Pos antiguos griegos tenían la costumbre, cuando homenajeaban a alguien, de dar un sorbo a la copa de vino y dejar el resto al agasajado. Es lo que denominaban propinein, beber a la salud de otro. El latín adoptó el vocablo propinare, con el significado de dar de beber. Este devenir etimológico parece ser el origen de nuestra actual propina. Según acepción de la RAE es:”un agasajo que sobre el precio convenido y como muestra de satisfacción, se da por algún servicio”.

El gaje es un emolumento normalmente dinerario, aparte del sueldo. Su origen parece estar en las dádivas que los soberanos daban a los sirvientes del palacio como complemento, por el riesgo o las condiciones no ordinarias, del servicio exigido.

Por lo tanto, la propina es un gaje de determinados oficios que se potencia, evidentemente, en estas épocas vacacionales. ¿Por qué dicha dádiva la reciben los empleados de bares y restaurantes esencialmente y no el personal de supermercados, tiendas de ropa, zapaterías o incluso funcionarios o empleados de ventanillas de atención al cliente? No quiero mal pensar en lo subliminal del consejo de un antiguo empleado de restaurante, respecto a la conveniencia de ser generosos con quienes te sirven algo que llevar a la boca.

El pionero de la costumbre parece ser el propietario de un local en la Inglaterra del siglo XVIII que, a la entrada de su establecimiento, colocó una caja con el letrero “To insure promptnes”, que significa: “Para asegurar prontitud”. Curiosamente en EEUU la propina, que es obligatoria y se carga en factura, se denomina tip, iniciales de las palabras del histórico letrero dieciochesco.

Ante el hecho de la propina no faltan las más diversas opiniones, desde quienes creen que es una muestra de prepotencia y denigra al receptor, hasta los que consideran que solo es un agradecimiento a un buen servicio. En Japón, concretamente, no se admiten propinas y son consideradas como un agravio o menosprecio.

A menudo se plantea la cuestión de cual debe ser la cuantía de la misma. Entre los españoles, que curiosamente encabezamos la clasificación mundial de tacaños “proprineros”, es corriente dejar el cambio casi siempre calderilla. A veces verdaderamente es ridícula la cantidad pero sentimos más vergüenza retirarla que dejarla en el platillo. No obstante, es curioso recordar las manifestaciones de Solbes, cuando fue Ministro de Hacienda, atribuyendo a las propinas el aumento de la inflación.

En marzo pasado apareció en diversos medios de comunicación la noticia de que el Ministerio de Turismo iba de declarar, desde el 1 de mayo de este año, la obligatoriedad de la propina en la hostelería. Los establecimientos deberían cargar por este concepto un 10 % del coste del servicio en cada factura o ticket. La noticia fue muy bien recibida por los empresarios del sector y puntualizaban que con ello podrían bajar los sueldos a la mitad y, eufemísticamente, disminuir el paro contratando a mas personal. No tardó en publicarse que dicha noticia era un bulo, aunque dudo mucho que no fuera un globo sonda. Por otra parte no debía extrañarnos porque esta es la norma en EEUU. Allí los sueldos de camareros y servidores son muy bajos y lo solventan incluyendo en el ticket lo que ya hemos referido como tip, lease propina. Eso si, te facilitan el tema incluyendo una sugerencia a elegir del 10, 15, 20 por ciento del coste u otra cantidad a tu gusto.

Caso parecido ocurre con los cruceros. El personal procede de multitud de países no desarrollados: India, Indonesia, Honduras, El Salvador, etc. donde los derechos laborales son bastante precarios y además los lujosos buques están matriculados con frecuencia en Panamá, con idénticas consideraciones. Estas personas llevan un frenético ritmo de trabajo pero los salarios deben ser muy escasos. En las normas de embarque las navieras adoptan la inclusión, en la factura de los clientes, de una cantidad en concepto de propina al servicio. Últimamente he realizado uno de estos maravillosos cruceros y la cantidad referente era de diez euros por persona y día. Haciendo mis cuentas, sobre un cálculo aproximado del número de pasajeros, me daba que en un mes se recaudaba por este concepto más o menos un millón de euros. A repartir entre los empleados no cabe duda que son los clientes los que financian los sueldos de estos y no los empresarios de los buques.

Al igual que con el tradicional “bote” se deforma la esencia de la propina, que es agradecer un buen servicio, ya que se reparte entre todos los empleados sean serviciales o no. Claro está que parece mas equitativo porque hay servicios, como la cocina o la limpieza que no tienen contacto con el cliente y por tanto no reciben propina. Evidentemente tanto en el caso de obligatoriedad, para completar bajos salarios, como en el comunitario del bote se subvierte su esencia.

La propina puede ser también un arma de doble filo y a este respecto voy a referir el episodio que relata Juan Eslava, de nuestra guerra civil. Narra que entre los detenidos de derechas en Madrid al inicio de la misma en la Cárcel Modelo, uno de ellos comentó a su compañero de prisión que no les iba a pasar nada porque había saludado entre los milicianos guardianes a un camarero del casino del cual era socio, al que daba muy buenas propinas. Sin embargo este hecho no solo no generó agradecimiento y consideración sino que acrecentó el odio de clases en aquel guardián, de tal manera que precisamente pidió, señalándolo con el dedo, que lo fusilaran de los primeros.

Estoy más bien con la mentalidad nipona, sin llegar a considerar la propina como una ofensa, pero si que la misma no debe servir de subterfugio para ahorros empresariales. Debe pagarse a los empleados de hostelería un salario justo por el que prestarán un cuidado servicio al cliente, como debe exigirse en todas las profesiones, y en el coste de lo consumido solo debe aparecer el precio asignado al mismo que ya va cargado con el nada ridículo IVA. Depende de cada cual, pero está lo suficientemente cara la vida para, por cortedad o por aparentar, que es lo que ocurre en muchos casos, aportar la propina.

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