano de las excavadores y derribar la frontera para construir una nueva. Pero eso es un imposible, lo sabemos, por eso arrastramos parcheos, habilitamos soluciones que no dejan de ser mediocres salvavidas y todo para mantener la que, quizá, es una de las fronteras más vergonzosas conocidas.
Seguiremos narrando tragedias, contando milagros, lamentando episodios... no nos queda otra desde el primer momento en que unos y otros apostaron por mantener una arquitectura tan esquizofrénica que hoy es imposible entenderla.
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