La Tata y Amparo, dos niñas, dos hermanas de la familia Paredes. Una tenía el pelo rubio como el trigo y la otra negro como el café. Su familia era amplia, larga, tanto como once hermanos(1). Yo he conocido otras familias como los Gaonas, como los Pompos, como los Bermúdez, también tan amplias y largas como los Paredes…Y he conocido la lucha y los desvelos por sacar adelante a la prole. Y no ha sido una lucha cualquiera, ha sido una lucha sin cuartel, día a día, para alimentar, vestir y cuidar a todos los hijos. Y todas estas familias han salido adelante, y nunca han dado un paso atrás, y ahí están para demostrarlo, no sólo sus hijos, sino sus nietos y los hijos de estos…
Tiempos de dificultades
Cuando alguien me habla de las dificultades que hay que sobrellevar -ahora- para vivir cada día; yo les respondo: «Qué sabréis vosotros de dificultades; que sabréis vosotros del empeño, el sacrificio y el esfuerzo que hay que realizar para hacer hervir una olla para once, doce, trece o catorce criaturas…». Aquellas mujeres, que con el dinero justo, escaso, dedicaban su tiempo a estos menesteres, y lograban el milagro de sacar a sus hijos adelante, merecen nuestro mayor respeto y por supuesto un lugar en nuestra memoria colectiva. ¿Qué sabremos nosotros de dificultades…?
La Tata y Amparo se guardaban; iban y venían juntas; se miraban y ya de manera intuitiva comprendían lo que la otra pensaba. La complicidad y la argucia las acompañaban siempre en sus actos y en sus juegos. La Tata, como Ulises, aprendía de la astucia sus argumentos; y, Amparo, más soñadora, colaboraba en su cobertura. La Tata tenía una gracia especial para los juegos de trabalenguas, y siempre nos metía en unos enredos de decir frases añadiéndoles una “Chi” o una “Ti” para que no se supiera su significado y así poder hablar sin conocer el otro de lo que se estaba hablando, y que trajín se traían entre manos: pongamos:“chite-chiqui-chie-chiro”, o,“tiva-timos-tia-tila-tipla-tiya“, que desencriptados significan: “te quiero”, y, “ vamos a la playa”.
La Tata era una verdadera experta en estas cuestiones del lenguaje y siempre quedaba por encima de cualquiera que quisiese disputarle la supremacía. Otras veces aparecía con un acertijo antiguo que decía le había enseñado un mago, y ahí andábamos todos intentando descifrarlo, mientras ella, con una sonrisa de oreja a oreja, movía la cabeza negando la respuesta. Luego, cansada de reírse, se iba dejándonos en un mar de dudas… ¿Será esto?, ¿será aquello?… Sólo la Tata y su mago imaginario, supongamos, deberían de saber la respuesta. Todavía hoy, muy lejana ya la niñez, aún no he podido encontrar algunas aquellas respuestas.
Tata, a veces nos gustaría dar marcha atrás a nuestro reloj, ¿verdad? E ir al “Monte”(2) y como en un bosque encantado perdernos entre el verdor de sus matorrales; o cantar los villancicos de la Nochebuena y la Navidad; o ir a la “Isla”(3) y nadar en su pequeña laguna interior; o ir al carrillo del padre del “Leslo” y “El Corruco” y comprarle pipas y caramelos de menta; o, escuchar en el corredor de los Bermúdez las canciones del Dúo Dinámico, que la Quica tenía todo el día puesto en su tocadiscos; o, yo qué sé cuántos recuerdos más que ahora me vienen a la memoria…
Tata, cuantos años hace que ya no nos vemos…Cuantos años hace que ya dejamos de ser niños, y nuestra infancia quedó atrás en algún recodo de nuestras existencias… La vida tiene su ritmo inexorable, marca sus pautas, y nos aleja a cada uno en caminos diferentes, que incluso hace que no se crucen jamás… Solamente un milagro puede hacer que esos caminos se crucen de nuevo, y durante unos momentos, tengamos la fortuna de reencontrarnos al cabo de tantos años de ausencias.
Algunas veces, en esas tardes de invierno, cuando la lluvia golpea los cristales de mi ventana; en esas tardes donde la nostalgia te duele como una herida; en la hora precisa en que la melancolía te lleva de la mano a tus recuerdos; yo saco mis viejas fotografías, las extiendo sobre el paño, y voy dejando que mis sentimientos desplieguen sus alas y vuelen libres, atemporales: a los “Pabellones”, a las “Barraquillas”, al “Llano”(4), a la “Estación de trenes”(5), a la playita de la Junta(6) , a la escollera(7), a la “Isla”, a vosotras…
Sin embargo, el tiempo es inexorable y se van quedando en el camino, sin apenas tiempo para despedirnos, algunas de las personas que fueron parte de nuestra propia existencia. Porque lo que entendemos por nuestra más genuina personalidad, no es algo guardado en un viejo baúl que un día te dieron con un nombre; no, de ninguna de las maneras, porque tu propia personalidad está construida con piezas de un puzle, en la que cada pieza representa un acaecimiento significativo o la impronta que ha dejado otra perdona en tu corazón. De tal manera, que no tenemos la solidez y la unidad que pueda representar una roca; sino que fuimos construyendo nuestra personalidad de pequeños retazos que otros caminantes -antes que nosotros iniciáramos el camino y la búsqueda del santo Grial- nos fueran dejando en la procelosa aventura de la vida…
Ayer, a la tarde, como otras veces, estuve en casa de Mariquita, y hallábame platicando con el Guille y con la Quica; y, en medio de la conversación, me dijo:
-¡Qué pena lo de la Tata, me extrañó que no escribieras nada de ella!
-Y, Quica seguía hablando de la Tata...Y, yo ajeno a lo que decía, le apunté que lo sentía, pero que no recordaba a la muchacha que con tanta insistencia se refería.
La Quica -al instante- puso una cara extraña entre airada y sombrada, para a continuación -con ese genio que siempre le caracteriza- pronunciar de manera firme:
-Pero, "Manue", ¿cómo no vas a conocer a la Tata, si la conoces de toda la vida, si cada día jugaba con nosotros, y era la mujer de mi hermano Angelín?
Quedé sin habla, como si una campana me golpeara y me hiciera sonar una y otra vez aquellas palabras que la Quica acababa de pronunciar; porque la “Tata” que hablaba la Quica, era la "Tata" de nuestra infancia, aquella bonita niña de trenzas perennes, que siempre pensaba yo: que más bien pudiera ser la protagonista de una de aquellas lindas indias que embellecían con su exotismo aquellas legendarias películas del Oeste...
La verdad, no tengo palabras para expresaros la tristeza que me produjo el enterarme de su muerte… No, no tengo palabras, porque, ¿qué puede decir uno, de que la Tata se nos haya ido tan pronto -casi una fuga- a los jardines exultantes de verdor y el colorido de las corolas del Paraíso, para estar junto a Dios...?
Yo siempre recordaré a la Tata con su eterna sonrisa de niña pizpireta, que gustaba de hacer trabalenguas y contar historias fantásticas que uno quedaba prendado de sus palabras... Sí; definitivamente, la Tata era un ser especial, bondadoso, que generaba cariño a su alrededor y muy querida por todos aquellos que tuvimos la suerte de conocerla desde la niñez...
Alguna que otra vez, os he dicho que sería bueno que quedáramos un día para que en cualquier cafetería pasáramos un rato juntos para recordar aquella bonita y entrañable niñez que tuvimos la fortuna de vivir en nuestro barrio de la Puntilla... La Tata me apuntaba que le avisara para cuando acordásemos un día para reunirnos; sin embargo, con la partida de la Tata, y antes de Mariló de Solís, no sé si ya llegamos tarde... Sí, bien parece que llegamos tarde, pero los que aún quedamos, podemos “reencontrarnos” y recordar a estas dos entrañables amigas y a otros, pongamos: Pepe Pacheco, Luis y Pedro Masa, que se nos fueron sin apenas darnos cuenta...
Siempre en el corazón
Adiós Tata, adiós... Siempre hemos de recordarte con aquella eterna sonrisa llena de alegría y tus trenzas morenas como la joven india de “Horizontes azules”, que protagonizara Donna Reed... Adiós, Tata, disfruta en los jardines del Señor, porque es claro que tu bondad te llevará por los caminos del amor hasta alcanzarlo… Angelín y los tuyos estarán siempre contigo y te recordarán... Y, nosotros, aquellos niños de los muelles de la Puntilla, aquellos niños que pronunciábamos tu nombre en cada juego de cada rojo atardecer, te llevaremos siempre en el corazón. Un beso…