El alimento de los dioses es una obra crítica muy interesante, plena de saludable ironía y humor sobre una de las grandes exageraciones de nuestro tiempo: la ciencia como Prometeo del porvenir de la especie humana. La potestad de esta palabra en boca de sus sacerdotes y oficiantes adquiere una sonoridad fonética que produce una honda impresión sobrecogedora que empequeñece y vuelve mudo al más locuaz. Con este texto hemos pretendido celebrar la lucidez de H. G. Wells y su capacidad para comprender algunos de los aspectos más estúpidos del linaje humano, capaz de cualquier cosa si esta es posible realizarla y, por supuesto, sin reflexionar sobre las consecuencias derivadas de estas realizaciones. A través de ciertos personajes inventados pero existentes, insinuados y a la vez revelados, trazos de la realidad que nos conforma tal y como somos. Simples ficciones que revelan algo de nuestra peculiar fauna ceutí, de la que obviamente formamos parte, ignoramos si nos hemos acercado al objetivo, con un gran deseo de compensar la visión de Ceuta que desde los megáfonos acólitos al poder se propagan con cierto veneno alienante. Forma parte de nuestra particular visión, una entre muchas y sin más pretensión que desarrollar algunas ideas que pudieran contribuir a conectar con algunas mentes inquietas a través de los hilos invisibles que se tejen gracias a la opinión escrita. No somos ejemplo de nada y al ser partícipes del juego social y mediático, posiblemente estamos también impregnados de los mismos errores que estamos denunciando en esta página. No obstante, sí que nos impele el sincero ánimo de mejora moral y, realizando estas críticas, observamos también lo que necesitamos enmendar de nosotros mismos, que no es poco. Mr. Wells se dio perfectamente cuenta del peligro que se cernía sobre nuestra especie y, a pesar de su cercanía literaria a la ciencia, se ofreció a criticarla tanto para satirizar a los vanidosos del conocimiento como intento de aviso a navegantes del futuro. Su literatura es como una metáfora de su máquina del tiempo, que viaja siempre hacia el futuro, perpetuada a través de las ediciones de sus obras. Nuestra crítica está enfocada de manera más genérica al ámbito del conocimiento y se refiere especialmente a las pequeñas miserias que concurren en nuestra Ceuta, bonita y marinera.
A pesar de que el “nef” es algo que los más ilustres sufíes aconsejan mantener muy a ralla, en Ceuta hay algunos que levitan de ego. Entran en éxtasis de tanto que se adoran y, sobre todo, por los meapilas que llevan alrededor como una cohorte de moscas tóxicas. Estamos hablando de personas relacionadas con el conocimiento y que trabajan por amor a sus egos sobre todas las cosas. Claro, en esta autopropulsión hacia el amor a sí mismos, las pedorretas son inevitables y la pose carpetovetónica es el añadido que corona el cuadro extemporáneo de estupidez anacrónica. Ser mucho y hacer poco es el lema de puro cuño caballa, tierra improductiva, plena de oportunistas que convierten el saqueo de las arcas públicas en uso y costumbre. No se trata de una crítica al conocimiento, pues sería bastante contradictorio por nuestra parte, además de profundamente rancio, sino a la petulancia de algunos que están relacionados con estos asuntos en nuestra ciudad. Es una historia que se repite en muchos otros lugares, si bien nada tan desproporcionado como la mediocridad jocosa de los personajes que pululan por los enclaves pequeños y de rancio abolengo como el nuestro. Permítannos adentrarnos en nuestro articulito de opinión haciendo un simple paralelismo entre dos ciudades con ciertas similitudes y grandes diferencias.
En Hong Kong, a diferencia de Ceuta, existe un modelo depredador productivo y salvajemente capitalista. Es una urbe artificial que está naturalizando ciertos sectores para incrementar la calidad de vida de los ciudadanos, su renta per cápita es asombrosa y los niveles de paro ridículos. En Ceuta, a diferencia de Hong Kong, el sistema es económicamente insostenible, no cesa de incrementar su deuda y los puestos de trabajo políticos se han convertido en una plaga. Tiene un medio marino con unos niveles de naturalidad envidiables y un potencial de explotación sostenible. Estas dos ciudades presentan dos modelos de desarrollo que se encuentran en extremos opuestos: Hong Kong la fuerza de la productividad económica y la mentalidad emprendedora y Ceuta es la abanderada de la subvención y la mentalidad de la improductividad. En este escenario se representa nuestro drama, así que usando la vanidad como hilo conductor aniquilador y mediocrizador de nuestra sociedad intentemos reflexionar, con cierta ironía, sobre aspectos perversos del conocimiento y sus secuelas.
La vanidad a través de la obra pública es una de las afecciones morales asociadas al conocimiento que más problemas está creando en el urbanismo de la ciudad y también en la viabilidad de sus cuentas. Aquí, en Ceuta, la irresponsabilidad económica, que está enraizada en el tejido social, es bastante notable y una de ellas está también ligada al conocimiento mal empleado. El ejemplo máximo es la Manzana del Revellín, pero también existen otros como por ejemplo la obra del parque de San Amaro, en esta subsiste la idea (a moderada escala si se compara con el dislate presentado por el autor inglés) del “si es posible, hágase” que tanto denuncia la novela del genial escritor inglés, de lo contrario, no se explica lo elevado del mantenimiento del parque y los ridículos altavoces incrustados en los muros de la parte alta de los senderos. Aquí, además hay árboles en maceteros inmensos en vez de plantarlos directamente en la tierra y de esta manera aprovechar el suelo vegetal que ofrece gratuitamente el parque. De todo esto son capaces personas con formación científica cuando persiguen sus sueños e ideales sin contextualización, y estas cuestiones son las que denuncia precisamente nuestro admirado Wells.
La divulgación y el control del conocimiento como alimento del ególatra es otro de los problemas que deseamos resaltar como parte de la estéril parálisis crítica en la que nos encontramos inmersos, y que en la obra de Wells se refleja, en parte, a través de sus alusiones sobre las inefables pláticas entre sesudos científicos de una disciplina en la que se alaban los unos a los otros ante un público que sufre en cómplice silencio. El supuesto conocimiento y su control y administración, en el que hemos basado nuestra crítica, vuelve a ser el principal alimento para el ego de un puñado de petulantes que se creen mejor que otros por mediación de un complejo severamente condicionado, y a los que se une una inacción productiva y de capacidad portentosa. Aquí, el ser un carguillo de sonido rimbombante, toma el control total sobre el hacer productivo y, por lo tanto, cabe indicar que las capacidades, como muchos aspectos de la vida de un ser humano, deben entrenarse y para ello la perseverancia y la dedicación productiva suele llevar a cabo resultados sorprendentes deteniendo las ínfulas del ego. Como la petulancia lleva a la alienación, y esta puede hacer muy buenas migas con cierto tipo de demencia con difícil diagnóstico, pues aqueja a amplias capas de la sociedad, no estaría mal reflexionar sobre las posibilidades que nos puede deparar el futuro, tal y como se desarrolla en la novela de Wells. No obstante, la casta de los iluminados ceutíes da para mucho más, y en la sección de las vanidades supremas se encuentran aquellos que se distinguen bien por sus obvias pequeñeces en el campo del conocimiento y por el mucho pisto que se dan ante su audiencia de secuestrados exhibiendo sus recíprocos adulajos entre los mismos de siempre . No obstante, con obras tan discretas sorprende tanto delirio, que prestamente apuntalan al ofrecer apoyo, coartada y cuartelillo a los idólatras del capitalismo científico más alienado (máxima producción en el menor tiempo posible en los voceros del sistema, especies y hábitats como recursos legítimamente explotables desde el punto de vista científico para mayor gloria del simple conocimiento). En el ideario de estas mentes privilegiadas, cabe perfectamente que se realicen tropecientas investigaciones sobre el mismo objeto en el mismo puñetero lugar con el fin de engrosar solamente las carteras curriculares y los bolsillos de algunos. No se cuestionan si son necesarias y convenientes las investigaciones o no para Ceuta, lo importante es continuar levitando, vivir de la alusión del gran oficiante de la ceremonia y, sobre todo, disfrutar sabiéndose partícipe del magno acontecimiento. Acaso un pequeño reflejo nostálgico hacia lo que no puedo ser, a los rebeldes, aquellos que no se dejaron fagocitar (malditos renegados de la sumisión, desafectados del sagrado y estéril “cuanto sé yo” para glorificación de los gurúes de las pláticas y los actos de fervor académico, malandrines de la independencia de ideas, contrincantes eternos del criterio único de los magníficos grandes pensadores ceutíes de los tiempos modernamente carpetovetónicos, en definitiva libres e indomables necios). Vueltas y vueltas a lo mismo sin crecer en ningún sentido, productividad inalcanzada, cuánto tiempo se ha perdido en Ceuta. Otras modalidades del ególatra buscan con desasosiego convertirse en un magnate de las conferencias del pueblo, gusta de invitados de renombre nacional o internacional para mayor gloria suya y del estamento al que representa. Al contrario que otros que están en los cargos por amor al ego y porque nadie los quiere ocupar, este último representante se une místicamente a la jefatura y se mantiene a través del tiempo agarrándose a un clavo ardiendo y no se ruboriza cuando indica abiertamente que el estamento es él. Representa a la mentalidad elitista por antonomasia pero poco interesado por la creación intelectual en sí misma, de lo que gusta es de la tramoya y de la puesta en escena, es decir, del escenario público bien pagado con fondos públicos. Este tipo de personajes suelen ser pelotas recalcitrantes que aguantan en el puesto porque obviamente hacen lo que le ordenan borreguilmente.
En Ceuta hay mucha tarea que realizar por lo que el ensimismamiento del estudioso no debería conducir a la desafección y alejamiento del compromiso social. Este concepto fue tratado por Mumford y creemos que puede ser un buen epílogo para estos exagerados comentarios que hemos desarrollados en torno a la obra de Wells y a algunos de los problemas enquistados que persisten en nuestra Ceuta.
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