Cuando un pueblo deja de lado sus tradiciones, no solo pierde una parte de sí mismo sino que además su propia identidad se resiente, al dejar de transmitir una parte de su patrimonio más valioso a las generaciones venideras. Con esto no quiero decir que no se pueda aceptar nuevas fórmulas de festejos, pero lo que hay que evitar a toda costa es que se eliminen unas para implantar otras ajenas.
Esto es lo que en cierto modo viene ocurriendo con la paulatina implantación entre nuestros más jóvenes de festejos ajenos a nuestra cultura, como ocurre con las fiestas de Halloween, evento de origen anglosajón que durante los últimos años ha ido haciéndose un hueco en nuestro calendario lúdico-festivo, propiciado sin duda por una influencia abrumadora de los medios televisivos y por el consumo que estos hacen de productos elaborados en el mundo anglosajón, concretamente en el norteamericano, industria que a través de series y películas, ha ido colocando en nuestros hogares todo tipo de comportamientos y conductas originarias de su cultura que por saturación hemos ido asumiendo como propias.
A nivel institucional y muy especialmente desde el ámbito educativo se ha asumido sin reserva alguna la tarea de asentar entre nuestros más jóvenes este tipo de conductas, en este caso en forma de festejos, promoviendo desde los ciclos más elementales de la escuela y entre nuestros más pequeños, todo tipos de fiestas y actividades relacionadas con Halloween, haciéndoles ver desde los primeros momentos que esto es algo de lo más normal en nuestra cultura. Pero insisto con todo esto no quiero decir que este mal asumir, siempre que sea para bien, todo aquello que novedoso aporte o enriquezca lo que ya tenemos, pero en este caso lo que se está haciendo y en Ceuta se está percibiendo, es una mera suplantación de un festejo que forma parte de nuestro acervo cultural local desde hace ya muchos años, por otro totalmente importado y potenciado a nivel televisivo y comercial.
Hay que trabajar en conjunto, a nivel institucional y desde todos los ámbitos, desde el educativo al medioambiental por volver a recuperar una fiesta tan nuestra como la popularmente conocida como “la mochila”. Cabe recordar que hace años, las actividades escolares previas a esta fiesta, tenían una parte importante dedicada a explicar entre nuestros más jóvenes qué significado tenía el festejo y como se relacionaba con nuestro entorno natural, llegándose incluso a organizar en algunos centros, pequeñas excursiones para adelantar y generar la correspondiente expectación entre niños y jóvenes, quienes tras esto y ya en las horas previas, preparaban con ansias sus mochilas cargadas de frutos secos, a la espera de que llegaran los albores del 1 de noviembre para con amigos y familiares desplazarse a nuestros montes a celebrar tan señalado día.
Hoy vemos cómo esto ha cambiado, y los previos al día festivo, se ha convertido en un festival de Halloween, que a modo de carnaval exótico y ciertamente macabro, inunda nuestras calles desactivando de alguna forma el interés de nuestros jóvenes quienes imbuidos de este festejo, acaban perdiendo todo interés por la tradicional “mochila”.
Debemos resistirnos a perder “lo nuestro” hay que insistir en la transmisión de nuestras tradiciones a las nuevas generaciones, es necesario valorar si se está haciendo lo correcto desde el ámbito escolar en potenciar fiestas ajenas en detrimento de las propias, y si es así intentar corregirlo de alguna manera.
No podemos perder nuestra propia identidad, con ello dejaríamos de ser nosotros mismos, quizá es lo que algunos desde el poder buscan, imbuyéndonos de cosas ajenas, pero somos nosotros los que debemos resistirnos y buscar las formulas que permitan que nuestro patrimonio inmaterial siga intacto y se traspase a las generaciones venideras. Así que pongámonos manos a la obra, porque la imagen de nuestra última “Mochila” ha sido realmente desoladora y eso es algo que no debemos dejar que se repita.