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La madre que no te parió

Has llegado a los catorce y ves que el mundo no te lo puedes poner por montera.  Ya te has dado cuenta de que la vida aprieta y te hace más daño mirar atrás y compadecerte que airear la cara al viento de levante, porque es duro, infinitamente más duro y doloroso, que hacerte la cera en el bigote.                                                                  
Eres niña y te crees mujer, porque los pechos despuntan solos y los que antes no te hacían ni caso, ahora se vuelven de soslayo al pasar tú, por los pasillos del instituto. Quizás por eso la miras a ella, entre arrogante y enfadada, porque piensas que no te quiere lo bastante, que no te mima lo bastante o que no se preocupa de ti, como sólo tú te mereces.                                                                                                                            
Te enfadas luego, te enfurruñas y le gritas y te vas a tu habitación dando un portazo y sintiéndote miserable y mala, porque en el fondo la quieres más que a tu vida y sin ella no eres absolutamente nada.                                                                                                  No eres tú la que la insulta y le chilla, son tu boca, tus manos las que la empujan para que te deje tranquila y no te diga lo que no quieres escuchar, que aún eres pequeña para tantas liberalidades o que estudies, que en ello va tu futuro.                                               
Tú solo quieres volar, olvidándote de todo lo demás, volar sin alas, donde no haya más que cielo y tierra, sin gente que te agobie, sin recuerdos dolorosos, a costa de quien sea. Pero lo que no sabes, es que son las hormonas las que hablan por ti y te engañan secreteándote que ella te mira de reojo y no es porque se preocupe por ti, sino porque ya no te quiere. Siempre te lo has temido, desde que supiste que eras adoptada y lo viste con tus propios ojos en el certificado de nacimiento y lo oíste decir a un compañero en el recreo, al pasar por tu lado, llamándotelo como un insulto.  Lo has superado o eso crees tú, porque la psicóloga que ha contratado- muerta de miedo por ti- tu madre, dice que estás en ello y al decirlo lo que de verdad quiere decir es que estás en llamas,como el Coloso o en plena erupción, de hacerte a ti misma, que es la adolescencia. Lo mismo es que no te acuerdas de cómo fue el embarazo de cuatro años que llevó a tus padres hacia ti, lo mismo es que ya se te han olvidado los besos y los abrazos que recibiste al llegar hasta ellos o los juguetes que tenían preparados los de la peña donde tus padres iban a sofocar paciencia, porque se les hacia eterna la espera de no tenerte. Después,  cuando llegaste, se pasaron noches en vela a tu lado que les parecieron días gozosos y alternaron paciencia infinita, cada vez, que llegabas del colegio con una pega, con la satisfacción de saber que eras su hija. Ahora tienes asumido que él es tu padre, que siempre lo ha sido, pero en cambio la conjeturas a ella, porque cuando te dolió tanto que llorabas cada noche preguntando porque no te había querido quién te había parido, te dijeron que lo mismo no podía tenerte a su lado, y ahora que estás en la edad de ver todas las cosas con cinco patas, le dices a ella , que tanto te quiere , que lo mismo los dejas para ir a buscar a tu verdadera madre. Ella nunca te lo dirá, pero muerde la almohada para que no la escuches llorar y reza, ella que es agnóstica, para que el sol vuelva a tu vida y si supiera que esa mujer que te pario te iba a querer solo la mitad que ella, la buscaría y la agarraría y la llevaría contigo, solo para que fueras feliz o rieras como hacías de pequeña. Porque ella no te quiere,sino que eres su vida, su sentido de la  vida, su hija querida, su hija venida de otras entrañas y parida solo para ella, que vive para abrazarte y quererte como siempre deseaste que lo hicieran. Lo mismo será por la psicóloga o porque te vas dando cuenta, pero hoy te has levantado temprano y te has puesto a estudiar y cuando ella ha acudido a tu lado le has dicho que en la cocina estaba el desayuno preparado y cuando ya se iba asombrada , le has musitado un leve “te quiero, mamá” que a ella le ha atravesado el alma y la ha quebrado por entero, tanto que ha dado un traspiés y has tenido que levantarte deprisa para cogerla y fundirte en un abrazo con ella.

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