Hace unos días el presidente de la Ciudad Autónoma de Ceuta, el señor Vivas, ofreció una rueda de prensa para informar sobre la situación de las cuentas públicas y anunciar los propósitos que su gobierno se ha marcado para este año que acaba de comenzar.
Su objetivo principal, según declaró, es reducir las desorbitadas tasas de paro que padece la sociedad ceutí. Para lograrlo presentó a los medios de comunicación una batería de medidas que apuntan a distintos frentes del complicado problema del desempleo. Muchas de estas medidas son de sobra conocidas, ya que llevan anunciándose años tras años sin que nunca lleguen a materializarle en hechos concretos. En general, este plan denota una grave carencia en el análisis de la situación ambiental, económica y social de Ceuta. Resulta evidente que, o bien se ignoran, o bien se pasan por alto de manera interesada, las condiciones naturales de nuestra ciudad desde la perspectiva económica y social.
Nuestro territorio, como cualquier otro lugar, goza de ciertas ventajas y padece ciertos inconvenientes para el desenvolvimiento de la actividad económica y humana. Tenemos la suerte de disfrutar de un clima privilegiado, de unos paisajes terrestres y submarinos sublimes, de una rica biodiversidad y de un valioso patrimonio cultural. Todas estas condiciones favorables se ven contrarrestadas por un tamaño reducido, una orografía accidentada, una ausencia de acuíferos naturales y una densidad de población espeluznante. Este último factor resulta clave para entender los graves problemas ambientales, económicos y sociales a los que se enfrenta Ceuta. No cabe duda de que tener un trabajo es la única llave que en la sociedad actual da acceso a la satisfacción de necesidades básicas como el agua, la energía eléctrica, los alimentos, una vivienda y todos los enseres indispensables para la vida. Sin embargo, esta llave, (es decir, un empleo), constituye un tesoro con el que muchos sueñan y cada vez menos personas encuentran. Las posibilidades de encontrar un empleo digno se van reduciendo con el paso de los años. Cada día que pasa, la oferta de empleo se reduce por los efectos de la globalización económica, la deslocalización de las empresas o el impacto de las nuevas tecnologías. Todo esto hace que la autonomía de la que gozaban nuestros padres y abuelos en el acceso a una necesidad tan básica como los alimentos, satisfecha gracias a sus huertos y animales domésticos, haya desaparecido completamente. El poder pasó de los ciudadanos al Estado y de estos últimos a las grandes corporaciones internacionales.
Después de lo dicho, parece evidente que el anuncio de un plan de medidas para combatir el desempleo sin tener en cuenta el contexto local y global es un ejercicio tan vacuo como estéril. El gobierno de la Ciudad Autónoma de Ceuta da la impresión de querer negar las contundentes pruebas que demuestran que nos enfrentamos a una grave crisis multidimensional. Una crisis a la que hemos llegado, precisamente, por ignorar los indisociables vínculos que unen el medio ambiente, con la economía y las condiciones sociales. Esta ignorancia tiene mucho que ver con la fe inquebrantable que algunos tienen en los ideales sociales, económicos y políticos que sustentan el pensamiento capitalista y neoliberal. Frente a la emergencia de postulados más sostenibles como el del Bien Común, quienes controlan el tablero de la economía mundial siguen defendiendo con uñas y dientes el consumo privativo del capital natural empujados por el deseo incontenible de más poder y más dinero. Practican su doctrina neoliberal de una manera fanática y despiadada, lo que les impide asumir planteamientos mucho más acordes con el respeto a la naturaleza y a la condición humana.
La mayoría de los gobiernos, ya se proclamen de derecha o de izquierda, siguen al pie de la letra las órdenes emanadas de un ente tan abstracto, pero a la vez tan implacable, como el mercado. Razones no le faltan para temer el castigo de los mercados. A poco que los gobiernos se salgan del guion vienen las represalias en forma de incremento de las primas de riesgo y el consiguiente encarecimiento del dinero que necesitan los Estados, y les prestan los mercados, para mantener el costoso sistema burocrático y de contraprestaciones sociales a sus ciudadanos. Sin ir más lejos, España tiene contraída en la actualidad una deuda externa que supone un 167% de nuestro PIB. No se crean que España es una excepción en el contexto europeo. Reino Unido debe cuatro veces su PIB e Irlanda diez. Con estas abultadas cifras de deuda pública ningún Estado se atreve a hablar de soberanía económica. Aquí se hace lo que mandan los mercados y punto. Y éstos dicen que hay que seguir creciendo a toda costa, aunque por el camino nos carguemos el delicado equilibro del clima, nuestros paisajes, nuestros suelos fértiles, nuestras costas, nuestros bosques y nuestra propia salud física y psíquica.
El señor Vivas se autocongratulaba de haber conseguido reducir la desproporcionada tasa de deuda que arrastra nuestra ciudad desde que el gobierno que él preside decidiera embarcarse en operaciones urbanísticas tan ruinosas como la Manzana del Revellín o el plan Aparca. Si no llega a ser por las continuas transfusiones de dinero que nos ponen desde el Gobierno central, nuestra ya de por sí débil economía se hubiera desangrando del todo condenando a una muerte segura al obeso cuerpo burocrático en el que se ha convertido la Ciudad Autónoma de Ceuta. Desde Madrid recetaron para Ceuta una dieta poco rigurosa y apenas ha tenido el señor Vivas que recortar sus gastos de personal o poner a su burocracia a hacer ejercicios para hacerla más eficiente y ágil. Esto no quita que al señor Vivas le hayan puesto deberes para este año. Uno de ellos es culminar la aprobación del documento de revisión del PGOU. El urbanismo, una vez más, y a pesar de las funestas consecuencias ambientales y económicas que estamos padeciendo, vuelve a señalarse como un motor de la economía y no como un instrumento cívico para un adecuado uso de un bien común tan escaso y valioso como el territorio. En vez de apostar por un urbanismo dirigido a la conservación de nuestros bienes culturales y naturales, así como a la mejora de las condiciones ambientales que garanticen unos estándares mínimos de calidad de vida, el señor Vivas sigue anteponiendo los intereses privados a los colectivos. El poco capital natural que nos queda en Ceuta lo quieren sacrificar para que unos pocos ganen mucho, mientras que el resto lo pierden todo para siempre.
Los ceutíes no deberíamos permitir que los mercados y sus adláteres nacionales y locales terminaran de deformar este sagrado, mágico y bello lugar que es nuestra tierra. Si de verdad la amamos, tendríamos que alzar nuestra voz para denunciar la multitud de atropellos que se cometen contra nuestros bienes naturales y culturales. Y no sólo deberíamos hablar, sino sobre todo actuar de manera sinérgica y valiente. No hay mayor éxito colectivo que lograr transmitir esta ciudad mejor y más hermosa de lo que nos fue transmitida a nosotros. Para lograrlo tenemos mucho trabajo por delante. Ante nosotros tenemos la enorme tarea reparar todo el daño que hemos provocado en nuestro medio ambiente debido a un crecimiento urbanístico negligente. Hay muchos cauces naturales que limpiar y restaurar y no cementar como se quiere hacer con el arroyo Paneque; hay muchas zonas verdes que habilitar antes de construir torres de cemento y hormigón en el centro de la ciudad; hay muchas hectáreas de montes que reforestar antes de más terreno arrasar; hay muchos kilómetros de costas que limpiar antes de más carretera trazar; hay, en definitiva, mucho más trabajo en restaurar que en ladrillos colocar.