Cuando se publique este artículo, se habrá celebrado el Acto de Graduación de la primera promoción de los estudiantes de Grado de las distintas especialidades que imparte la Universidad de Granada en el Campus de Ceuta. Tengo intención de asistir. No podía perderme un acontecimiento de esta naturaleza.
Es la primera vez que los estudiantes de Ceuta obtienen una titulación universitaria superior cursada íntegramente en su ciudad. A los alumnos de Empresariales les he dado clases en distintas asignaturas de todos los cursos. Por tanto, he seguido su evolución desde el principio. De mi experiencia con ellos es de lo que quiero hablar.
La concepción moderna del sistema universitario se debe a Wilhelm von Humboldt. De ahí surge el concepto de universidad humboldtiana, apoyada en la dualidad docencia e investigación, al que se le añade actualmente la dimensión cultural, según el concepto expuesto por Ortega y Gasset en su ensayo Misión de la Universidad. Más adelante, en 1993 se desarrolló el concepto de “Universidad emprendedora”, por parte de Smilor, Dietrich y Gibson, que después se relacionó con la denominada Tercera Misión de la Universidad, referida al compromiso de transformación del conocimiento generado, para así resaltar las actividades de investigación, la transferencia del conocimiento y una orientación favorable al desarrollo económico regional. Todo lo anterior son los orígenes del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) surgido de Bolonia en 1999.
Lo que se pretendía conseguir era un sistema comprensible, transparente y comparable; organizar las enseñanzas en función del aprendizaje, adoptar un sistema de créditos basado en la medición del esfuerzo del estudiante y que facilite su movilidad; promover la cooperación europea para garantizar la calidad de la Educación Superior; y facilitar la movilidad de estudiantes y personal de las Universidades y otras instituciones de Educación Superior. Para lograr todo esto se debía adaptar los planes de estudio para conseguir una formación basada en competencias, que diera respuesta a los perfiles profesionales que la sociedad demanda a los titulados universitarios. También era esencial la adopción de metodologías docentes que promovieran el aprendizaje activo y participativo. El seguimiento y tutorización del estudiante, junto a su evaluación continua, serían la garantía para conseguirlo, lo que haría realidad el principio de una enseñanza centrada en el estudiante. En todo esto, la planificación docente, asociada a una docencia de calidad, aparece como una variable esencial. ¿Lo hemos conseguido?.
Lo que algunos decíamos a pocos meses de la implantación del Plan Bolonia, era que para llevar a cabo este tipo de enseñanza, lo primero que se necesitaba eran grupos más reducidos, que permitieran al profesorado poder realizar un seguimiento más pormenorizado de cada alumno. Por ejemplo, en enfermería de Ceuta tenemos más de 140 alumnos por grupo, cuando el Plan de Ordenación Docente establece como número aconsejado 65. Lo segundo era que elaborar unas Guías didácticas adaptadas a esta nueva realidad no significaba hacer las mismas que antes, aunque un poco más amplias. En tercer lugar, las clases magistrales pasaban a ser una actividad más, no la más importante. En cuarto lugar, que elaborar guías de trabajo autónomo no era lo mismo que decirle al alumno que se “busque la vida”. Debían diseñarse de forma tal que favorecieran y guiaran al alumno en el auto aprendizaje. Por ello su elaboración debía ser muy cuidadosa. En quinto lugar, que las Facultades debían concebirse como lugares de encuentro, estudio, aprendizaje, investigación y realización de actividades permanentes, y no como lugares en los que se asiste puntualmente a una clase y se escucha al profesor (o se hace como que se le escucha). Lo más importante no es “obligar” al estudiante a asistir a una clase presencial, o a una tutoría, como si de un alumno de primaria se tratara, sino fomentar su espíritu de estudio e investigación, y conseguir que entre en un proceso de aprendizaje permanente, dentro y fuera de las aulas. Por último, ser conscientes de que el proceso de evaluación de los conocimientos adquiridos se puede hacer de muchas maneras diferentes. La 'memorización' y posterior realización de un examen final, ha dejado de ser la forma más importante de controlar el proceso de aprendizaje de los estudiantes.
Los alumnos que ahora se gradúan tienen la palabra. Ellos son los que tienen que decirnos si hemos conseguido estos objetivos.
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