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La paz del amor

En estos días de invierno hemos tenido frÍo y nieblas pero ello tenía su encanto. Era agradable la visión de los edificios - los que conocemos de siempre - rodeados de esa masa grisácea que les hacía aparecer de otro mundo.

La niebla no resultaba cómoda, incluso tenía su peligro para la circulación, pero proporcionaba una determinada belleza que resultaba agradable aprovechar, incluso con la humedad y el frío que la acompañaban. Especialmente agradable resultaban si se tomaban las medidas apropiadas para esa circunstancia especial. No quitaban la paz.
Hoy eran bien distintas las condiciones meteorológicas; soplaba algo de viento de Levante y el cielo estaba claro y con un buen sol, aunque el frío del invierno también se hacía sentir. Ese viento, tan variable según las distintas épocas del año, se mostraba, en esta ocasión. sumamente generoso porque motivaba que las hojas secas de las ramas de los árboles emprendieran unos vuelos que terminaban sobre el suelo de las calles. En una de éstas un barrendero se afanaba en recogerlas pero su empeño era inútil. Las hojas secas y amarillentas jugaban con él y se escapaban.
Hablé con uno de ellos y lamenté el esfuerzo que estaba haciendo para dominar a las hojas secas, pero el hombre me dijo que hacía lo que podía aunque reconocía que,  con ese viento y la cantidad  de hojas secas que se dejaban llevar por él, le iba a resultar imposible dejar el suelo limpio.
Tenía razón y algo más tarde lo comprobé cuando volví a pasar por allí. Las hojas secas, aunque en menos cantidad que antes, alfombraban las aceras recordándonos que éste era su tiempo de abandonar las ramas de los árboles y llenar de colorido los suelos. Era verdad. Tal vez un Inspector de la Limpieza Viaria habría torcido el gesto, dejándose llevar por el rigor de la Ordenanza, pero estoy seguro que, a pesar de ello, no habría dejado de admirar a esas hojas amarillentas y secas que hacían recordar los suelos de un bosque.
Necesitamos ver con los ojos del alma, con los de la paz y del amor, todo cuanto en la vida nos sucede, porque todo tiene algo que trasciende de lo corriente, de lo que a primera vista puede llegar, incluso, a herir nuestra sensibilidad. Pobre de aquél que no sepa atender las llamadas del alma, siempre generosa.
 Largos y penosos son los días de quienes no atienden las llamadas de sus almas hacia la generosidad del amor  a la paz de la Humanidad. Ésta necesita de ese amor, de esa contemplación de la belleza que proporciona toda acción generosa, aunque sea muy simple y poco llamativa; como lo es la niebla que envuelve en bellos paños la simplicidad de la geometría de muchos edificios y como lo es ese viento de Levante que hace que se desprendan las hojas amarillas y secas que poco antes eran todo lozanía y verdor. Es la lozanía de la paz del amor.

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