En el año 2011 recorríamos el Camino del Norte bordeando gran parte de la verde Cornisa Cantábrica. Como el buen tiempo nos acompañaba nos recreábamos con las espectaculares vistas de aquella costa que, ahora iluminada, parecía tener luz propia. Así, con el ánimo pletórico y las piernas que ahora parecían incansables, alegrábamos el paso de tal forma que nos dio la sensación de que en un abrir y cerrar de ojos habíamos alcanzado la ría de Ribadeo. La panorámica desde la margen asturiana, sorprendió por el contraste que forman las oscuras ondulaciones de Sierra de la Cadeira al fondo, las azules aguas del mar y las claras tonalidades de la ciudad que , desparramándose hasta la orilla, refleja su imagen en la ría como si de un espejo se tratase.
Aquí encontramos aposento. Después de asearnos y descansar un poco, nos fuimos a pasear por sus callejuelas para poder conocer de cerca lo que tanto nos había atraído en la lejanía. Así ,nos encontrábamos con un pueblo muy tranquilo y agradable que gozaba de aquel espléndido día solazándose en terrazas , mientras otros deambulábamos por sus calles respirando tan reconfortante ambiente , y por su céntrico parque, donde pudimos contemplar el edificio de los Hermanos Romero, que por sus formas caprichosas y originales me recordó la Casa de los Dragones de mi Ceuta.
Al anochecer nos trasladamos a la aldea de Remourelle donde habíamos concertado nuestra cena en “Casa Lola”. Es una taberna de carácter familiar, situada en medio del campo al lado de una pequeña capilla, desde la que pudimos contemplar, bajo un cielo estrellado espectacular, las diminutas lucecitas amarillentas que parpadeaban en lo más profundo de aquel valle. Una vez en la mesa , que se hallaba bien surtida de platos con chorizo, queso, jamón, pulpo y qué sé yo de manjares típicos del lugar, Lola comenzó a servirnos los platos contundentes que los comensales degustábamos con avidez , a la vez que cantábamos y reíamos al recordar algunas anécdotas de la jornada. Si el requesón con miel fue el postre ideal, el colofón de aquel pequeño homenaje ,sin duda alguna, fue la queimada que en el exterior nos preparaba el marido de la anfitriona. Cuando salimos del comedor , ya brotaban del caldero llamaradas azuladas y rojizas que parecían querer volar hacia las estrellas que desde el infinito nos guiñaban, a la vez que inspiraban al improvisado “mago”que leía el conxuro , al mismo tiempo que el gaitero, Francisco Rodríguez, nos obsequiaba con su aterciopelada gaita de ébano las más alegres y cautivadoras melodías de Galicia.
Juan Antonio
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