El año 1849 se paseaba por el calendario cuando un joven médico, Crawford Williamson Long, daba a conocer un descubrimiento que revolucionaría la medicina: la anestesia. Desde entonces, y con muchísimos avances, esta técnica ha hecho posibles todas las intervenciones quirúrgicas sin dolor. Dice el poeta Maxime Le Forestier que el óxido alcanzaría su máximo encanto cromático si sólo corroyese las rejas. Algo parecido ocurre con la anestesia. Si sólo se emplease la técnica de insensibilización en las salas de operaciones, este mundo sería una delicia. Lo terrible es que en los quirófanos sociales, el invento del galeno estadounidense se utiliza como una implacable y silenciosa arma de aniquilación absoluta de conciencias y voluntades. Este violento y programado cortocircuito permite una perpetuación de una nueva Nomenklatura del poder. Como recordarán, el apelativo Nomenklatura definía a la élite dictatorial que dirigía la extinta Unión Soviética y, por extensión, a todos los países del bloque comunista -Cuba incluida, obviamente, donde sigue muy vigente-. Como en cualquier tipo de dictadura que asquerosamente se precie (¿hay que insistir una vez más en el hecho de que los regímenes autoritarios no tienen color porque son todos idénticos?), estas élites gozan de todos los privilegios, haciendo caso omiso a las necesidades de las ciudadanas y, evidentemente, viviendo impunemente al margen del imperio de la ley. En esas situaciones, la ciudadanía oprimida está siempre entre el pelotón de fusilamiento y la tapa del cementerio. En caso de cualquier conato de protesta, la dictadora de turno sube la dosis de fútbol y fiestas o utiliza la fuerza bruta sin medida. No hay salida. Sin embargo, las cosas se complican, y mucho, cuando esa Nomenklatura se instala a los mandos de la democracia. En ese preciso instante, su primera medida es la de emplear dosis masivas de adormideras sociales. Como siempre, el miedo es el mejor hipnótico que pueda usarse y no se privan de hacerlo. El fármaco destructor se inocula siempre por dos motivos: o el nivel de indignación llega a límites peligrosos para la propia supervivencia de la Nomenklatura, o porque se está llevando a cabo un demoledor ataque a los principios básicos que propugna el sistema de libertades y debe ser enmascarado como sea. En cualquier caso, el fin es idéntico: continuar gozando de las prebendas. En nuestras latitudes, las fieles servidoras del capitalismo salvaje (perfectamente descrito por Naomi Klein en su obra “La doctrina del Shock”), que no conoce límites en su voracidad, necesitan de unas eficaces guardianas del orden establecido para seguir esquilmando recursos naturales, derechos adquiridos y libertades. La progresión del avance de este filibusterismo económico es exponencial. Desde la privatización de los radares móviles policiales (medida que en Francia se llevará a cabo en septiembre), hasta la creación de un lobby de la sanidad privada para sustituir a la sanidad pública (iniciativa que impulsará la CEOE en nuestro país), todo les está permitido. No hay límite. Como en el cuento de Edgar Allan Poe, la cuchilla asesina va balanceándose y bajando implacablemente sobre lo que aún queda de espíritu crítico sin que parezca importar. Tal es el nivel de coma inducido que nadie se inmuta ya por el hecho de que un presidente del Gobierno comparezca en un juicio dictando normas y conductas. Eso sin hablar de que, a pesar del enorme hedor de los casos de corrupción que se desprende por todas partes, ese señor siga liderando las intenciones de voto, algo que también debería hacernos reflexionar en torno a la figura y talla de quienes deben ejercer el papel de oposición. Lamentable. Mientras, la Nomenklatura sigue confortablemente atrincherada en sus privilegiadas posiciones a costa de nuestros sufrimientos, haciendo lo imposible para que nunca pare el espectáculo del negocio sin medida en una clara visión autoritaria de la sociedad Usted, como siempre, sabrá lo que más le conviene, pero la combinación de anestesia y de sutil fascismo sólo tiene una consecuencia lógica: el regreso a pasos agigantados de una implacable dictadura. Cuando eso ocurra, las integrantes de la Nomenklatura no dudarán en volver a abarrotar los estadios de fútbol con presas políticas, o a llenar las minas con niñas de 8 años, tal y como ocurre en infinidad de países que no pertenecen al “primer mundo”. Un clásico. La decisión siempre será suya. El problema es que si seguimos dejando que nos lobotomicen, pronto hasta nosotras mismas aplaudiremos a nuestras verdugas. Otro clásico. Eso sí, si en el último aliento antes de verse sumergida en el sueño de los opiáceos sociales se da cuenta de que ya es tarde para reaccionar, acuérdese de que usted misma facilitó la morfina que le empuja hacia ese mundo feliz que le están fabricando. Si en septiembre, tras el vacacional agosto, aún le queda alguna gana de seguir despierta, desde el H2SO4 le prometemos volver a la carga con estas modestas líneas en femenino y pretensiones vitriólicas, que solo tienen la firme voluntad de corroer los barrotes y las cadenas que aprisionan almas y voluntades. El resto, como siempre, dependerá de usted.