Pudiera ser que el devenir político en este país tuviera un antes y un después de lo acontecido en las votaciones a “primarias” para elegir al secretario general del PSOE. Nadie suponía, salvo los más apasionados de la esperanza en un cambio, que los militantes -meros peones de las bases- pudieran tener criterio propio, y votaran a su secretario general en contra de antiguos dirigentes que lo fueron todo en el Partido Socialista, en contra de los barones territoriales y autonómicos, en contra de los poderes mediáticos como la prensa, bancos y grupos diversos de opinión; y, finalmente, en contra de la Sra. de San Telmo que, en un aciago día, auspicio su caída a los infiernos, en una patética asonada donde como en una nueva reedición del magnicidio de Cesar, todos -amigos y enemigos- le cosieron a apuñaladas hasta el punto que tener que abandonar su cargo como diputado del Congreso, para no tener que incumplir la decisión del partido de abstenerse.
No sabemos si Pedro llevará al PSOE a una situación de mayor relevancia a la que hoy tiene, con otro partido de izquierdas -Podemos-, que recoge todo el malestar social del abandono de las políticas sociales de los últimos años, y le disputa parte de su espacio natural, y que ha tenido en las pasadas elecciones parecidos números de votos. Sin embargo, un nuevo camino se abre, y lo que hoy son dos partidos en disputa por hacerse con los votos de la ciudadanía, mañana pueden adoptar una posición más inteligente de aceptación de la realidad, y empezar a colaborar para realizar políticas más generosas y solidarias para con la población necesitada de un Gobierno, que implemente políticas sociales que ayuden a los menesterosos con planes de empleo que les posibilite una vida más digna y esperanzada.
Al analizar los resultados que han dado al resucitado Lázaro más del 50% del electorado militante, no podemos dejar de asombrarnos por esta contundencia en la victoria que, a priori, lo tenía todo en contra. De tal modo, que al analizar esta victoria, necesariamente, tendremos que ocuparnos de unas circunstancias nuevas acerca de “La rebelión de los militantes”, que nos trae de manera obligada el recuerdo de “La rebelión de las masas” que escribiera Ortega; y, que de seguro, esta “rebelión” se expandirá de eco en eco y golpeara -como las sonoras campanas de una catedral- las conciencias de otros afiliados que en el seno de otros partidos, permanecían indolentes y pasivos a la espera del momento donde tácitamente debían de aplaudir a los elegidos a sí mismos.
Nada será igual -como decimos- y los afiliados a un grupo político ya tienen conocimiento de que es posible rebelarse contra aquellos que pueblan los pisos superiores del “ordeno y mando”, y que su voz tendrá necesariamente que ser oída antes que el sol decline por el horizonte quebrado de aquellos que se consideran intocables, y ensoberbecidos por la vanidad de creerse el paradigma de la verdad, y de ser líderes incontestados y reverenciados por las bases de sus respectivos partidos.
Es claro que sociólogos, periodistas, columnistas, historiadores y estudiosos de estos cambios producidos en una formación política, tendrán un trabajo arduo para explicar el porqué y las razones últimas, que han llevado a las bases a pronunciarse de manera tan contundente, contra las dudosas maneras de actuar para alcanzar el poder en una formación centenaria. Nunca había ocurrido, ni de lejos, una situación similar donde la militancia se hubiese rebelado de manera tan exagerada, contra lo que el aparato del partido había marcado como la ruta a seguir. Y, nunca, por tanto, había quedado tan desprestigiada la clase dirigente y sus referentes históricos como lo ocurrido en la sede de Ferraz el 21 de mayo del presente; porque la decisión de los votantes ha sido de tal calibre y envergadura, que ya nada podrá ser igual que antes, y tendrá necesariamente que formarse una nueva filosofía política y unas tomas de posturas diferentes a las actuales, que conlleven a un nuevo socialismo donde los afiliados tengan claro sus ideales en una acción que posibilite la transformación de la sociedad que nos ha tocado vivir, en otra más justa donde la solidaridad entre los hombres sean sus señas de identidad.
Terminamos estos párrafos con la admiración a los militantes socialistas, que han escrito una página magnífica donde habita la libertad, y han sabido protagonizar el mejor ejemplo de democracia alzando la voz fuerte y clara contra las pretensiones de algunos notables, que pretendieron dictarle a su antojo lo que su innegociable albedrío les dictara a votar. No obstante, hemos de decir y decimos confiados en lo que la historia ha tenido a bien depararnos: “¡Qué la voz del pueblo sólo se le puede acallar por un tiempo determinado, porque al cabo, como un torrente que salta libre e impetuoso por los peñascales camino del mar, su grito se agiganta para retumbar incontenible de garganta en garganta…!”