Mar Marín (Lisboa) Grandes, pequeñas, de cerámica, de metal, de corcho, de tela, solas o en lata... Las sardinas se han convertido en los últimos años en un símbolo de Lisboa que se ha puesto de moda como reclamo publicitario y deja suculentos beneficios.
Antaño considerada comida de pobres, la sardina -como el atún o la caballa- era un alimento básico en un país con 950 kilómetros de costa, especialmente en ciudades como Lisboa, donde era, y aún es, tradición comerlas asadas durante las fiestas de su patrón, San Antonio.
Pero, además de plato popular, desde hace quince años, la sardina es también un símbolo de Lisboa y le ha quitado protagonismo al famoso “Gallo de Barcelos", el animal de cresta roja y cuerpo negro decorado con vistosos colores que esconde la leyenda de un peregrino gallego que, en el camino de Barcelos a Santiago de Compostela (España), se libró de la horca por el canto de un gallo.
Las primeras sardinas artísticas se remontan al siglo XIX y salieron de la mano de Rapahel Bordalo Pinheiro (1846-1905), pero no fue hasta 2003, cuando se creó el concurso de sardinas de las fiestas de Lisboa, cuando comenzaron a popularizarse hasta convertirse en icono de la cultura y la gastronomía lisboeta. Miles de propuestas compiten cada año en este peculiar concurso que premia la imaginación, la originalidad y la audacia a la hora de dibujar o fabricar una sardina, con la única condición de que sea reconocible y no se confunda con otro pez.
Hay sardinas decoradas por artistas de la talla de Bordalo o Joana Vasconcellos; las hay también en homenaje a figuras del fado como Amalia Rodríguez; con motivos de pop-art, cómics e incluso de inspiración gastronómica, como las que evocan otro plato popular, el caldo verde con chorizo. La colección Bordalo incluye más de 60 diseños que se actualizan periódicamente, y se pueden adquirir por internet a precios de entre 20 y 50 euros, un tentación para cualquier coleccionista.
Pero también las hay más asequibles, a partir de 5 euros, en cualquier quiosco de la calle o en alguna de las numerosas tiendas salpicadas por el centro histórico de Lisboa, y muy especialmente en el “Mundo fantástico de la sardina portuguesa”, un establecimiento temático frente a la emblemática plaza del Rossio. Miles de latas de sardinas adornan las paredes de este icónico espacio que recrea un ambiente de circo y donde es posible repasar la historia del siglo XX a través de las latas de conserva, que repasan los acontecimientos más importantes ocurridos cada año entre 1916 y 2017, desde las guerras hasta el nacimiento de estrellas de Hollywood. Hay “souvenirs” de sardinas en librerías, bares, quioscos, tiendas de diseño, puestos callejeros; son bolsos, paños de cocina, cojines, toallas, llaveros, salvamanteles, vajillas, bandejas, imanes, abrebotellas... Es imposible no encontrarse con la sardina lisboeta.
Para quienes, además de verla, quieran probarla, quedan las conservas, el paté y hasta la “mousse”, que también pueden convertirse en pieza de arte, con envoltorios de diseños “vintage”, que da pena romper. Pero lo mejor es, sin duda, saborear un ejemplar de esta “breve guerrera submarina”, como se refería Rosa Chacel a la sardina, y si es posible, como recomendaba Julio Camba, hacerlo por docenas.
“Una sardina, una sola, es todo el mar, a pesar de lo cual yo le recomendaré al lector que no se coma nunca menos de una docena; pero vea cómo las come, dónde las come y con quién las come”, aconsejaba el genial autor gallego.