Singular vena. Esa que sale cuando menos te lo esperas para poner de manifiesto el verdadero yo. La que yace hasta que algo o alguien provoca su reacción. La que pone de manifiesto quién eres realmente, qué te gusta y qué te enerva. Esa vena incontrolable que en algunos cosas se manifiesta en cuellos hinchados y en otros en incontinencia verbal mediante la que brota el verdadero yo de las personas.
La vena se altera, crece y se manifiesta en ocasiones esporádicas.
Puntuales.
Pero suficientes para mostrarte al mundo tal y como eres verdaderamente.
En algunos surge ante las situaciones de injusticia.
En otros ante un posible agravio personal.
Y en otros, se manifiesta al sentirse amenazados por algo.
Como consecuencia, en apenas segundos o minutos ves a la persona en cuestión de una manera totalmente diferente.
La ves como es y no como quiere que la veas. El hecho de vivir en sociedad influye en algunas personas de manera exagerada, hasta el extremo de querer agradar a todos, lo cual es una misión imposible, a la vez que frustrante ante la imposibilidad de su consecución.
Estos días ha salido en demasiadas personas la verdadera vena irrespetuosa con el que no es igual que el que la manifiesta. La vena del rechazo total a lo diferente, mediante la crítica, la burla y a veces incluso el insulto.
Esa vena no distingue entre clases sociales, sexos ni edades. Se puede manifestar y, de hecho, se ha manifestado en hombres, mujeres, jóvenes, menos jóvenes, universitarios o analfabetos. Desde quienes representan a colectivos a quienes expresan solo su sentir.
La vena puede tener un efecto contagio altamente peligroso para la paz social porque puede provocar la alteración y puesta en funcionamiento de otras venas ajenas pero similares o, encontrar el rechazo frontal a la misma por parte de quienes tengan que soportarla.
Y miren que es fácil respetar (que no tolerar) a cualquier ser humano. Pero a veces, la ignorancia recalentada por el miedo termina encendiendo venas y odios viscerales que en nada nos benefician. A ninguno. No nos damos cuenta de que cuando se está en el mismo barco, remar en diferentes direcciones no nos lleva a ninguna parte. Y no nos damos cuenta de lo necesario que es respetar a los demás, sobre todo cuando no son ni piensan igual. Cualquier actitud de “tolerancia” no muestra más que la existencia de un pensamiento condescendiente con el otro que sólo espera, un mínimo respeto entre iguales.