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La Universidad de Ceuta

El Campus, la Biblioteca y el Teatro, es decir, la Educación y la Cultura, otorgan a la ciudad la última oportunidad para crecer y dejar de ser mantenida, criminal y sumidero de droga

 

Viejo anhelo de Ceuta, tras años de dudas, retrasos y vergüenzas, después de navajadas traperas de políticos mediocres y verborrea sin fundamento democrático, la Ciudad Autónoma cuenta con un Campus Universitario práctico, funcional y hasta hermoso, un espacio que se erige sobre el antiguo acuartelamiento de Ingenieros y que llega incluso a mantener su nombre, Teniente Ruiz, en una decisión que se antoja más protocolaria que lógica, una sede académica que acoge en el curso incipiente a los primeros alumnos, lecciones magistrales e historias, esas vivencias eternas y ricas en el fondo y en la forma que terminan por tejer la tela que cubre el imaginario común de todo estudiante, de cualquier persona que haya tenido la suerte de pasar por la Universidad.
A mediados de la semana pasada, el presidente Vivas, y las consejeras Deu y Román acudieron hasta el flamante Campus para pasear por las instalaciones, descubrir aulas, superar pasillos, adentrarse en las entrañas del edificio e intersarse por las demasiadas cuestiones que aún quedan por resolver y con las que el curso nuevo echa a andar como si, tristemente, estuviéramos en campaña electoral y urgiera acelerar en aras de que la foto en cuestión materialice a tiempo la más espléndida de las sonrisas en el mejor de los proyectos ejecutados: Vótame.
Pero más allá de que, como el propio Vivas concedió, puesto que fue abordando cada cuestión analizando las posibles soluciones, el Campus Universitario abra sus puertas con la asignatura pendiente de remediar las copiosas deficiencias que ahora mismo presenta (biblioteca a medio gas; escasez en la cobertura de telefonía móvil; ausencia de un servicio de restauración y hasta de una cafetería; una residencia que carece de lavandería; o incapacidad para subsanar la falta de aparcamientos y presentar un complejo deportivo acorde con las demandas y el proyecto en cuestión), la apertura de este centro académico nace paralelo a un reto tan descomunal como hermoso, que trasciende el ámbito meramente estudiantil y atañe a la totalidad de la población de Ceuta y al futuro de la ciudad autónoma: dotar a esta región del andamiaje preciso para que la Educación (y por ende la Cultura) cale hasta el punto de erigirse en el pilar básico desde el que sostener un futuro más próspero, con una economía fuerte, aupada por una red empresarial envidiada en España y capaz de crear pleno empleo, y una sociedad instruida que conviva en ejemplar armonía y no en guerra fría, como ocurre en estos años de penurias. O sea, la materialización, intensa, veraz, sin fisuras y con determinación, de las palabras, hoy en día meros bosquejos de la existencia, que pronunció in situ el presidente Vivas: "Esto tiene pinta y sabor a Universidad".
La empresa es monumental, nada menos que dotar a Ceuta de una poderosa estructura educativa, imprescindible para crecer con vistas al futuro a medio plazo, puesto que no hay mejor inversión para un pueblo que la concerniente a la divulgación de conocimientos y valores, una tarea que también exige de la cooperación de una ciudadanía hoy dormida, cerril e indispuesta a crecer desde el conocimiento y el sacrificio.
Porque con el nacimiento y el posterior funcionamiento del Campus Universitario, Ceuta no se debate recibir a unos cuantos estudiantes más, oriundos de Granada, Málaga o Cádiz, ni siquiera aumentar el turismo con la previsible visita a lo largo del curso de los familiares y amigos de los escolares, sino que se juega dar un puñetazo en la mesa y presentar unas credenciales (con resultados) de una envergadura tal que consiga borrar la imagen bien difuminada, bien manchada que se tiene allende los mares y que, por cruel que sea, escupe la jodida realidad: Ceuta como ciudad de funcionarios remunerados con un sueldo que prácticamente dobla al que perciben en la península; Ceuta como lugar subvencionado hasta ser un lastre; Ceuta como puente de hachís; Ceuta como creciente sumidero de yihadismo; Ceuta como coches en llamas dentro de un garaje; Ceuta como territorio en el que la inseguridad ciudadana crece cada día que pasa sin que ningún Cuerpo competente atine a atajar la dolorosa sangría.
La consagración de una esfera educativa potente, con ambiente estudiantil intenso, foros culturales y celebraciones municipales que fomenten las inquietudes intelectuales incluidas, no evitaría de un plumazo que en Ceuta hubiera incendios o narcotráfico, no apartaría a ineptos con cargos trascendentales y ni siquiera alcanzaría en cinco años para que no fuera preciso recibir escandalosas partidas presupuestarias otorgadas desde Madrid, como ocurre hoy en día, pero desde luego que no existe mejor fórmula de avanzar hacia un futuro más justo y superior, y así lo corroboran a modo de ejemplo cientos de años y un sinfín de territorios del mundo, que dotando al conjunto de la sociedad de una buena educación que permita a las generaciones venideras combatir y derrotar los males acechantes, perfeccionar el sistema democrático y acercarse a la bonanza en todos los ámbitos, una idea ésta que hoy se antoja imposible más que utópica.
La próxima apertura de la Biblioteca, la puesta en marcha del Campus Universitario y el Teatro del Revellín, con apenas un lustro de vida, pese a que los ajados y mugrientos aledaños inviten a pensar otra cosa, constituyen para Vivas una ocasión única de pasar a la historia de Ceuta no como el alcalde que se limitó a inaugurar tales centros, sino como el gran hombre que consiguió que el gusanillo de la Cultura picara a la sociedad ceutí, al pueblo que representa desde hace años, y para la propia ciudad una oportunidad histórica, acaso la última posibilidad que surja, de auparse en el tren del progreso y dejar apeado para siempre el infame furgón de cola en el que transita en nuestros días.

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