Opinión

La plaza de Nelson Mandela

Aveces se me asemeja a un búnker en medio de un triste páramo, una de esas reliquias bélicas abandonadas y tétricas. Otras, creo ver en el lugar alguno de esos patios vacíos y melancólicos, en los que gustaba ver morirse las tardes de verano a los sevillanos atribulados. Y siempre el monstruo de fondo. Gélido, antiestético, desafiante como una divinidad de lo absurdo. Mire, yo no sé usted, pero a mí la plaza de Nelson Mandela me hace caer en una unamuniana tristeza. Y pensar que en ese suelo estuvo el coqueto patio central del histórico cuartel del Rebellín…
Lo he escrito en alguna que otra ocasión. Lo de la manzana del Rebellín fue uno más de los despropósitos que tradicionalmente se vienen haciendo con nuestro patrimonio histórico. ¿Qué queríamos un teatro? Pues justo enfrente estaba el ‘Cervantes’. Con más capacidad, seguro, que ese auditorio, tan moderno y confortable. Lo que quieran. Pero a costa de muchísimo dinero. Todo un derroche para levantar en una privilegiada zona de nuestro centro urbano un conjunto arquitectónico atípico, extraño y al capricho inamovible del gusto y de las peculiares ideas vanguardistas de Alvaro Siza.
Que en Ceuta podría haberse encontrado un arquitecto para este proyecto no me cabe la menor duda. Un ceutí, sí. Un conocedor del paisaje, del estilo y del alma de su tierra. Quizá y como comprometido urbanista con su ciudad, hasta habría rechazado el derribo del conjunto, y sus emolumentos hubieran sido migajas en comparación con lo que nos costó el del renombrado portugués.
Pero es lo que hay. La realidad no tiene vuelta de hoja. Han transcurrido seis años de la inauguración del Auditorio, y no deja de ser paradójico que no se haya intentado todavía dar otra visión a la desangelada plaza para ponerla en valor.
Al recinto no va nadie, a menos que lo crucemos para acudir al Auditorio o para acortar camino entre las calles de un lado y otro de la manzana. Los escasísimos y simbólicos bancos que en ella existen, por llamarlos de alguna manera, tampoco invitan a sentarse. Menos aún ante la posibilidad  de que te alcance algún balonazo cuando los críos toman la plaza a sus anchas. Y no hablemos ya del meódromo nocturno que obliga a los operarios de la limpieza a baldearlo de continuo.
Urge plantearse de una vez por todas qué hacer en ese lugar. Unas zonas ajardinadas con sus cómodos bancos podría ser la solución más fácil y estética. Naturalmente que aquí cabrían otras iniciativas que pudieran diseñar los técnicos en la materia. Todo menos seguir así indefinidamente.
Ahora, en Carnaval, parece que vuelve la carpa. A su solar de antaño, donde, en vida del patio del viejo cuartel derruido, surgió la catedral de nuestras carnestolendas que tan decisiva resultó para el impulso y gloria de su época de oro. Marco ideal para concentrar en él la fiesta.
Mientras no surja ninguna remodelación que pueda darle un soplo de vida y alegría a dicha plaza, bueno sería rentabilizar su gran superficie yerma, parte de la cual absurdamente se le secuestró a las dimensiones del teatro. Que esa es otra. Su céntrico emplazamiento y características, bien podrían servir para recuperar el cine de verano como atractivo para las noches del largo estío ceutí. Una gran pantalla, una programación cuidadosamente seleccionada y unos cómodos asientos, a buen seguro harían las delicias de muchísimas personas.
O como un buen amigo me comenta y que de hecho llegó a sugerir a la consejera de Cultura, por qué no llevar también al Auditorio, puestos a contar con esa pantalla y equipos técnicos pertinentes, con una programación como la que disfrutan en otros lugares con los mejores espectáculos internacionales de conciertos, opera o ballet.  La tienen cada vez más salas de cines peninsulares, vía satélite, en directo o en diferido, como he podido comprobar personalmente.       Llegado el verano, la plaza podría acoger también esta opción.
Y promover, en fin, las más diversas actuaciones de los artistas locales, fiestas infantiles, conciertos y tantas otras manifestaciones de esta índole aprovechando la benignidad de nuestra climatología. Sacar el máximo rendimiento a la plaza Nelson Mandela, vaya, si la decisión no es la de dejarla tal cual está indefinidamente.
Hágase algo, sí. Cualquier cosa menos seguir con su actual estado de orfandad.

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