Categorías: Opinión

La política

Que la clase política haya terminado tan degradada no es sino culpa de sus propios protagonistas. Son ellos los que han provocado que sea ya habitual ver a quienes han ocupado cargos públicos pasar por el banquillo de los acusados o terminan protagonizando una portada con las esposas puestas y el guardia civil con cara de pocos amigos al lado. Esa es una situación que forma parte de una deformación clara y evidente de lo que debe ser la política, cuyos artífices han sido los propios políticos. Hace unos años participé en una mesa de debate moderada por mi apreciado Germinal Castillo en la que abordó la preparación de quienes forman parte de las listas de los partidos. Todavía recuerdo a aquel diputado que, iracundo, se molestaba porque yo exigía que quienes son ‘seleccionados’ para representarnos tuvieran una mínima formación ya que de ellos podía depender, de ser los resultados favorables, alguna área de Gobierno. Esta preparación, que es esencial para el desempeño de cualquier profesión, se olvida en política e incluso molesta. Y así nos topamos con auténticos representantes de la cosa pública que no están capacitados para llevar las riendas de un área de gobierno o, simplemente, para fiscalizarlo, tarea ésta igual de importante que la primera e incluso mucho más compleja.
Lo que no puede hacer la clase política es buscar enemigos o culpables de esa concepción negativa que tiene el ciudadano hacia la gestión de los bienes públicos. Se inventan un catálogo de medidas para ser buenos políticos y frenar los casos de corrupción teñida de presunciones que salen a la luz, ¿no habría que conocer la auténtica esencia de un gestor público en vez de buscar parches para evitar que las manos de algunos sean más largas que sus miradas o que la política termine acogiendo a determinado sector de vagos y maleantes que no encuentran futuro en otras áreas? Aquí se funciona al revés. Se intenta convencer a una población en paro de que la clase política gasta poco y cobra mucho menos, se intentan fundamentar decisiones alocadas inyectadas económicamente con el dinero de todos y se alude en tantas ocasiones a la demagogia que se termina viciando el término.
Así tenemos una situación descabellada, cogida entre alfileres en la que la crítica constructiva es mal entendida y en la que los censores, los artífices de las cazas de brujas y los asustaviejas empiezan a cobrar protagonismo. No se asusten ha llegado la precampaña y de ella depende el futuro de muchos.

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