Se apagan las luces, las casetas echan el cierre hasta 2017, se agota la música y los feriantes empiezan a desmontar con la misma destreza y rapidez sus atracciones, transformando en amasijos de hierro lo que antes causó multitud de sensaciones entre sus usuarios.
Llega el punto y final a unas fiestas que ahora ofrecen otra cara, otro rostro reducido a meras estadísticas por parte de muchos medios de comunicación que ya incluso hacen tantos por ciento para comparar detenciones de inmigrantes de Feria en Feria. Hoy es el día en que las fuerzas de seguridad analizarán con detalle cada atracción buscando entre los recovecos a los adultos y menores que encuentran en el final de Feria su oportunidad para llegar de manera clandestina al otro lado. Ellos y sus historias son hoy protagonistas. Lo son de un drama, el que marca las diferencias entre el derroche y la carencia más absoluta. Noches en los que los billetes ‘vuelan’ de la cartera dan paso a una madrugada de penurias, en la que personas con una bolsa de plástico en la que esconder una muda buscan entre los huecos de los hierros la ocultación idónea para llegar al otro lado. Arriesgan sus vidas, lo arriesgan todo por encontrar en el abandono de los feriantes la posibilidad de pasar al otro lado. Es algo que debería causarnos una reflexión común, aunque cada vez cueste menos encontrarla en una sociedad que se ha hecho dura ante el dolor del otro, ante la situación extrema de los demás, ante el sufrimiento y la injusticia. Hoy habrá quien vea números, datos, estadísticas, labor policial. Otros veremos penurias, dramas, tristeza y ruina. La luz y la sombra de la Feria. La noche y el día de nuestras vidas.