Nos canta Joan Manuel Serrat “A menudo los hijos se nos parecen y nos dan la primera satisfacción”. Es dificil explicar los sentimientos que florecen cuando se tiene que tomar una decisión, la cual radica en un interés personal sin llegar a valorar el daño que se le puede hacer a los tuyos, a la familia, a los hijos. Cuando pasa el tiempo y las expectativas se vuelven oscuras, dejando a un lado la ilusión de los primeros días, meses o años, es cuando se piensa y recapacita, llegando a dudar de si, aquella decisión que se tomó en su momento, fue la mejor para los intereses de todos. Así se expresaba María Teresa que, sin solución de continuidad, cada 6 de Abril no manda un ramito de violetas pero si, una conjunción de palabras encadenadas, sin osadía pero con atrevimiento.

“Corría el año 1990, acababa de empezar el cole y estrenaba maleta, libretas, estuche y material… Compartía habitación con mi hermana mayor. Después de cenar, sonó el teléfono. Mi padre habló largo y tendido. Cuando terminó, mi destino estaba en otro lugar, al que llaman las Islas Afortunadas. Cierto que afortunada es Las Palmas de Gran Canaria por tener las cuatro estaciones en 1.560 km2, uno de los destinos turísticos más importantes de España, con tesoros como Maspalomas, Puerto Rico, el Roque Nublo, Agaete, Vegueta, Triana, Telde, Las Canteras… y una Virgen del Pino con una romería de las más multitudinarias de la isla. Sin embargo, fue otro destino, el de una prisión, El Salto del Negro, una de las primeras macroprisiones polivalentes creadas en España, con cerca de 700 celdas, pionera en participar en programas europeos de reinserción de presos, la que llamaba a mi padre, funcionario de prisiones en Los Rosales después de pasar por la prisión de Mallorca, Puerto Santa María y Melilla. Pocos días después, un anuncio en El FARO ponía en venta la casa, mi madre empaquetaba en cajas nuestras pertenencias, mi padre cogía un vuelo sin retorno, y el 6 de enero de 1991, los Reyes Magos me regalaban amanecer bajo otro cielo. Nuevo cole, nuevos amigos, mis abuelos lejos… y un “mi niña” con acento canario que me hizo hacer amigas rápido. Nada era igual y pese a estar lejos de la familia, la felicidad reinaba mi vida y la de mi familia. O eso creía yo, porque sumida en juegos y amigos no me percaté de las amenazas que mi padre recibía de la banda terrorista ETA, incluso desde antes del nuevo destino.

6 de abril de 1992. Estoy en clase de plástica y entra el Jefe de Estudios. Presiento que algo anda mal, siento su mirada, y habla con la profesora. Nos evacuan a La Plaza, y allí permanecemos hasta que llegan las 2 y nos vamos a casa. Ha habido un aviso de bomba. Parece que falso. Llego a casa y mi padre, que después del recuento debe venir a comer, no aparece, pero quizá… sólo es que el recuento no ha salido…(aunque la sirena tan característica de que sí era correcto, sonó aquel día)… algún papeleo pendiente… algún módulo mediando motín… algún preso con actos de indisciplina grave…

Horas más tarde, mi casa permanecía en silencio, esos silencios donde cualquier ruido queda amortiguado y parece que tropieza con un muro de colchones invisibles. Un silencio que dura hasta que los GEDAX de la Guardia Civil explosionan en uno de los patios de la prisión un artefacto que se hubiera llevado por delante mi casa y las de mis vecinos colindantes… y no sé cuántas vidas. Mi padre llegó a casa muchas horas después, o eso me pareció a mí. Aquel día pensé que ya no lo volvería a ver, y pasé miedo. En realidad, nunca he pasado tanto miedo.

Hoy también es 6 de abril. 27 años después, vuelvo a vivir en Ceuta y extraño todos los días mi aventurada isla, que me hizo afortunada por no haber permitido que ETA le quitara la vida a mi padre. El misterio del destino mueve a personas de un lado a otro y los convierte en lo que nos convertimos por lo que hemos vivido y cómo lo hemos vivido. Las Palmas se quedó en parte de mi yo y cuando cierro los ojos contemplo su paisaje porque también algo de mí se quedó en ese paisaje, en esa esquina entre la pared y el piano donde me encontraba cuando mi padre volvió a casa aquella noche. Durante 27 años, yo celebro cada 6 de abril que él sigue a mi lado dedicándole unas palabras de recuerdo a aquello que hoy llamamos… “ser afortunados por que no pasó”. Papa… mi imprescindible, mi mejor resguardo, mi mejor profesor… La vida empieza cada mañana. Te quiero”.

Y es que cuando pasan los años y que a pesar de todo, la felicidad impera en la familia, que aquello nace y muere todos los días, es posible que se rememoren momentos de alegría que fueron deseados. Ese alegato que firma María Teresa con el beneplácito de su memoria, es la culminación de un extraño suceso que le dió, a ella y a los suyos, la oportunidad de vivir dos veces, con sus altibajos y sus euforias, bajo el paraguas con el que te arropa La Virgen de la Merced, Patrona de los presidiarios y protectora de los funcionarios.

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