Son muchos los días que pasan casi sin enterarnos porque no hay algo relevante, en nuestra labor, que nos llame la atención. Venimos haciendo esas cosas, con alguna que otra variante, desde muchos años atrás y ya forman parte de esa rutina en la que se ha convertido nuestra vida.
Alguna que otra vez pensamos en ello y puede que nos enfademos con nosotros mismos, por la falta de algo que se diferencie del resto, que tenga características propias que nos llenarían de satisfacción. Sí, podría ser bueno, pero no hay que olvidar que lo que en realidad hemos hecho tiene un valor sumamente interesante: la constancia.
Hemos trabajado, día a día, con los cinco sentidos puestos en una misma labor que era necesaria para el bienestar material de los demás y quizás olvidamos la satisfacción con la que es recibida esa pequeña cosa que sale, a diario, de nuestras manos. Hacer siempre lo mismo puede resultar monótono pero tiene un valor potencial que no lo debemos dejar de tener en cuenta. El que algo de lo que hacemos llegue a motivar felicidad –aunque sea poca– en otra persona hay que estimarlo como algo que es beneficioso para quien lo motiva.
Esa labor diaria en las guarderías, cuidando a niñas y niños pequeñitos y enseñándoles las más elementales normas de vida ¿no es, acaso, algo que tiene un valor incalculable? Esas criaturas están recibiendo cariño y están empezando a conocer y saber valorar a quienes les dedican unas caricias, unas palabras, cariñosas cuyo sonido reciben como las mejores sinfonías de sus vidas y les recuerdan las de sus madres, de las que tienen un eco especial y de olvido imposible. La labor de cada día, en esa función, es una verdadera maravilla de amor.
No es monótona esa vida, y tantas otras, si se hace con cariño y vocación. Es igual que esa labor que se hace con la simple conversación con otras personas. A cada una de ellas les vas dando, con toda generosidad, algo de tu propio ser. No son discursos de ningún tipo, sino emociones del alma. Hasta cuando se habla de fútbol o de toros se pone pasión y amor en ello. Hay tertulias a las que asisten siempre las mismas personas y cada una de ellas conoce la forma de pensar de los otros, pero les hace saber lo que su corazón le pide en cada momento.
Tiene importancia ese contacto personal y frecuente con las personas a las que se trata habitualmente. Puede que se comente algún hecho relevante o algo muy simple, pero en cada cosa la persona está en disposición de dar lo mejor de su mente y lo más limpio de su alma. Forma parte de la modesta labor de cada día el tratar con los amigos o conocidos para hacerles llegar las inquietudes de su alma. Inquietudes que, de una u otra forma, todos los seres humanos las tenemos y somos felices cuando las podemos compartir. No es monótono el empeño de amar a la gente.
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