La reconstrucción de nuestro sistema económico constituye uno de los retos cruciales a los que se enfrenta la Ceuta del siglo veintiuno. Del éxito (o fracaso) que obtengamos en tan ingente tarea depende, en gran medida, el legado que entreguemos a las futuras generaciones de ceutíes. Porque el modelo de Ciudad se verá sustancialmente condicionado por el resultado de este complejo proceso. La disyuntiva se centra en la elección entre dos alternativas claramente diferenciadas. Una adaptación a los parámetros de una economía de tipo colonial, dinamizada en exclusiva desde una hegemónica administración pública; o una economía más sólida, equilibrada y sostenible que, aún reservando un papel significativo al sector público, genere actividad propia desde el sector privado. Es la dicotomía entre subvención y suficiencia. Entre dependencia y dignidad. Tras unos (demasiados) años de letargo, parece que la sociedad ceutí ha optado por el camino más difícil aunque, evidentemente, más noble. Ceuta debe ser capaz de subsistir en su complejidad de manera autosuficiente. En ello estamos. Ya disponemos de una estrategia consensuada, aunque todavía despierte algunas reticencias, dudas e incredulidad. Como todo en esta vida, falible y perfectible. Pero es un camino posible y reconocible.
Son muchos los obstáculos que habrá que superar para alcanzar los objetivos marcados. Pero de entre todas las dificultades que tendremos que vencer, hay una que destaca sobremanera por su carácter de requisito previo e indispensable. No es posible potenciar el sector privado de la economía sin la existencia de un tejido empresarial. Y en Ceuta, la menguante clase empresarial se debilita y desvirtúa por momentos. Sin resolver este nudo gordiano será imposible registrar avances palpables.
En la deserción empresarial y extinción de la capacidad emprendedora, han influido diversos factores. En primer lugar una política radicalmente equivocada. Prácticamente todos los partidos políticos (algunos lo siguen haciendo), han mantenido un absurdo discurso de “captar inversores” de otras latitudes. Se han despilfarrado recursos, energía, oportunidades y esperanzas en una quimera. Es cierto que Ceuta presenta unas ventajas fiscales apreciables; pero sólo si la empresa logra obtener beneficios; hasta llegar a ese punto no ofrecemos más que inconvenientes, problemas y costes de todo tipo. No estamos en condiciones de competir en atracción de inversión con el entorno más próximo. Por ello, la mejor captación de empresarios que podríamos haber practicado era impedir la quiebra o la huida, según los casos, de los empresarios locales; a los que se les supone un mayor compromiso con la función social que deben ejercer, derivada de su arraigo y afecto por la Ciudad. No se les ha atendido ni protegido suficientemente.
Por otro lado, nunca se potenció adecuadamente la innovación ni el espíritu emprendedor. No hubo relevo generacional. Se han dilapidado decenas de millones de euros de los fondos europeos, teóricamente para estimular la creación de empresas, en un reparto lineal económicamente ineficiente e incoherente. El Gobierno optó por repartir ayudas para todos a modo de maná (en realidad, buscando votos) en lugar de seleccionar proyectos y sectores de futuro, y apostar decididamente por ellos.
El paulatino descenso se actividad, combinado con la creciente permeabilidad de la frontera y la contaminación del mercado laboral, ha ido reduciendo, fragmentando y desnaturalizando la clase empresarial hasta situarla en una posición de marginalidad. Actualmente los pocos empresarios que quedan centran todos sus objetivos y esfuerzos en lograr contratos con la administración pública, no arriesgan, sucumben a la más leve adversidad, carecen de mentalidad para acometer proyectos colectivos (es casi imposible asociarlos), no se identifican con el interés general en ninguna de sus dimensiones, y no se sienten implicados ni involucrados en la estrategia de reactivación económica.
El nuevo escenario, definido por una emergente clase media marroquí de creciente poder adquisitivo y ávida de modernidad, abre una puerta a la implantación en Ceuta de las grander marcas; pero no es suficiente. Ceuta necesita a sus empresarios. Es urgente y trascendente iniciar la regeneración del tejido productivo, dotándolo de coherencia económica y cohesión interna. Partiendo de la premisa de que no sobra nadie, el Gobierno debe dirigir un proceso de reordenación empresarial, basado en la cooperación y la confianza en torno a las ideas plasmadas en el Plan Estratégico. Existe una estimable cantidad de capital disperso, improductivamente invertido por falta de organización y gestión empresarial, que no se siente partícipe de las instituciones representativas, y que opera al margen de las pautas normalizadas de la economía reglada. Es preciso acercar a esas pequeñas empresas y esos potenciales empresarios al espacio de diálogo e interlocución social, para proponerles alternativas viables y atractivas.
A partir de ahí, sin exceptuar a nadie, sumando toda la capacidad de inversión existente en la Ciudad, con el apoyo firme y no sólo propagandístico del poder político, asumiendo la cooperación como método y supeditando los intereses particulares a una causa común; se podrá fortalecer y reestructurar el sector empresarial local convirtiéndolo en la clave de bóveda del nuevo sistema que anhelamos construir.
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