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La tertulia cofrade de la Peluquería Galindo

No sé si saben ustedes que hace algunos meses comenzó un nuevo curso cofrade de matrícula estival y reválida cuaresmal. Algunos de sus alumnos todavía oyen los postreros tambores lejanos de la última revirá y el redoble seco de palillos que acompaña los ecos de una saeta prendida y dormida en el balcón de la esquina de la calle Jáudenes. Para ellos el olor a incienso y azahar que nos embriaga la primavera se concentra durante el resto del año en un pequeño frasco de cristal esmerilado, en una diminuta naveta de reluciente metal, en un recoveco y rincón coqueto de nuestra querida ciudad, en un local discreto situado en la calle Isabel de Cabral. Para ellos una conversación que no termine con el estado del tiempo en la Cuaresma o en las últimas polémicas del seno cofradiero supone una frustración tan grande como el de la selección española de fútbol en el Mundial del Naranjito. ¿De quiénes estamos hablando? De los tertulianos de las cofradías. Aunque ustedes no lo crean, en Ceuta tenemos tertulias cofrades, que no declaran aún en Hacienda, y no aparecen como tales en nuestro callejero, ni siquiera en las búsquedas de Google. Poco a poco se las iré descubriendo. Os presento la primera.
Don Fernando Galindo Frías posee un curriculum vitae perfecto y completo para regentar la tertulia cofrade más famosa y con más solera de nuestra querida ciudad: la tertulia de la Peluquería Galindo. Como presidente en funciones permanentes, además de ser un gran cofrade –para mí sin duda el más completo de Ceuta­– es una excelente persona. Este artículo es un pequeño homenaje a un gran hombre, al que rindo pleitesía por su excelencia humana y espiritual. Entre sus numerosas virtudes destaca su paciencia y prudencia –cualidades no tan frecuentes en el capillismo–, y al unísono tan correcto y honrado como humilde, sufrido y sincero. Admiro la gracia, sin estridencias, con la que sabe fundir su sentimiento cristiano con las fiestas religiosas más populares. Con semejantes cualidades, era lógico que Fernando encontrara en el mundo cofrade la horma de su zapato. Además, se da el recóndito caso, que este cofrade memorioso, pero sin nostalgias, es tan fiel a las tradiciones como a la amistad leal y verdadera, todo un lujo en los tiempos que vivimos. En definitiva una “especie cofrade” en peligro de extinción. Desde antaño ha desarrollado una ardua carrera como maestro y amigo entrañable de la juventud cofrade. Sin ir más lejos, en su seno se ha gestado recientemente la creación de la Asociación de Cultural Cofrade Jóvenes Costaleros de Ceuta, constituida por sus novicios cofrades imberbes Juan Bueno y Carlos González, cuya presentación oficial será el próximo sábado 22 de febrero. Sin duda savia nueva, que buena falta nos hace, y no solo en la costalería precisamente.
La trayectoria de Galindo ha tenido siempre como denominador común la entrega constante e incondicional de los mejores años de su vida al apoyo de las hermandades caballas. Como cofrade ejemplar, reúne méritos más que suficientes, para el Escudo de Oro del Consejo de HH. y CC. de Ceuta, probablemente como ningún otro candidato propuesto. Espero que algún día se lo entreguen, pero eso sí, nunca a título póstumo. Porque si así fuese, aparte de injusto y anacrónico, Fernando no tendría más remedio que decir, y en otro escenario muy distinto al de la ceremonia de entrega, la famosa frase de Groucho Marx, “perdonen que no me levante”. Sin duda alguna, Galindo es lo mejor del mundo cofrade caballa, y el de mayor categoría humana de la tertulia, un ejemplo que deberíamos seguir todos los cofrades. Es una pena que, a pesar de su continuo esfuerzo, algunos de sus exalumnos, no precisamente los más avezados, hayan hecho caso omiso a sus enseñanzas. Así les va por la vida. Hay algunas actitudes y virtudes con las que se nace, y Fernando no siempre puede hacer prodigios. En su peluquería no hace todavía milagros en el contexto cofrade, aunque lo intenta y algunas veces algo consigue, siempre para el bien de los demás. Pero aquello de “Lázaro, levántate y anda”, es una frase bastante común después de cada pelado. Galindo es el símbolo de lo perdurable, de lo verdadero, de lo genuino, de lo intachable, de lo imperecedero. Fernando es un noble cofrade, perenne candidato a ser profeta en su tierra, que siempre ha luchado, contra viento y marea, por la espiritualidad y el sentido cristiano de las Hermandades. A pesar de todo, ha sobrevivido en el ascético y arcano bosque del mundo cofrade. Dispone de una red involuntaria y gratuita de información confidencial que ya le gustaría tener a la CIA. Conoce secretos y confesiones que él siempre guarda con lealtad y a buen recaudo. Si algún día escribiese y publicase sus memorias…
Sin levantar la vista de la cabellera, Fernando siempre está pendiente de los pequeños grandes detalles de la tertulia. No suele írsele ninguno, y si alguna vez ocurre no es preocupante, sin duda está haciendo la vista gorda, porque a veces, la mejor palabra es la que no se pronuncia. Tiene, eso sí, dos catárticos defectos que algunos no le perdonan: no le gusta mucho el carnaval (y menos en Cuaresma), y le encanta organizar y dirigir una caseta de Feria, aunque en los últimos años, ya no le quedan ganas ni de ni servir una caña de cerveza.
Pero hay que “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21). Fernando es dueño de su establecimiento, y profesional de su clientela, pero no de la tertulia, y menos de los comentarios de los tertulianos. Su nombre y su efigie nunca aparecen ni en la cara ni en la cruz de la moneda de intercambio de la plática. Como no podía ser de otra manera, la soberanía de esta tertulia radica en sus miembros, nunca en Galindo. Pero como le dijo fray Hortensio de Paravicino, al rey Felipe IV: “De todo tiene la viña, Sacra y Real majestad: Uvas, pámpanos y agraz”. En la tertulia también hay de todo, algunos se jactan con reiteración y alevosía de su autosuficiencia cofrade, de su irrefutable autoridad en esta materia, de su vasta sabiduría congénita, trasmitida por herencia autosómica dominante, y potenciada por sus ostentosos grados de licenciatura cofrade de la Facultad de la calle Jaúdenes y sus soberbios doctorados cum laudem en la Universidad de la calle Velarde (sin duda, las más importantes de la vida para estos avatares). Eso sin hablar de sus numerosos cursos prácticos de postgrado, y de presencia física continua, realizados sin “omnipresencia” durante todas las Semanas Santas en Sevilla. A diferencia de otras tertulias cofrades que rozan la clandestinidad, la itinerancia y el secretismo, esta asociación de cofrades es siempre definitiva en el espacio y en el tiempo, por dos motivos: sus tertulianos cofrades se tienen que cortar el pelo de vez en cuando, y sus estatutos vigentes no permiten aún la jubilación de Fernando. Sin contar con sus perennes e incondicionales seguidores, los de siempre, rara vez coinciden los mismos tertulianos, lo que le confiere a la tertulia un toque ameno, sorpresivo e itinerante en los temas tratados y en la profundidad intelectual de los mismos. Con el paso de los años han llegado a elaborar unos estatutos que, como las canas añejas, han sido pacientemente peinados y recortados con las afiladas tijeras del peluquero.
Siempre que entro en su peluquería siento el saludo cordial, afable y sincero de mi entrañable amigo Fernando, con esa noble sonrisa que huele a incienso y crema de afeitar, acicalada con los sones de la marcha Estrella Sublime. Entre pelado y afeitado, bajo la atenta mirada de Galindo, que con su tijera y cuchillas afiladas actúa como moderador (y no como moldeador), solo corta lo que considera estrictamente necesario. Cada cliente –sentado y cubierto con la inmensa capa tipo tisú color burdeos que recuerda el Señor del Buen Viaje de San Esteban– puede disertar y opinar libremente sobre los temas más trascendentales y variopintos de la vida cofrade de la ciudad, bajo la no siempre burlesca audiencia de los sayones de turno. Entre otros destacan el problema actual de la costalería, el sorpresivo debacle de la Buena Muerte y su esperada resurrección, el lugar de culto más adecuado para el Medinaceli, la importancia de traer la banda de las Cigarreras, y el espectacular “lucimiento” de algunos aniversarios cofradieros. Son conversaciones con sugestivas discusiones, repletas de debates y controversias, de espectacularizaciones de la realidad, de superación del tiempo narrativo lineal en favor de un tiempo cíclico y de estirpe reiterativa, de constantes epifanías como punto de encuentro irreversible entre lo objetivo y lo subjetivo, entre lo divino y lo humano, entre la verdad absoluta y la relativa. Con lo que nos gusta a los cofrades buscarle algunas veces los tres pies al gato, no es de extrañar que con frecuencia los ánimos se caldeen, y cuando la conversación alcanza un grado superior a 6 en la escala de Richter, Galindo corta por lo sano con sus tijeras radicalmente el epicentro del conflicto. A Fernando le gusta, eso sí, dar su poquito de salsa y en repetidas ocasiones, suspirando como de cansancio y desgana, exclama: “ésta es la última vez que os dejo hablar de estos temas tan profundos y trascendentales, que ganas tengo de jubilarme o que me toque la lotería, para quedarme tranquilo en mi casa”. A algunos tertulianos eso no le hace ni pisqua de gracia, no porque se queden sin cortar el pelo, sino porque perderían su mejor pasatiempo, “cortar trajes a medida” en la peluquería con las tijeras de Galindo. Cuando sales de allí, hueles más a incienso que a colonia y, por supuesto, vas con el pelo perfectamente cortado y acondicionado. Pero sobre todo, puedes tener la seguridad, que es la única peluquería donde te cortan, pero nunca te toman el pelo. Al abrir la puerta, sientes el frescor de la brisa del viento de poniente en tu casco limpio, sin pelusas, pero cargado de visibles ideas y de enriquecedores debates internos. Cuando te marchas tienes la sensación de un inmenso vacío cultural, de ignorancia supina, que te obliga a volver aunque aún no te haya crecido el pelo. Pero como contrapartida, sabes que has aprendido mucho en cada pelado, que has convivido con tus amigos cofrades, y que sin duda, serás el próximo tema de conversación cuando se haya cerrado completamente la puerta. Para mí esto no es especialmente relevante, pues como decía Oscar Wilde: “Que hablen de uno es espantoso. Pero hay algo peor: que no hablen”.
Entre pelado y afeitado, entre tijera y navaja, entre loción y colonia, algunos se pasan el año litúrgico comentando todos los avatares cofradieros, incluidos los innumerables videos cofrades que Fernando pone de vez en cuando, para mitigar el cansancio del intenso desgaste neuronal de las mentes privilegiadas, y el agotamiento de las reservas de moléculas de ATP gastadas por esas sufridas e injartibles lenguas que rompen continuamente el sonido del silencio, no siempre precisamente para mejorarlo.
Es una gran suerte y un privilegio pelarse de vez en cuando en Casa Galindo, sobre todo en temporada alta, porque por el mismo precio, echas toda la tarde de coloquio, y con un poco de suerte, coincides con algunos “cofrades” que solo le ves el poco pelo que les queda durante la cuaresma, mientras que otros, los más clásicos, ya forman parte del mobiliario y de la historia de la peluquería. De este grupo, solo los fundadores de la tertulia, los más privilegiados, llevan allí más tiempo que la puntilla donde cuelga Fernando todos los años el almanaque del Consejo. Siempre es una suerte coincidir con cofrades tan eruditos, tan discretos, tan genuinos, tan firmemente caballas, acérrimos a sus convicciones, tan respetuosos con las tradiciones, y fervientes defensores de esa religiosidad que emana del pueblo. Sin duda alguna son la flor y nata de la ciudad. Estoy completamente seguro que a ninguno de ellos, se la pasaría jamás por la cabeza, escribir y publicar un artículo tan bizarro y existencial, y al mismo tiempo, tan kafkiano, estrambótico y “felliniano” como el mío.

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