La revuelta en Egipto

Ya llevan más de quince agotadores días los manifestantes en la plaza de Tahrir del Cairo, y los manifestantes que en ella se encuentran empiezan a sentir como sus motivaciones se diluyen con el tiempo. Las reglas del conflicto son simples: Levantamiento rápido e inmediata satisfacción de sus objetivos. Recordemos, que en esta explosión popular uno de los motivos fue la subida del precio de los alimentos básicos y la corrupción, al tiempo que no han existido líderes conocidos de los movimientos populares. Todos estos son índices de que la revuelta puede empezar a aminorarse, dejando ante la ausencia de ideología y el pasar de los días un mero pulso entre el ejército, los islamitas y los manifestantes.
Mientras, en Occidente, recibimos estas noticias bajo dos aspectos fundamentales, por una parte, el buenismo propio de la época occidental que vivimos, y que nos hace pensar que este movimiento busca la democracia como nosotros la entendemos, y por otro, lo observamos bajo el miedo de que el integrismo musulmán secuestre el proceso. Montesquieu, escribía en su libro “El espíritu de las leyes” que “La fuerza principal de la religión reside en que se cree en ella; la fuerza de las leyes humanas reside en que se las teme”, y en el mundo musulmán no existiendo separación de poderes religiosos y civiles, es el fanatismo islámico el que lo tiene más fácil para imponer a sus creyentes.
Así, siguen las cosas, pero, lo que quizás más me ha llamado la atención, ha sido la idea occidental de que esto respondía a un grito popular que buscaba la democracia en estos países. Por eso, quizás sea necesario hacer una reflexión sobre la historia de nuestra civilización. ¿De cómo se forjó Occidente?
Porque puede ser importante en estos momentos. Ya que si hablamos de nuestra particular historia, y su confrontación con el Islam, el mestizaje y las mutuas relaciones entre ambas culturas, no puede conocer lo apasionante que fue la construcción de España. Nación que en el siglo XVI, sorprendía al cristianismo europeo, hasta el punto de que el mismo Erasmo de Rótterdam se negaba a visitarla, ya que no comprendía la convivencia de estas dos religiones en un mismo territorio
Y es un sentimiento filial el que debemos tener a nuestra historia, porque en nuestra democracia los derechos a la justicia, a la igualdad y a las garantías, sobre los que la intervención de los gobiernos debe ser prudente e imperceptible no han sido conceptos que hayan nacido de la noche a la mañana, sino que responden a conceptos occidentales y cristianos. Y esto es sin duda lo que Huntington, en su libro “El Choque de las civilizaciones”, escribe que en las décadas de los setenta, mas de 30 países, pasaron de regimenes autoritarios a regimenes democráticos, sobre todo en países cristianos y occidentales.
Por ello, no debemos olvidar que el concepto de democracia responde a valores consecuentes de una lógica evolución occidental y de la concepción de la dignidad humana, tal como la entendemos hoy día, es decir, al hombre como medida de todas las cosas, y al valor kantiano de que el hombre es un fin en sí mismo que no puede utilizarse como medio.
Porque, son las ideas que nos han llevado a la aceptación de la tolerancia, del respeto a toda forma de creencia, de la solidaridad y de las libertades actuales, que conjugamos con los imprescindibles derechos económicos y sociales. Y son valores, que nacen con la cultura helenística y su concepción del hombre como ser inteligente.
Sin embargo, la época postmoderna esta superando las soberanías nacionales, desvinculando en ocasiones los principios de los derechos humanos de la tradición filosófica de la que son fruto. Se desborda de esta manera la territorialidad occidental, interviniendo en los demás países para establecer la democracia tal como nosotros la entendemos. Intervención que en ocasiones se convierte en mera retórica política. Pero, el mundo musulmán no es el mundo occidental, y es necesario que respetemos su forma de vida y su lógica evolución.