Y quiso el tiempo del estío mandarnos una cita para que, de una manera instintiva, sin que la inteligencia tomara parte, sin que una voluntad ajena mediara, sin que nada ni nadie nos diera aviso, nos acercáramos una decena de tertulianos a nuestro lugar de tertulia en la Cafetería del Puente Almina. Y será mejor nombrarlos y sacarlos de la placidez y buen refugio del anonimato, a saber: Alejo LLadó Luengo, Miguel Agilar Ortega, Guillermo Bermúdez Sánchez, Gregorio Dorado Ortiz, Cayetano León Parrado, Juani Fortes Castillo, Jesús Zurita Prieto, Maribel Lázaro Durán, Manuel Castillo Sempere, Federico Gaona Roldán y Jesús León Rivera (ausente en la toma de la foto). Once tertulianos que, hoy quiso el misterio del azar, que encontrásemos un mismo tiempo para todos los allí presentes…
Mientras emborrono estas cuartillas y la reflexión, como una planta trepadora, va ascendiendo hacia el plano de la luz, me pregunto si es sólo el azar el causante de la reunión de hoy, o quizás, bajo el especto dubitativo y de una cierta incertidumbre del azar, se esconde otras razones más profundas que hacen que los caminos inescrutables de un grupo de personas, se entrecrucen en un lugar determinado y por un tiempo limitado a alguna que otra vuelta de las manecillas de un reloj…
Adelantada la reflexión, hemos de continuar anotando en el “Cuaderno de Bitácora*” lo que acontece y lo que estos contertulios van desgranando junto con el café de unos o las cervezas de otros.
La tertulia es como un ser vivo y autónomo, algo, pongamos, como nuestra propia ciudad, que: se expande, se estira; se va, se aviene; se alarga, se contrae; se agranda, se achica; se perfila, se desvanece; se nombra, se olvida; se agita, se aquieta; se queda antigua, se moderniza; se muere, se aviva; aparece, desaparece… Se da término hoy, para retornar con más brío mañana, a la manera del “Ave Fénix”: de sus cenizas; y, de nuevo, se vuelve a repetir el proceso, con la monotonía y constancia -yo dijera- del sonido metálico de las campanadas de la Catedral que, el aire expande como una caricia sonora por el ámbito de la urbe, dando voz de recogimiento, de devoción, a la llamada de la oración.
Pudiera parecer que la tertulia fuese cosa del pasado, del siglo XIX y XX, como aquella clásica y legendaria del Café Gijón de Madrid, donde regularmente acudían escritores de la generación del 98, como Ramón María del Valle-Inclán, o poetas de la talla de Federico García Lorca y Gerardo Diego, este último, de la generación del 27; e insignes investigadores y científicos como nuestro premio Nóbel: don Santiago Ramón y Cajal; o, políticos afamados como José Canalejas, que tomó su café hasta el día de su asesinato…
De tal manera, que si en estos días de modernidad, las tertulias no tienen el auge que antaño tuvieron, no es menos cierto que, en cierta manera, aún perviven en nuestra memoria colectiva; y, aquí, allá, y acullá, a menos que la ocasión se preste, se crean, de manera espontanea- como la nuestra- otras nuevas, que reemplazan en un nuevo tiempo, a aquellas legendarias y ya en la literatura, tertulias…
Y, a una mirada de soslayo al reloj, la aguja del minutero nos avisa que ya ha pasado casi una hora desde que principiamos la tertulia. Y, apenas nos hemos dado cuenta que el tiempo es inexorable; que el tiempo no tiene dueño y marca sus tic-tac sin que podamos hacer nada por detenerlo… La tertulia continua su curso y los tertulianos se enmarañan en discusiones con mil aspectos diferentes que, las hacen enriquecer de pura profusión de otras alternativas a las que cada uno quiere y desea expresar.
Y en este curso de discusiones, de dimes y diretes, Jesús, me apunta, que mi naturaleza anda sobremanera agitada por las cuestiones que expongo y debato. Y, yo, como en una disculpa, le digo que bien pudiera ser, pero que mis preferencias siempre han estado con el ser de Heráclito**; y que este nos dice: “Que la vida fluye, que aunque vemos el mismo río, el agua que corre nunca es la misma”; y, que, por tanto, debo de continuar agitado y acorde con mi fluir hasta que Dios lo quiera… Sin embargo, él, compañero de Parménides***, se siente compañero de lo absoluto, de lo inmutable, de aquello que no cambia y no está afectado por la incertidumbre del cambio constante de estos días…
Resulta curioso que cuando en un primer momento llegamos a la tertulia, deseamos debatir asuntos genéricos, que se alejen de nuestras cuitas y de nuestros conflictos personales; sin embargo, es una empresa difícil y, si me apuráis, yo diría que imposible; porque lo cercano, lo que se convulsiona dentro de nosotros, acaba, como no puede ser de otro modo, por salir y ver la luz a través de nuestras propias palabras… Y, es en este momento, donde nos desnudamos no sólo con las palabras ante nuestros amigos, sino que también nos desnudamos con los sentimientos que afligen y deambulan, ausentes, cavilantes, tal vez desesperanzados, en nuestras almas…
Y la saeta del reloj alcanzó el último minuto del tiempo acordado; y, cómo por un timbre o una llamada tácita, los tertulianos se van levantado, y en unos minutos las sillas del velador se van quedando vacías: ¡Hasta mañana!, ¡hasta la tarde!, ¡mañana no vengo, pasado nos vemos¡, ¡Mañana te diré algo, que hoy no me ha dado tiempo!, ¡no te preocupes, hay muchos días…!, ¡Bueno, lo dicho, hasta mañana!..
Y la tertulia, “La tertulia del Café del Puente Almina”, queda emplazada para otro día, que mañana, Dios mediante, unos acudirán a la cita, y otros, preocupados por diversos asuntos de mayor relevancia, esperarán a otra fecha… Sin embargo, en la redacción de estos párrafos, difuminados entre sus líneas, van entretejidos muchos de los sentimientos que me unen y, a la vez me atan, a esta ciudad milenaria donde las haya; a esta ciudad llamada Ceuta, que, desde la más pura nostalgia, ya no puedo dejar de desangrarme con ella.
Adiós...; adiós, compañeros de tertulia, adiós, compañeros… Conmigo vais, en mi corazón os llevo…
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* En la “Marina Mercante”, se conoce con el nombre de”Cuaderno de Bitácora”, al libro en el que los marinos, en sus respectivas guardias, registraban los datos de lo acontecido. Etimológicamente procede del latín habitaculum-de habito...habeo; indoeuropeo ghabh, dar, recibir. Antiguamente se decía bitácula.
En tiempos pretéritos, cuando los buques carecían de puente de mando cubierto, era costumbre guardar este cuaderno en el interior de la bitácora para preservarlo de las inclemencias. Es un libro en el que nos relata la vida o la experiencia de alguna persona en especial. También sirve en el desarrollo de un viaje para escribir en ella.
** “Heráclito (siglo VI a. de C.) fue un filósofo griego que se adelantó al pensamiento de filósofos contemporáneos. Las respuestas hasta ese momento sobre la verdad de lo que realmente existe eran diversas. Los cuatro elementos, inspiró a la mayoría de los filósofos presocráticos, como Thales que afirmaba que era el agua, o Anaxímenes que creía que era el aire o Heráclito que proponía que era el fuego.
Pero es Heráclito el que cambia totalmente de orientación del pensamiento al observar que todo en la realidad está en perpetuo cambio y que es imposible definir algo porque de inmediato esa cosa se modifica y ya deja de ser lo que era para ser otra.
Nunca tenemos la misma experiencia ni vemos dos veces lo mismo porque las cosas cambian en un constante devenir. Para Heráclito las cosas no tienen un Ser inmóvil siempre el mismo, lo que existe es un Ser en movimiento que se transforma. Por lo tanto para Heráclito sólo el cambio existe”.
Y, en el fluir del río, tenemos la imagen perfecta de su filosofía; pues, mientras el río permanece, sus aguas siempre fluyen y están en permanente cambio.
*** “Afirma Parménides en estas líneas la unidad e identidad del ser. El ser es, lo uno es. La afirmación del ser se opone al cambio, al devenir, y a la multiplicidad. Frente al devenir, al cambio de la realidad que habían afirmado los filósofos jonios y los pitagóricos, Parménides alzara su voz que habla en nombre de la razón: la afirmación de que algo cambia supone el reconocimiento de que ahora “es” algo que “no era” antes, lo que resultaría contradictorio y, por lo tanto, inaceptable. La afirmación del cambio supone la aceptación de este paso del “ser” al “no ser” o viceversa, pero este paso es imposible, dice Parménides, puesto que el “no ser” no es.
El ser es inmóvil, pues, de lo visto anteriormente queda claro que no puede llegar a ser, ni perecer, ni cambiar de lugar, para lo que sería necesario afirmar la existencia del no ser, del vacío, lo cual resulta contradictorio. Tampoco puede ser mayor por una parte que por otra, ni haber más ser en una parte que en otra, por lo que Parménides termina representándolo como una esfera en la que el ser se encuentra igualmente distribuido por doquier, permaneciendo idéntico a sí mismo.
Tradicionalmente se ha asociado este poema con la crítica del movimiento, del cambio, cuya realidad había sido defendida por el pensamiento de Heráclito. Es probable que Parménides hubiera conocido el libro de Heráclito, pero también que hubiera conocido la doctrina del movimiento de los pitagóricos, contra la que más bien parece dirigirse este poema. Especialmente si consideramos la insistencia que hace Heráclito en la unidad subyacente al cambio, y en el papel que juega el Logos en su interpretación del movimiento. Obviamente, en la medida en que Heráclito afirma el devenir, las reflexiones de Parménides le afectan muy particularmente, aunque Heráclito nunca haya afirmado el devenir hasta el punto de proponer la total exclusión del ser”.
NOTA: Agradecemos al encargado de la Cafetería del Puente Almina -Juan Luis Vives Rojas-, su cariñoso comportamiento con todos los tertulianos de esta peculiar y entrañable tertulia; pues más de una vez, en el transcurso nuestras acaloradas discusiones, dejados llevar por nuestra vehemencia, hemos alzado -el que suscribe en particular-, nuestras voces…