La repetición de las situaciones caóticas convierte este rincón en una incansable protesta por lo que está pasando en ese extremo llamado Tarajal, que en el mapa dicen que es Ceuta pero que en la realidad asoma como una fantasmagórica pesadilla. Al menos para quien quiera verla. Cada cual es libre de mirar hacia otro lado y pensar que nuestra ciudad se reduce al camino que lleva de plaza de la Constitución a calle Real y vuelta. La realidad es distinta y nos escupe una merma del terreno, otra de la personalidad que como ciudad llegamos a tener y una última de la moral común, esa que nunca debe perderse pero que aquí se regala de esquina a esquina. Que a diario cientos de personas cargadas de bultos invadan una línea que se llama frontera es una auténtica barbaridad. Que el tráfico se pare porque esas cientos de personas han decidido convertir las tardes en invasiones consentidas es para llevarse las manos a la cabeza. Y que esta situación anómala la hayamos convertido en rutina pone en evidencia la capacidad que tenemos como ciudad frente a las agresiones externas que nos están asfixiando poco a poco, con evidentes y visibles consecuencias. Lo verdaderamente llamativo de todo esto es que parece haberse generado una amnesia colectiva unida a una desidia extrapolada desde la clase política a toda la sociedad. Ver como normal lo que no es se transforma en un particular cáncer para una población que se ha dejado arrastrar por los hechos, quizá por su hartazgo en la protesta ante lo que no funcionaba. Son las avalanchas, es la pérdida de autoridad, es la deformación de lo que antes fue una frontera... son tantas cosas concentradas en un pequeño espacio que terminan cansando, pero que deben ser denunciadas para que nadie piense que nos hemos rendido, que pasamos de los hechos, que miramos hacia otro lado. De ser así, nos dejaríamos vencer por una evidencia que no solo atenta contra nuestro presente como ciudad sino que daña ese futuro que está a la vuelta de la esquina y que no se arregla con cuatro guiños políticos. Ayer más de 400 personas protagonizaron una avalancha sobre Tarajal. Y así casi todos los días, buscando no ser noticia, pretendiendo rendir hasta a las más incansables plumas, absorbiendo la vida de una ciudad que pierde incluso su alegría.