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“La lucha contra los malos no puede sacrificar la privacidad de los buenos”

El escándalo del espionaje masivo practicado por los Servicios Secretos estadounidenses le ha convertido en las últimas semanas en reclamo de los medios nacionales. No en vano, Fernando Rueda (Madrid, 1960) está considerado el mayor experto en España sobre las redes tejidas por las centrales de Inteligencias y sus agentes, sus tramas silenciadas y las alcantarillas del poder, la expresión con la que bautizó uno de sus últimos libros. Doctor en Periodismo y escritor, asume que la lucha contra el terrorismo internacional se sirva de casi cualquier método, pero denuncia que el precio sea vulnerar derechos ciudadanos.
–En el caso de la NSA, con capturas de millones de datos y teléfonos móviles de jefes de Gobierno intervenidos, ¿podemos recurrir al tópico de que la realidad ha acabado superando a la ficción?
–No, es que la ficción es realidad desde hace ya más de 40 años. De hecho, cuando EEUU crea la NSA [siglas en inglés de la Agencia de Seguridad Nacional] en los años 40 lo hace para este tipo de cosas. La primera y verdadera gran revolución fueron los satélites, que permitieron espiar desde el cielo las comunicaciones de todo tipo, seguir a las personas desde las alturas... Esto que está ocurriendo ahora es el desarrollo de aquello, pero movido por la era de internet.
–Más que ante una sorpresa estamos entonces ante la constatación pública de una evidencia, más o menos silenciada...
–Sí, porque una cosa es que los que estamos en este tema desde hace décadas lo conozcamos y otro que aparezcan las pruebas irrefutables de que está ocurriendo. Gracias a revelaciones como las de Edward Snowden podemos saber ahora que los países, pero no sólo EEUU sino todos, aunque principalmente Rusia, China y los países europeos, incluida España, están haciendo un espionaje masivo que nos afecta a todos. Y si no se le pone límite, esto será como en las películas, como en Minority Report, cuando llegue un momento en que nos detengan simplemente por pensar en cometer un delito, aunque no lo hayas hecho todavía.
–Si los Servicios de Inteligencia de tu propio país, o de una nación supuestamente aliada, acceden a tus cuentas de correo electrónico, conocen qué páginas web consultas, escuchan y graban tus conversaciones... ¿qué fue del derecho a la privacidad?
–Es que este caso del espionaje masivo ha demostrado que, por desgracia, la privacidad ya no existe. Aunque no cometas un delito, basta con que hables con alguien sospechoso para que comiences a formar parte de una lista. Se acabó lo que entendíamos por derecho a la privacidad. La pena es que cuando empezaron a aparecer las transcripciones de las interceptaciones los gobiernos no hicieron nada. Empezaron a preocuparse sólo cuando se conoció que se había escuchado a Angela Merkel y a otros dirigentes mundiales.
–¿Y no tiene algo que decir la Justicia? ¿No se supone que es ilegal acceder a conversaciones privadas y más aún archivarlas sin autorización de un juez?
–La Justicia no va a hacer nada porque todos los países están en esto. Sería abrir la puerta a que los ciudadanos pudieran querellarse contra sus propios Servicios Secretos, contra sus propios gobiernos. Y nadie está por esa labor.
–Parece que tampoco la UE, que pese a respaldar las quejas de sus jefes de Estado ya ha reconocido que no piensa impulsar ningún ‘cortafuegos’ legal...
–Es que cuando lo hacen otros te sientes mal, pero cuando lo haces tú miras hacia otro lado. No les interesa, porque al final este tipo de cosas, aunque ilegales, dan resultados en la lucha contra el terrorismo, contra las mafias. ¿Pero a costa de qué? Pues de acabar con la privacidad. En las dictaduras esto no importa, ni en los regímenes autoritarios. ¿Por qué? Porque no existe la privacidad, pero en las democracias  ésta es un bien muy preciado.
–Aunque la guerra sucia dé sus frutos, ¿asumir el ‘todo vale’ como herramienta no es muy arriesgado?
–En democracia el ‘todo vale’ no puede ser aceptado. Por eso en EEUU no les importa que espíen a los extranjeros, pero sí que se haga con sus ciudadanos. No les importa que los drones [aviones no tripulados] maten sin juicio a los extranjeros, pero sí importa y les preocupa, y es un escándalo, que maten a ciudadanos norteamericanos. Esto pasa en todos los países. Tenemos arraigado el sentimiento de que los ciudadanos extranjeros nos la repanfinflan, pero cuando ocurre con los propios lo vemos intolerable.
–¿Y es posible establecer un término medio entre ‘escucho a un terrorista porque evito un atentado’ y ‘grabo a cualquiera porque algún día puede ser sospechoso’?
–Claro, debe haberlo, y establecerse claramente, porque esto es algo que si no le ponen límite lo seguirán haciendo, seguirá creciendo, y seguirán y seguirán, y llegaremos a lo del niño de Minority Report: elaborarán perfiles avanzando quién puede ser un terrorista, quién puede ser un mafioso, un delincuente, un sospechoso... Se terminarán produciendo detenciones o interrogando a gente que no ha dado el paso para ser, por ejemplo, un terrorista islamista sino que simplemente cumple el perfil. Y eso es tremendo.
–En este caso del espionaje masivo, quizás lo más llamativo es que se haya practicado con países aliados. ¿Tiene EEUU una obsesión por controlarlo todo o simplemente tampoco se fía de sus supuestos amigos?
–Yo llevo 25 años haciendo temas vinculados con los Servicios Secretos y sé que ellos se guían por un adagio que dice que “en el espionaje no hay servicios amigos, sino solamente otros servicios”. Cada país se fía de los aliados lo justo, porque todos quieren saber cuál es la política que va a desarrollar el otro, lo que van a hacer sus empresas... Aquí no hay aliados.
–¿Habrá consecuencias en las relaciones internacionales o se correrá la cortina para ocultar el escándalo?
–El proceso va a durar porque hay países como Alemania o España que se han visto obligados a exigir que se adopten medidas. Pero no nos engañemos: los gobiernos ya sabían que esto estaba ocurriendo. El problema es cuando esta información llega a la opinión pública, que presiona a esos gobiernos para poner límite a este tipo de cosas. Los mandatarios tendrán que hacer legislaciones y reformas que pongan límites, lo que pasa es que con el paso de los años todo esto se olvidará.
–¿La solución será entonces una mera cuestión de imagen pública?
–Sin duda alguna. Es una cuestión de apaciguar a las opiniones públicas, que obviamente no entienden que se puedan intervenir sus llamadas simplemente aduciendo que es para un tema de la lucha antiterrorista.
–La NSA ha reconocido que los Servicios Secretos de España y Francia se han encargado durante años de recopilar y enviarle datos de millones de ciudadanos en Europa. ¿Es una práctica habitual o un caso aislado?
–Yo creo que están poniendo una cortina de humo, pero sí es verdad que hay un intercambio de datos entre los servicios locales y la NSA. Los Servicios Secretos europeos ofrecen datos y luego se benefician de la información que puede almacenar la NSA. Habrá servicios secretos a los que les dé igual facilitar información de quien sea si a cambio logra datos puntuales sobre esa persona.
–La gran pregunta es si esos datos almacenados en megaficheros se borrarán o se almacenarán de por vida...
–Los van a tratar de almacenar el mayor tiempo posible que les permitan sus instalaciones para que al final, si tienen la capacidad, que la NSA la tiene, se pueda introducir un simple dato y aparezca la información de alguien de los últimos ocho años, algo que siempre será mejor que tener la de sólo unos meses.
–Un auténtico filón...
–Claro. Quién es, qué ha hecho, con quién se ha reunido... Todo.
–Ya no sólo en manos de los Servicios de Inteligencia... Esa información sobre nuestras preferencias, nuestras filias y fobias, no tendría precio en manos, por ejemplo, de empresas que busquen clientes para sus productos...
–El problema inicial aquí son las Centrales de Inteligencia, pero luego tenemos otro grande que es el de la ciberdelincuencia. Hay un montón de gente que busca la información con fines comerciales, para elaborar perfiles. Y ahí entonces estamos también ante el riesgo de que caigan nuestros datos en manos de empresas que luego se encargan de mandarnos publicidad sin nuestro permiso. Lo mismo ocurre en todas esas ocasiones en las que  firmamos autorizaciones sin leerlas, como ocurre en Internet. Y luego nos asaltan, venden nuestros perfiles...
–¿Este caso está dando alas a los partidarios de esa teoría que asegura que Facebook o Google en realidad se crearon para espiarnos y controlar desde qué comemos hasta a quién votamos?
–Sin duda. Llevo diciéndolo mucho tiempo: hay que ser muy conscientes del uso que uno da a las redes sociales. Todo lo que uno escribe, todo lo que hace, al final puede repercutir en nuestra vida. Como esos dispositivos que nos invitan a decir dónde estamos en cada momento... Mucha gente asegura que le da igual, pero al final...
–Quizás somos demasiado ingenuos y aireamos en las redes sociales más de lo que deberíamos...
–Sin duda... Eso es un riesgo que deberíamos asumir. Pero la mayor parte de la gente dice “a mí qué más me da que se sepa dónde estoy ahora”... Asumo que tampoco se puede vivir pensando constantemente que te están espiando, que saben las cosas que haces o dices, pero al final caemos en una actitud de “bueno, que lo sepan”. Y eso es una pena.
–¿Se está cumpliendo la profecía del ‘Gran Hermano’ que preconizó Orwell?
–Sí, se lleva cumpliendo desde hace mucho tiempo. Insisto: recabar información de ciertas personas complica la actuación de los grupos terroristas, de las mafias, pero el problema es que  la lucha contra los malos no se puede hacer sacrificando  la privacidad de los buenos.
–¿Ha jugado la NSA en en este caso con la complicidad a favor de las grandes empresas de telecomunicaciones?
–Sí, ha sido necesario porque les facilitan el acceso a la información. Lo que ocurre es que si esto se conoce es un riesgo y produce un enorme descrédito. Les presionan para colaborar, muchas veces a cambio de ayudas importantes, pero luego ya vemos que pasa lo que pasa. Pero sí, se ha demostrado en varios casos en EEUU, donde han obligado a grandes compañías del sector a facilitarles esa ayuda.
–¿Cuál intuye que es el futuro de Snowden? ¿Está ya marcado de por vida por sus revelaciones?
–Sí, indudablemente lo está. Va a tener que esconderse lo que le queda de vida, residir en Rusia y en algún otro lugar, si es que le dejan. Va a tener siempre que huir, notar el aliento de los Servicios Secretos, que intentarán matarle o, en cualquier momento, juzgarle. Esto es muy importante, porque este seguimiento y hacerle la vida imposible es lo que puede hacer que otros que piensen actuar como él se lo piensen dos veces. Snowden lo que ha hecho es acabar con su vida, al menos tal y como la podía concebir hasta entonces y como la concebimos el resto. Perseguirle de forma constante, o tener encerrado en la Embajada de Ecuador al fundador de WikiLeaks es una forma de evitar nuevos casos como éste.
–¿Hay situaciones en las que los Servicios Secretos llegan a acumular más poder incluso que los gobiernos a los que sirven?
–Sí, eso es un temor que siempre existe, que al final los Servicios de Inteligencia o algunos de sus agentes puedan hacer lo que les dé la gana. Eso se puede producir y es uno de los miedos. En teoría los gobiernos tratan de controlarlos de alguna forma, pero es verdad que en algunos casos han ido más allá de donde debían.
–Este tirón de orejas público a los Servicios Secretos estadounidenses va alterar algo o seguirán actuando bajo los mismos parámetros y la misma impunidad?
–Vamos a seguir igual. No creo que por el hecho de conocerse vaya a cambiar nada. Pese a ello, son momentos tremendos, en que si no se pone algún coto vendrán más medidas de seguridad, nuevos controles. Pero, pese a todo, dentro de dos años todo seguirá igual.
–Con todo el bagaje acumulado y sabiendo lo que esconden las nuevas tecnologías, ¿toma algún tipo de precaución al utilizarlas?
–Cuando uno no tiene nada que ocultar, lo mejor es  no vivir obsesionado. Hay que tener claro que si no quieres que algo se sepa, lo mejor es  tener la precaución de no contarlo en las redes sociales, ni por el móvil. Aunque no podemos llegar a lo que decía un abogado del 11-M a su defendido, que le recomendaba que si no quería ser espiado lo mejor era no usar el ordenador y salir a la calle sin teléfono. Como eso no es posible en los tiempos que corren, lo que hay que hacer es vivir tranquilamente, sin obsesiones.

“El CNI, que cuenta con un importante despliegue en Ceuta y Melilla, tiene el terrorismo islamista entre sus obsesiones”

El CNI, la denominación que rebautizó al antiguo Cesid tras el desgaste de la ‘guerra sucia’ y algún que otro escándalo de desvío de fondos, goza según Rueda de un magnífico estado de salud.
“Se ha desarrollado muchísimo y siempre he dicho que tenemos un gran Servicio de Inteligencia. A la alta cualificación humana, con unos agentes estupendos que hacen un trabajo profesional, se han sumado avances como la inteligencia por señales, el servicio criptológico... Nos protegen de ataques pero también tienen una capacidad de ataque muy alta. Seguimos teniendo un servicio a un muy alto nivel”, asegura. Y en esa misión de vigilancia constante, Ceuta y Melilla juegan un papel preponderante: “El despliegue del CNI en ambas ciudades es muy importante, así como el papel que juegan los Servicios de Información de la Policía. La proximidad con Marruecos es fundamental y están dedicado a varios temas, pero muy volcados en los últimos años en el tema del terrorismo islamista. Es una de sus misiones más importantes y han estado trabajando mucho por la infiltración que se ha producido de las células islamistas. Trabajan muy intensamente en ese tema, es una obsesión, de ahí su trabajo insistente”, destaca. Una labor que no escapa a los recortes presupuestarios, aunque en esa parcela salga mejor parado: “Les afectan, pero menos que a otras instituciones. Los fondos no crecen, pero tampoco se reducen, que ya es algo”.

Rueda, durante una entrevista en la que presentó una de sus últimas obras, ‘Las alcantarillas del poder’.

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