En aquellos años de la transición todos cuantos estábamos en la política tuvimos mucho que aprender y hacerlo en muy poco tiempo. Se pasaba de un régimen monolítico a la democracia. Resurgían viejos partidos –PSOE y PCE- y nacían otros de nuevo cuño.. UCD y AP.,
Llevado por una vocación que, aunque había sido concejal, desconocía que tuviese, pero que, al fin y a la postre, me venía de familia (mi abuelo Francisco Ruíz Medina fue alcalde interino de nuestra ciudad, mi padre Manuel Olivencia Amor fue alcalde titular de Ceuta en tiempos de la República y mi tío Francisco Ruiz Sánchez también lo fue en dos ocasiones- di un paso adelante y me decidí a participar activamente en la política nacional, ingresando en el partido capitaneado por Pío Cabanillas Gaya, que curiosamente llevaba el nombre de Partido Popular, y que pronto se incorporó a la UCD, la Unión de Centro Democrático encabezada por Adolfo Suárez, de la que fui Secretario Provincial en Ceuta. Pertenezco, pues, a aquella generación que supo pasar página y superar -según creíamos- los rescoldos de una contienda civil que nunca debe repetirse.
Sin tener la menor idea de cómo había que afrontar unas elecciones generales, llegaron las de 1977, la de la legislatura que después se llamó “constituyente”.
En mi despacho, puso manos a la obra un grupo inicialmente muy limitado de personas, que después fue creciendo hasta permitirnos tener interventores en todas las mesas electorales, e incluso varios apoderados. Buscamos candidatos idóneos (los ya difuntos Francisco Lería y Serafín Becerra para el Senado y el Dr, Antonio Domínguez para el Congreso) y aprendimos sobre la marcha a sacar adelante una campaña que resultó bastante dura, hasta ganar. Nuestros citados candidatos fueron los tres primeros parlamentarios por Ceuta en la época que entonces se iniciaba.
Pero lo que más me interesa tratar hoy es cómo fueron en aquellos años las relaciones, a nivel local, entre los dos grandes partidos de entonces, la UCD y el PSOE.
Pasados unos meses de mutuo recelo y de enfrentamiento, el espíritu de la transición, ese creciente ánimo de consenso y concordia que la impregnó, llegó a nuestra ciudad., culminando en la campaña del referendum sobre la nueva Constitución. Hombres como los desaparecidos Francisco Vallecillo y Fructuoso Miaja supieron interpretar aquel espíritu, de manera que incluso colaboramos a veces, intercambiándonos telefónicamente, al final, los datos que íbamos conociendo sobre resultados en las diversas mesas. Esos contactos prosiguieron, hasta tal punto que el día siguiente a aquel en que fui elegido Diputado por Ceuta, en 1979, lo primero que hice fue ir a aquel Bar llamado El Noray, propiedad de Fructuoso Miaja, allá en las Puertas del Campo, para darnos un abrazo fraterno. Nuestra mutua mistad y nuestro amor por Ceuta estaban por encima de los idearios políticos.
Siendo yo Diputado en aquella legislatura que recibió el nombre de “Primera”, Paco Vallecillo y yo mantuvimos bastantes contactos,.incluso .en su chalet-de Benítez, para intercambiar opiniones sobre temas que afectaban a nuestra ciudad.
Aquel PSOE, al que Felipe González enseñó a ser socialista antes que marxista, fue asumiendo su papel de partido moderado de centro-izquierda, plenamente integrado en la socialdemocracia europea, partidario de la pertenencia a la OTAN y a la antes llamada Comunidad Económica y hoy Unión Europea, un partido, en fin, que ha regido el gobierno de la nación durante más años que ningún otro, lo que todos los españoles vimos con naturalidad (incluso con Zapatero al frente), un partido consciente de la necesidad de tener Fuerzas Armadas, defensor de la vigente Constitución, de la unidad de España, activo partícipe en la lucha antiterrorista e impregnado de aquel espíritu de consenso y concordia de la transición. Un auténtico partido moderado, con sentido de Estado y fundamental para la lógica alternancia en el poder.
El pasado sábado, lo que estaba en el fondo de la borrascosa reunión que celebró el Comité Federal del PSOE no fue simplemente una lucha interna por el poder. Se discutía algo mucho más profundo, algo que podía afectar directamente al futuro de nuestra nación.
O el partido mantenía ese buen bagaje político que ha ido atesorando desde la transición, es decir, su carácter moderado, socialdemócrata, europeísta, defensor de la Constitución y contrario a cualquier experimento que pudiera afectar a la unidad de España, o se aventuraba al muy posible riesgo de abrir su puerta a la radicalidad. Su puerta y –lo que es más grave- la del gobierno de España.
Al final triunfó la sensatez, aunque muchos de los suyos todavía no lo comprendan.