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La maldición de la codicia

No podemos estar en desacuerdo con las reglas epigenéticas (según las cuales, una base genética está condicionando una serie de comportamientos generales del Homo sapiens), pero claro estos condicionamientos de base genética no están aclarados y son más un producto del ámbito de la intuición que de las realidades científicas bien probadas. No obstante, se admite su existencia, no como simples reflejos sino como repertorios del comportamiento que, debido a su crucial importancia, pueden haberse insertado en nuestra naturaleza más esencial. La importancia del ambiente es notable en el desarrollo de un tipo determinado de fijación epigenética, como ha estado mostrando Wilson en su última obra de compilación La conquista social de la tierra. Sin embargo, no vemos la estrecha relación entre diferentes reglas epigenéticas como son la aversión a las serpientes, el rechazo al incesto y la tolerancia a la lactosa. De las tres, incluso la supuesta tolerancia generalizada a la lactosa, que es la que tiene un hilo conductor fisiológico y adaptativo más directo, también ofrece un gran espacio para la polémica científica puesto que hay un gran número de personas a las que la leche simplemente no le sienta bien.
¿Qué decir entonces de supuestas reglas comportamentales convertidas en instintos de rechazo, como el miedo a las serpientes o la aversión al incesto? Estos temas son materia de distintas disciplinas que ofrecen explicaciones más o menos satisfactorias desde diversos puntos de vista del conocimiento de la naturaleza humana. Y este es posiblemente el punto más débil del discurso de Wilson, la obsesión de convertirlo todo en ciencia, al estilo estadounidense, algo un tanto pueril. Pero es la insistencia en la lucha del grupo contra grupo, y de la competencia como “fuerza impulsora principal que hizo de nosotros lo que somos”, concepto este último muy estadounidense, que está haciendo mucho daño, y que no se ajusta a la realidad tal y como la entendemos nosotros. Sin decirlo, el autor (Wilson) parece intuir que la guerra es una regla epigenética, por algo está dentro del ruido estadounidense de la seguridad y de la amenaza constante. Quizá gran parte de todo este problema está en la manera en la que se generó esta nación y en su afán por hacer negocios y dinero (sobre este asunto recomendamos las lecturas de Rifkin y Rachel Carson).
La guerra es una constante en las relaciones antiguas y recientes de la especie humana pero, desde nuestro punto de vista, tiene una muy estrecha relación con la codicia y la expansión territorial. No es una relación arcaica ni se puede hablar de guerras en la época neolítica como tampoco entre los grupos de chimpancés, sino de rivalidades con casos de muertes circunstanciales. A pesar de la posibilidad, no encontramos ni un capítulo dedicado a estas cuestiones indicadas por Wilson en el gran libro de James Goodall sobre los grupos de Chimpancés en África. Sin embargo, sí hay páginas completas dedicadas a la “inhumanidad del ser humano en relación a los simios y sus hábitats” por no hablar de las matanzas de gorilas para hacer recuerdos turísticos.
La guerra no es el estado natural del ser humano sino una consecuencia nefasta de las desviaciones psicóticas de nuestra especie, de la concentración de poder, de la codicia y del número abusivo de población. Durante la mayor parte del periodo arcaico de nuestra especie no existían guerras sino, en todo caso, competencias entre grupos o individuos, tal y como acontece en el ámbito de los mamíferos. Los grandes conflictos no existen entre los mamíferos y sólo es propio de nuestra especie desde hace pocos siglos, con la generación de la propiedad privada de la tierra y del control de los bienes esenciales para la supervivencia.
En las comunidades de seres humanos los conflictos se resuelven en general sin violencia, y cuando ésta se produce, las sociedades tribales, por ejemplo, tienen intención de restituir y de reparar los daños infligidos a través de las leyes comunales. Leer pues a Kropotkin es bastante significativo de este proceso comunal, y nos ilustra con numerosos datos de apoyo mutuo entre todo tipo de sociedades comunales presentes en nuestros días, hasta llegar al asociacionismo actual que compara a una de las expresiones de la solidaridad y de las relaciones humanas primigenias. No deseamos pintar la naturaleza como un cuento rosa, meloso donde todo es ayuda y colaboración, sino por el contrario, se trata de situar a la competencia y a la colaboración en los lugares que les corresponden en el proceso evolutivo de la biosfera. Mostrando los ejemplos de colaboración simbiótica o la propia simbiogénesis (unión de códigos genéticos) como motores evolutivos importantes, y el desarrollo de la sociabilidad avanzada como un gran ejemplo de colaboración dentro del ámbito de una misma especie. Dicho de otro modo, si existe una regla epigenética clara y dominante en relación al comportamiento de nuestra especie y de otras muchas especies animales, ésta es el apoyo mutuo o la ayuda mutua o la base de la sociabilidad avanzada. Siempre está presente y aflora en cualquier situación histórica en la que haya estado y esté nuestra especie involucrada. Sin embargo, aspectos como las conductas codiciosas generalizadas, son adquisiciones muy nuevas, provenientes del desarrollo civilizatorio y se cifra en siglos.
Obviamente, la sociabilidad avanzada es una invención propiciada por la propia evolución adaptativa de la biosfera, tanto en el caso de unas pocas especies de insectos (en argumentos magistralmente expuestos por Wilson) y de la nuestra se ha llegado a cotas importantes de desarrollo. Lo cual no quiere decir que estén ausente las contraindicaciones, ni tampoco que no haya otras muchas especies y grupos de especies con inclinaciones de apoyo mutuo y sociabilidad interesantes en las que podamos hablar de diferentes culturas adaptativas. Las contraindicaciones de un cerebro demasiado grande son una psique descontrolada (que normalmente no se percibe así por el afectado), que provoca desviaciones abusivas, como son la concentración de poder, las guerras, la esclavitud y la codicia, todas estas y muchas más han sido expuestas magistralmente por Mumford a lo largo de su extensa obra. En los insectos se aprecia como contraindicación la robotización de los individuos en la vida de sociabilidad avanzada.
Por todo esto, no podemos aceptar a la codicia como una regla epigenética pues es una invención cultural reciente, a pesar de que a algunos les pueda parecer un hecho que está incluido dentro de nuestros genes. El problema es que llevamos siglos alterados y recientemente nuestra historia está tan acelerada con intensos e importantes cambios ambientales y tecnológicos que no podemos recordar quiénes éramos en el albor de nuestra historia y quiénes todavía somos en el periodo actual por encima de las guerras, la competitividad exacerbada, la destrucción de nuestro hogar y la acumulación avara y estúpida de recursos vitales. La magnificación de las sociedades ha generado un sistema de promoción de la codicia perfectamente establecido y que es bendecido por nuestra democracia. La promoción de los pillos codiciosos y de los más “listos” es algo que se ve con total normalidad en nuestra anormal sociedad sin que realmente pueda compararse a las ventajas de la filantropía y las asociaciones beneficiosas entre personas. Es una distorsión psicótica la que nos hace ver que es la ley del más fuerte la que debe prevalecer cuando en realidad si todo esto no se nos ha ido completamente de las manos ha sido por el trabajo en común y la supervivencia de instituciones sociales claves como bien expone Kropotkin.
Para finalizar queremos decir que en nuestra bonita, dulce y marinera ciudad el mal de la codicia está bien instalado, y como ejemplo podemos poner la insaciable sed de dinero de los promotores inmobiliarios. En cierto lugar de Ceuta están pidiendo 500.000 euros, puede que incluso más dinero, por un piso con vistas y jacuzzi, tamaño desatino es difícil de adjetivar en una ciudad dónde con salir a la calle ya tenemos vistas y dónde este precio por un piso debería estar anatemizado. Algo parecido sería si alguno se hubiera planteado construir el Parque del Mediterráneo para facilitar el acceso al baño debido a la ausencia de litoral en Ceuta. La concepción innecesaria del Parque del Mediterráneo merece el premio Darwin a la estupidez en la gestión de fondos públicos europeos pero no está tocado por la codicia sino por una ingenua y provinciana intención, pero vender pisitos a medio millón de euritos esconde la presencia de bestias psicóticas con apariencia de seres humanos que encierran sueños de grandeza peligrosa y despiadada para con los recursos de todos.

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