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La sentencia

Esta semana, por antonomasia, la Sentencia es la dictada por la Sala 2ª del Tribunal Supremo inhabilitando al Juez Baltasar Garzón por el delito de prevaricación, un fallo que ha levantado verdadero revuelo en la opinión pública. Tal es la reacción en contra que el propio Consejo General del Poder Judicial se ha visto obligado a salir al paso calificando de “inaceptables” e “inadmisibles” las críticas vertidas contra los integrantes de dicha Sala del Supremo, mientras que el Gobierno, por boca de su Vicepresidenta Soraya Saenz de Santamaría, respondiendo a un periodista, ha tenido que solicitar reflexión y respeto hacia la Justicia, uno de los poderes esenciales del Estado
El pasado jueves estuvo en Ceuta el Secretario de Relaciones Institucionales y de Política Autonómica del PSOE, Antonio Hernando, y los medios de comunicación, tanto locales como de ámbito nacional, se han hecho eco de sus declaraciones relativas al caso, en las cuales, partiendo del respeto a las decisiones judiciales, manifestó textualmente, según he podido leer, que “nadie entenderá que se inhabilite al Juez que más persiguió la corrupción”.
Es más que posible que exista una amplia mayoría para la cual el referido pronunciamiento del Supremo resulte poco o nada comprensible; una mayoría –así lo dicen las encuestas realizadas- que rechaza el contenido de la Sentencia, que no lo comprende, que cree ver detrás del caso una persecución al “Juez estrella” por excelencia.
Este año hace nada menos que cincuenta y cuatro desde que, una vez concluida la carrera de Derecho, me colegié como Abogado, jurando, allá en Cádiz, ante la Audiencia Provincial, porque entonces no teníamos aún Colegio de Abogados en Ceuta. Como lógica consecuencia del ejercicio de la profesión, y aunque no he sido precisamente un penalista, tuve ocasión de entrevistar en la cárcel a diversos clientes, allá, aislados en una pequeña salita especialmente dedicada a dicho fin. Jamás –repito- jamás, pasó por mente, ni en democracia y ni siquiera en los tiempos de Franco, que mis conversaciones pudieran estar siendo grabadas. Eso era y es algo intolerable, prohibido por la ley, que vulnera un derecho fundamental  -el de defensa- consagrado en nuestra Constitución, pero que siempre ha existido.
Aún partiendo del supuesto de que Garzón haya podido ser un excelente Juez, adquiriendo popularidad internacional por sus actuaciones, y que a largo de los años éstas hayan sido impecables, la decisión que adoptó en el caso ”Gürtel” (da igual que haya sido en ese o en otro cualquiera) de disponer las grabaciones de las entrevistas que llevasen a cabo los abogados y sus clientes para preparar la correspondiente defensa, constituye, como dice la Sentencia, y se quiera o no, una vulneración de las normas legales que está prevista, con su correspondiente sanción, en el Código Penal, con la excepción de los casos de terrorismo. En eso se equivocó el socialista Antonio Hernando, el decir que “nadie” entenderá la Sentencia. Creo que hay bastantes que sí la han entendido, solo que ni gritan ni se manifiestan. Sin ir más lejos, todas las asociaciones de Jueces, desde la más conservadora hasta la más progresista han salido en defensa de los Magistrados de la Sala 2º del Supremo.
Por eso, y aunque podamos ser los menos dentro de la opinión pública, he de confesar que formo parte, por mi carácter de jurista, de esa minoría que considera justificada la condena. Ya es difícil que un fallo con tal repercusión haya obtenido la total unanimidad de los siete Magistrados que, tras las numerosas recusaciones previas planteadas por Garzón (dicen que hasta doce) han integrado la Sala. Siete Magistrados, cada uno con sus ideas políticas, divergentes según indica la prensa, y algunos próximos a las de Garzón, sin que se haya producido ni un solo voto particular. Así es el Derecho, con mayúscula. Ordenar tales escuchas, dice la Sentencia, es dictar resoluciones injustas a sabiendas de que lo son, es decir, caer en la figura delictiva de la prevaricación.
Garzón ha tenido sus éxitos, pero también sus fallos. Esta vez, en concreto, se equivocó de un modo inaceptable en un Juez, y ello –y no otra cosa- le ha llevado a ser condenado. Lo cual nos viene a demostrar que, en cualquier supuesto, toda una carrera, aunque pudiera haber sido impoluta, corre el riesgo de quedar destruida por un solo error de bulto.
Y bien que lo siento, porque ha sido alumno de mi hermano y me consta que, como tal,  le profesa a su maestro de Derecho Mercantil un particular y afectuoso respeto.

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