El pasado sábado 27 de julio, en la homilía de la misa celebrada por el Papa Francisco en la Catedral de San Sebastián de Río de Janeiro decía: «Queridos obispos, sacerdotes, religiosos y también ustedes, seminaristas que se preparan para el ministerio, tengan el valor de ir contracorriente». ¿Cuántas veces en la vida vamos siempre a favor de la corriente? ¿Cuántas veces nos situamos de parte del más fuerte aun sabiendo que es él más injusto? ¿Cuántas veces nos arrodillamos por miedo ante la amenaza y represalia de la prepotencia? Sin embargo, a pesar de todo, y siguiendo las instrucciones del papa, yo voy a seguir “yendo a contracorriente”. Sé que estoy solo, pero eso no es nuevo para mí. Pero a pesar de todo sigo adelante, ante la sorprendente sumisión incondicional de la Junta de Gobierno de la Hermandad del Medinaceli, que se entrega sin rechistar a la voluntad del obispado, dando por zanjado el tema. A pesar de todo, yo seguiré defendiendo lo que me dicta la conciencia, sobre la cual aún no tiene poder la RESERVA MENTAL de nuestro querido vicario.
Uno de los descubrimientos más fascinantes del informe sobre la Archidiócesis de Dublín fue el concepto de "reserva mental", que permite a algunos sacerdotes engañar a la gente sin creer que están mintiendo. Sin embargo, el término reserva mental no es un concepto nuevo, sino que ha sido desarrollado y discutido mucho a lo largo de los siglos. Descansa en la idea de hacer una afirmación que el emisor sabe explícitamente que es falsa, y que se cree que va a engañar al receptor. No es mentir con rotundidad, siempre y cuando el emisor que la pronuncia agrega en su pensamiento algunas palabras que hacen parecer verdadera la proposición completa. En términos simplistas se puede decir es que la facultad que autoriza a algunos personajes de la Iglesia a transmitir una impresión errónea a otra persona, a sabiendas, sin ser, ni sentirse culpable de mentir. En definitiva la reserva mental no deja de ser una mentira más sofisticada y, por ello, más eficaz y peligrosa. Su sinónimo más tangible podría ser la mentira piadosa, que siempre ha estado permitida como un “mal menor”, como una licencia autorizada para así evitar un daño mayor o para conseguir algún beneficio para una causa santa o benéfica. En una reflexión más profunda, la reserva mental podría ser considerada como la adaptación más actual de la doctrina maquiavélica, donde «el fin justifica los medios». En realidad, esta reserva mental no deja de ser una herramienta psicológica de poder y de dominación sobre los demás. Desconozco si en los planes de formación actuales de los Seminarios Diocesanos se estudia “Psicología de Masas” como asignatura, espero que no.
Con motivo de los tristes acontecimientos vividos sobre la imagen del Cristo de Medinaceli, ya dije en mi último artículo que nuestro Señor Vicario no había estado a altura de las circunstancias. Entre otras cosas porque sus declaraciones eran tan desafortunadas como inapropiadas, con acusaciones sin fundamento más típicas de un “emisario político” que de un Ministro de Dios. Yo me preguntaba sin cesar ¿que buscaba este señor acusando públicamente a la Hermandad de hacer obras a escondidas? Ante mi asombro, le recordaba de nuevo en mi artículo el concepto de la autonomía que refleja el Derecho Canónico en cuanto al patrimonio de las Hermandades se refiere, y que su Junta de Gobierno no tiene obligación de pedir permiso a nadie, solo a la Ciudad Autónoma el permiso de obras.
Pero como dijo el escritor François Mauriac, conocido por ser uno de los más grandes escritores católicos del siglo XX, «la lucha por la verdad sigue siendo una larga paciencia». Facultad que junto a la perseverancia no me faltan. Muchos saben que me considero un cofrade sin fronteras, entendido en el más amplio sentido semántico de la palabra. Y a usted Señor Vicario, me consta que ya se lo habían advertido el mismo día que desembarcó aquí. Como ha podido usted comprobar, no me tiembla la voz al hablar ni el pulso al escribir. En los años que Dios me dé de vida no voy a permitir con la complicidad de mi silencio, ningún tipo de abuso de poder dentro de la Iglesia de Ceuta, y no me importa pagar cualquier tipo de factura. Tenga usted la seguridad que sus faltas no se la voy a consentir, y a los hechos me remito. Nunca olvide mi frase: «no hay peor espada que una pluma afilada». No me importa ir con usted a los tribunales de justicia, pues estoy convencido que para el Tribunal Supremo de Dios no necesitaré ningún abogado. ¿Y usted señor Vicario?
Mi ardua y pertinaz investigación sobre estas insólitas manifestaciones me ha llevado a dialogar con los Hermanos de la Junta de Gobierno de la Hermandad del Medinaceli, y sobre todo oír sus declaraciones en el programa de RTVCE “El paseo” de Beatriz Palomo, donde aseguraban con rotundidad que esa información no era cierta. ¿Todos van a mentir? ¿Para qué? No tiene sentido. Aseguraban por activa y por pasiva, que desde que llegó usted, ellos personalmente le habían enseñado, y en varias ocasiones, la marcha de las obras, concretamente de la mano del antiguo Hermano Mayor Francisco Hernández, y además, ante numerosos testigos. Pero no sólo a usted Señor Vicario, sino también a otros sacerdotes y religiosos, entre ellos al Padre Francisco Fernández Jesús Alcedo de la parroquia de Villajovita, el Padre castrense, los Hermanos de la Cruz Blanca, y como no, a su Director Espiritual, el Padre José Manuel, al que suele usted ignorar, y no cita a algunas de las reuniones con la Hermandad. Usted admite, al menos, que ha habido falta de comunicación con la Hermandad. Supongo que también ha faltado el diálogo e intercambio de información con sus subordinados religiosos, de lo contrario alguno de ellos le habría recordado lo que usted “de pronto olvidó” deliberadamente. Los cofrades aseguraban que nada se había realizado a la sombra de nadie, y menos de la Iglesia, porque entre otras cosas, no había razón alguna para hacerlo. Estos cofrades, de cuya palabra yo no dudo, al no entender el sentido de sus esperpénticas declaraciones, pidieron una cita con usted para pedirle explicaciones sobre su extraña postura y aclarar el asunto.
Ha trascendido de esa reunión su reconocimiento y confesión, ante los representantes de la Hermandad, que usted faltó a la verdad en sus declaraciones sobre el carácter oculto de las obras, pero parece que usted añadió que nunca lo diría y ni lo admitiría públicamente. Esa actitud prepotente, de nunca reconocer sus errores, dice muy poco de usted. No se preocupe por eso, Señor Vicario, porque yo si lo voy a decir, entre otros motivos porque, al igual que los cofrades asistentes, no me debo como usted al secreto de confesión. Y luego califica usted a los medios de comunicación de “alarmistas”, al contrario Señor Vicario, han sido hasta ahora muy comedidos y benévolos ante el vendaval de oportunidades pérdidas que le hemos dado con nuestras funestas intervenciones públicas.
Después de todo esto, a mí no me cabe ninguna duda que las desafortunadas y malintencionadas declaraciones públicas del Señor Vicario formaban parte de una estratagema más típica de un inquisidor franciscano del siglo XIII, cuya argucia solo se entiende desde el concepto de la RESERVA MENTAL, que de un sacerdote del siglo XXI, obligado a seguir al pie de la letra las directrices del Papa Francisco. El Sumo pontífice dijo en la homilía de la misa celebrada en Santa Marta: «Estos no aman la verdad sino sólo a sí mismos, y por ello intentan engañar, implicar al otro en su mentira, en su patraña. Ellos tienen un corazón embustero, no pueden decir la verdad». Para añadir después: «¿Cuál es nuestra forma de hablar? ¿Hablamos en verdad, con amor, o hablamos un poco con ese lenguaje social de ser educados, también de decir cosas bonitas, pero que no sentimos? ¡Que nuestro hablar sea evangélico, hermanos! Además, estos hipócritas que empiezan con la adulación, las lisonjas y todo esto, acaban buscando falsos testigos para acusar a los que habían adulado. Pidamos al Señor que nuestro hablar sea el hablar de los sencillos, el hablar de un niño, el hablar de hijos de Dios, hablar con verdad desde el amor».
Lo que peor llevo de este asunto, es que por más que leo la Biblia, con mi torpeza, mi falta de estudios en un Seminario Diocesano, y la imposibilidad de ser Doctor en Teología, no encuentro instrucción alguna que justifique la reserva mental, es decir la mentira enmascarada, en las declaraciones acusatorias del Vicario contra la Hermandad. Yo sólo estudié en un colegio de curas, que me infundieron, juntos con mis padres, una serie de valores morales, éticos y religiosos, que a pesar de las circunstancias, los intento llevar por bandera. Sin embargo mi búsqueda en las Santas Escrituras no fue estéril, encontré bastantes citas que condenan explícitamente a la mentira. Entre muchas le puedo recordar al Señor Vicario, lo que dice el evangelista de su apellido sobre los que nos engañan: «Porque se levantarán falsos Cristos y falsos profetas, y mostrarán grandes señales y prodigios, para así engañar, de ser posible, aun a los escogidos». Mateo 24, 24.
Señor Vicario, son muchos los matices que no entiendo de sus declaraciones, una de ellas es buscar el apoyo del Señor D. Juan Vivas en su causa perdida. Señor Vicario ¿cree usted necesario implicar al Presidente en este tema? ¿Cree usted que su fichaje de verano, de última hora a su equipo, como si fuera Messi, le va a salvar la próxima temporada? No se preocupe si lo que teme es que el Señor Presidente le vaya a “cortar el grifo” para la restauración de sus Iglesias, pero dese prisa con San Francisco porque todo tiene un límite. ¿Busca usted también Señor Vicario darse un baño anual de multitudes acompañando al Cristo de Medinaceli en su traslado desde San Ildefonso a su casa de Hermandad?
Señor Vicario, usted y yo no somos dos desconocidos. Voy todos los años a Vejer de la Frontera con mi familia, a ver su Patrona y asistir algunos días a la novena. En una ocasión, un año antes de venir usted aquí, un amigo común natural de allí, nos presentó en la sacristía. Eso creo que usted lo ha olvidado, pues se lo recordé al llegar usted aquí, no mostrando mucho interés por mí, ni por el pasado. Sin duda solo le preocupaba, como a algunos políticos, el presente, y sobre todo, garantizar su futuro. Ese escaso interés también lo extrapola usted a las algunas Hermandades, donde el dialogo es escaso y conciso, siempre guardando las distancias con los cofrades. El mundo cofrade coincide en su carácter “especial”, que le puedo asegurar que no ha empatizado en nuestra ciudad, y todo esto antes de sus famosas declaraciones. Creo Señor Vicario que su reputación espiritual ha bajado algunos enteros, y que la cruz que le ha encomendado llevar el Señor Obispo por tierras africanas es demasiado grande y pesada para llevarla usted solo, y si sigue con esa actitud hacia los cofrades, no va a encontrar muchos cirineos que le ayuden. Le recuerdo que yo no “rezo el credo como un papagayo”, aquí algunos estudian las homilías de sus sacerdotes. Me voy a permitir la licencia darle un consejo, todavía está usted a tiempo de pedir su dimisión al Señor Obispo, y marchar con dignidad a Veje, para presidir la novena de la Virgen de la Oliva, donde con seguridad será bien acogido. Creo que la única persona que lloraría por su marcha sería su antiguo monaguillo en Vejez de la frontera, el Padre Cristóbal Flor, que presume públicamente de su intensa amistad con usted. Probablemente el único de la ciudad.
En definitiva, Señor Vicario, su estilo pastoral a mi me deja mucho que desear, pues estoy absolutamente convencido que la reserva mental que usted utiliza como eufemismo de la mentira nos acerca con mucho peligro al desfiladero de la violencia verbal, y nos aleja con seguridad del camino de Dios. Le recuerdo de nuevo Señor Vicario, que el uso de la mentira, está bien documentada en el Evangelio, de hecho el mismo Jesucristo no llama al Demonio «padre de la violencia», sino «padre de la mentira» (Jn 8, 44).