Son Ma Long, Fan Zhendong, Xu Xin, y Zhang Jike; os presento la selección china de tenis de mesa. Son los número uno, dos, tres y cuatro; la quintaesencia del ranking mundial en la actualidad. Nunca se vio tanta pólvora. Pura física, puro taller. Viéndolos jugar la final del campeonato del mundo por equipos contra Japón era como ver un tigre de bengala jugueteando con una pelota de trapo. (No os perdáis la mirada aprobadora y sapiencial de su maestro).
Quizá la opción de la casualidad reconforte a los corazones más perezosos, pero a mí la experiencia me dice que estamos ante una mezcla perfecta de costumbre, disciplina y sacrificio. Y no lo digo por decir; recordad que por tres temporadas he sido discípulo del maestro alemán, de origen chino, Jiade Fang. Aunque en idioma inglés al principio, hemos representado juntos el entendimiento entre los pueblos, y las bondades del intercambio de culturas.
La costumbre, o mejor dicho la falta de costumbre, es lo que hizo que no prosperara el bonito proyecto de la federación y el ICD de hacer escuela. La chiquillería no supo ver el lujazo que se presentaba a sus ojos, y media docena de jugadores no era suficiente para prolongar el esfuerzo. Por el contrario, en China es prácticamente un rito de paso presentarle los respetos al maestro y encomendarle al hijo para el aprendizaje de la técnica y los valores de este deporte. Al fin, de hecho, yo fui el principal beneficiario de esta oportunidad y no perdoné ni un solo día de entrenamiento con Jiade.
En cuanto a la disciplina. No se trata sólo de no armar escándalo, sino que una mala evolución en la transmisión intergeneracional de la técnica, una pequeña grieta, podría ser fatal para la pervivencia de la supremacía china. Al ver el carácter distraído de los jugadores de Ceuta, Jiade resoplaba y en el rostro se dibujaba una mueca de poca fe.
Sacrificio. Con veinticinco años menos que él me costaba seguirle el ritmo. Se le veía a cada instante que quería trabajar duro, que quería ganarse el salario. Si por alguna razón perdía la concentración se propinaba un golpe de raqueta en la pierna, como diciendo “¡Atención, atención!”
Cuanta fuerza he sacado imaginando la forma de vida y la humildad de un maestro chino de iniciación. Por once años he compartido con ellos la mística y la paciencia del entrenamiento multibolas; y ello ha endurecido mi carácter, mi habilidad, y la fe en mis posibilidades.
La selección china de tenis de mesa, y más allá la mirada altiva de sus jugadores, son para mí una fuente de inspiración.
Ahora, en Ceuta, están las aguas tranquilas. El tenis de mesa local está en proceso de reinvención. Para la temporada que viene, y gracias a las facilidades con el gimnasio del Colegio Ortega y Gasset, me gustaría conformar un grupo de hasta veinte jugadores, y recuperar la participación de Ceuta en el Campeonato de España de Selecciones en Edad Escolar. A su debido tiempo haremos la promoción.
Conclusión: no os podéis imaginar el mérito que tiene Carolina Marín de intimidar a las jugadoras asiáticas de bádminton. Eso sí que es hacer España. Es el premio de los perseverantes.
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