La adquisición de la escultura a la solidaridad, de la artista ceutí Elena Laverón, por parte de la Ciudad continúa dando qué hablar. Nos encontramos ante un hecho defendido por algunos y criticado por otros muchos, siendo ambos casos totalmente respetables. En su pronunciamiento al respecto, Septem Nostra ha optado—con una explicación basada en argumentos más que decentes— por la primera postura. Nos parece muy bien. Lo que no nos parece tan bien es que dicha asociación diga que quienes no pensamos de la misma manera somos “políticos y ciudadanos sin conocimiento ni criterio” o que consideramos “inútil el dinero invertido en educación, arte y cultura”.
Asumiendo que, efectivamente, el debate público suele traer consigo diferentes formas de simplificación, debemos rechazar la presunción consistente en la inexistencia de argumentos de peso opuestos a la compra, así como huimos de esa visión maslowniana que pretende situar a los “no expertos” (eufemismo que, de manera soterrada, invita a pensar en las clases populares) en un plano primario incapaz de lidiar con la cultura, sea a nivel de consumo o de producción. Pareciera que nos encontráramos ante esos “Nadie” de Galeano que, como escribió el uruguayo, “no hacen arte, sino artesanía”. Rechazamos este tufo elitista que puede que, no obstante, haya sido emitido de manera inintencionada. Dicho lo cual, quienes esto escribimos no cuestionamos la sensibilidad estética de los miembros de Septem Nostra. Agradeceríamos que, por su parte, contáramos con, al menos, el beneficio de la duda.
No es necesario aclarar que una de las labores básicas de la gestión política consiste en la toma de decisiones acerca de la distribución del dinero público. A partir de este hecho incontestable, cualquier acción del Ejecutivo al respecto se convierte en un objeto de escrutinio y fiscalización susceptible a la crítica y la argumentación en contra. Más aún, en momentos de crisis en los que la ciudadanía sufre a diario la lógica perversa de una formación política, el Partido Popular, cuyo discurso se centra en la justificación de los recortes producidos en Sanidad, Servicios Sociales, Dependencia y, también, Educación. Llevamos años escuchando que “no hay dinero” y que debemos hacer sacrificios. Que quien justifica el copago farmacéutico decida gastar 165.000 euros del dinero de todos en una estatua es algo que, lejos de maniqueísmos o ataques al arte y la cultura, constituye un hecho llamativo y contradictorio que lleva a que una parte nada desdeñable de nuestros vecinos y vecinas tenga la percepción de que el empecinamiento del ejecutivo por adquirir la ya “obra de la discordia” tiene más que ver con un compromiso hacia alguien o algunos que con la salvaguarda de los intereses generales.
Este sentimiento de indignación, tal vez equivocado, pero absolutamente comprensible y legítimo, no puede ser desdeñado y despreciado acudiendo a la supuesta ignorancia o “la falta de criterio” de quienes lo portan. No es aceptable que pretendamos convertir el debate en una batalla entre partidarios de la cultura, a un lado, y brutos insensibles, al otro.
Por supuesto que la vida del ser humano no puede ser plena si se traduce únicamente en la mera supervivencia. Siguiendo a Fernández Liria en su lectura de Aristóteles, “existe algo mayor que la vida y es aquello sin lo que la vida no merece ser vivida”. Hablamos de la DIGNIDAD consistente en tres conceptos: Justicia, Verdad y Belleza, tres tensiones que se traducen en las tres patas de la Revolución Francesa y, por lo tanto, de toda nuestra construcción política y jurídica: Libertad, Igualdad y Fraternidad. “Ante la justicia, somos libres. Frente a la verdad, somos iguales. Ante la belleza, sentimos que estamos sintiendo lo mismo que los demás, nos sentimos fraternos”. No podemos vivir sin belleza, sin creación estética. Efectivamente, como gritaban las obreras norteamericanas a principios del siglo pasado: “Tenemos derecho al pan, pero también a las rosas”.
Coincidimos en el papel eminente de las administraciones públicas a la hora de implementar políticas destinadas al fomento y la promoción del acceso a la cultura. No obstante, pensamos que este Gobierno no se ha caracterizado, precisamente, por trazar grandes estrategias de política cultural a nivel local. Si hablamos ya desde un punto de vista geo-espacial, el Gobierno de Vivas suspende clamorosamente en la distribución de equipamientos culturales (teatros, museos, bibliotecas, etc). Hablando en plata: de “Puertas del Campo hacia arriba”, la escasez de la oferta cultural (también en estatuas y otras obras urbanas) es más que evidente.
Nadie pone en duda la importancia del arte y la cultura. Una cosa es rechazar (por diversos condicionantes coyunturales) el gasto en la adquisición de una obra concreta; otra muy diferente cuestionar, de manera general, la inversión en belleza. Quienes pretenden hacer pasar lo primero por lo segundo hacen trampas en el debate, situando a su adversario en el lugar más cómodo para ganarle.
La discusión, por lo tanto, no gira en torno a si debemos o no debemos gastar dinero en arte, en cultura o en educación, sino que se circunscribe a una decisión política concreta. No discutimos sobre si debemos gastar en una parcela necesaria de nuestra vida, sino acerca de una decisión determinada, de una gasto concreto dentro de esa parcela cuyo mantenimiento y mimo nadie cuestiona. Discutimos sobre si gastarnos 165.000 en la escultura de Elena Laverón es una decisión correcta, no sobre si es correcto que gastemos dinero en satisfacer nuestras inquietudes estéticas. De esta premisa básica es de la que deberíamos partir si no queremos errar en la dirección de la reflexión.