Opinión

La piscina

En términos sociológicos, Ceuta es una Ciudad en construcción. Para que un grupo humano se consolide como una comunidad, lo que implica establecer un consenso básico entre sus componentes y compartir algunas señas de identidad propias, es preciso garantizar una mínima cohesión afectiva entre quienes aspiran a integrarla. No se puede cimentar sobre una “tolerancia por resignación” indefectiblemente caduca. Aquí reside la clave por excelencia de la Ceuta del siglo veintiuno.
La configuración demográfica de nuestra Ciudad ha experimentado un cambio radical durante los últimos cuarenta años hasta alcanzar la condición de paritaria (entre musulmanes y cristianos) que la define en la actualidad. El reconocimiento de este hecho es (o al menos debe ser) el punto de partida. A pesar de que aun queden sectores de población que sigan sumergidos en una estéril (y frustrante) nostalgia retrospectiva. Ensamblar ambas comunidades sobre la idea de un “nuevo” sujeto político generado desde la interculturalidad es el apasionante y complicado reto histórico al que se enfrentan los ceutíes de hoy. No resulta en absoluto sencillo por tres razones fundamentalmente.
Una. No hay precedentes de situaciones similares, por lo que no se conocen pautas a seguir. Es un camino singular que nos vemos obligados a descubrir con el amplio margen para el error que ello trae consigo. Dos. Nuestra sociedad es demográficamente paritaria, pero solo demográficamente. Su estructura política está absolutamente jerarquizada. Existe un racismo estructural de origen histórico, que determina todas las dinámicas sociales. Tres. Las actuales tendencias involucionistas que incitan a los “repliegues identitarios” suponen una dificultad añadida. Pero lo que debemos tener muy claro quienes participamos en la vida pública de Ceuta es que este es el único camino posible. Con los matices, diferencias o ritmos que cada cual entienda más convenientes según su forma de pensar; pero no hay otro futuro. La alternativa es un infierno.
Desde esta perspectiva hay que analizar el significado que tiene para Ceuta la Barriada del Príncipe. Por sus características sin parangón (una barriada muy grande y poblada prácticamente por musulmanes y musulmanas al cien por cien, en la que se concentran muy elevados porcentajes de paro y pobreza; y con escasos recursos y servicios públicos, incluida la vivienda), el estado en que se encuentra se convierte en una especie de fiable termómetro de la política de integración y cohesión social. La velocidad que seamos capaces de imprimir a la “normalización” del Príncipe será la que lleve la “reconstrucción” de Ceuta, o dicho de otro modo, la que marque nuestro viaje al futuro. Es preciso hacer hincapié en que no se trata sólo de invertir en infraestructuras (más que justificadas) o implantar servicios públicos (más que necesarios); sino también de poner en marcha políticas capaces de combatir (hasta extinguir) la pobreza y, sobre todo, la marginación (incluyendo con vitola de prioridad la creación de empleo).
Es en este contexto en el que se hace la propuesta de que el nuevo Edificio Polifuncional y Complejo Deportivo que se va a construir en El Príncipe (previsto en el Programas Operativo Regional cofinanciado con fondos europeos) incluya, entre sus dotaciones, una piscina. Sería un golpe de efecto de gran valor que puede contribuir a “cambiar mentalidades”. Es una forma contundente de hacer visible que El Príncipe es, de verdad, y no sólo en palabras oportunistas e interesadas de los discursos políticos, una barriada como otra cualquiera que puede albergar instalaciones públicas de primer nivel. Es un “puñetazo en la mesa” para decir que hay una voluntad firme de que El Príncipe deje de ser una zona deprimida y se incorpore a velocidad de crucero al grado de desarrollo urbano del que disfrutan otros lugares. Es una manera palpable de elevar el nivel de autoestima colectiva y el orgullo de los ceutíes residentes en aquella zona. Es, en definitiva, una iniciativa extraordinaria para avanzar en el camino correcto. Y sin embargo, se ha visto frustrada. El Gobierno se ha mostrado radicalmente intransigente, a pesar de que no supone un coste adicional, ni existen problemas técnicos insalvables para modificar el proyecto original.
Estos son los daños está causando la “legitimidad social” que está conquistando la extrema derecha. El problema real no es que vayan a hacer todas las barbaridades que dicen (de hecho, no harán ninguna), el problema es la contaminación psicológica que están provocando y el desplazamiento del otrora marco de valores constitucionales hasta posiciones incompatibles con los principios de igualdad y solidaridad.
Sin la amenaza electoral de Vox, el Gobierno del PP habría entendido y asumido la importancia de construir una piscina pública en el Príncipe. Habríamos dado un paso de gigante en este largo, complejo y tortuoso camino que nos queda por recorrer. Pero el miedo a ser señalados por las (abundantes) mentes enfermas como “traidores” a la Ceuta soñada (la de mil cuatrocientos quince) y, como consecuencia, perder parte de su tradicional base social, ha terminado por prevalecer. Hacer Ceuta es muy difícil. A veces se torna imposible. Los restos de esperanza se desvanecen en una purulenta disputa entre ciegos enfurecidos.

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