Opinión

La ley del embudo

Durante la hegemonía política del PP liderado por Vivas se ha ido acuñando un discurso sobre el modo de gestionar políticamente nuestra Ciudad cuyo fundamento más sólido es “la necesidad de reforzar la presencia del Estado en Ceuta”. En la medida en que el declive se hacía más patente, las soluciones más utópicas y los problemas más acuciantes; esta idea se iba convirtiendo en un axioma.

Ya lo es. Exceptuando algunas voces dispersas e intermitentes (delirantes, interesadas o estúpidas) que cuestionan públicamente la “excesiva dependencia del Estado”, lo cierto es que la inmensa mayoría de los ceutíes somos perfectamente conscientes de que en el contexto actual, Ceuta no se sostiene sin una más que generosa aportación de fondos públicos.

Es más, salvo cambios profundos muy poco probables, esta situación tenderá a acentuarse quedando consolidado este modelo de manera definitiva. Lo hemos asumido con absoluta resignación. El futuro que nos aguarda es una constante demanda de transferencias (en sus diversas modalidades) para poder resistir. Para ello apelamos, con toda justicia y justificación, a la solidaridad.

Es certero el diagnóstico de que Ceuta (y Melilla) no encuentran parangón en nuestro país en lo relativo a sus condiciones sociales, políticas y económicas, y ello obliga a un “sobre esfuerzo” que hasta ahora nadie ha discutido.

La “factura” crece ante una comprensión prácticamente unánime de todos los partidos políticos. Sin embargo, este impecable planteamiento puede entrar en crisis (y ser revisado) si el PP persiste en su actitud de gestionar los recursos que llegan a Ceuta desde la más irresponsable insolidaridad. No se puede blandir la solidaridad para pedir y practicar la insolidaridad para distribuir.

Es una versión diabólica de la ley del embudo, profundamente injusta y desgarradoramente inmoral. La fragmentación de Ceuta en realidades diversas y muy distantes entre sí es tan obvia que duele a la vista. No se puede entender, ni aceptar, que las continuas remesas de fondos procedentes de la solidaridad rieguen siempre los mismos intereses, dejando a la intemperie a sectores cada vez más amplios de la población. Una asimetría tan vergonzosa como insostenible que se atisba como una peligrosa amenaza en el horizonte inmediato. Las injusticias siempre terminan estallando.

Esto, bien es verdad que a regañadientes y nunca en la proporción deseable, lo comprendía el PP (o al menos parte de él) y obraba en consecuencia. La insistencia en la necesidad de combatir los fuertes desequilibrios sociales como requisito imprescindible para construir la Ceuta del futuro, logró algunos (tímidos) avances.

Pero esta visión de la solidaridad como una prioridad se esfumó súbitamente, cuando el Gobierno sintió que su base electoral se tambaleaba. El punto de inflexión podemos situarlo en la manifestación de “Ceuta insegura”. Desde aquel momento, la política del PP se ha centrado casi en exclusiva en una obsesiva “reconquista del voto” basada en la idea de que visibilizar la protección de los privilegios es un potente factor de rentabilidad electoral.

El PP ha llegado a lo conclusión de que su electorado no quiere solidaridad sino seguridad (entendida a su peculiar modo y manera). Para colmo, la reciente constatación de que la extrema derecha está en disposición de irrumpir con una fuerza significativa en la vida política (y Ceuta no será una excepción), no ha hecho sino enfatizar esta teoría. La radicalización del PP, en el intento de no verse desplazado por alternativas más excitantes, está abriendo aún más la brecha, provocando una acelerada desconfiguración social de muy difícil recomposición posterior. Lo más contraindicado para la Ceuta de hoy es atizar (directa o indirectamente) la división fomentando el racismo y la xenofobia.

Es momento de mantener la calma y agarrarse con la mayor fuerza posible a los principios y valores democráticos. Aún a riesgo de que la ola de la sin razón nos pueda zarandear. Ceuta necesita mucha solidaridad; pero no sólo de los españoles hacia nuestra causa, también, y sobre todo, entre nosotros mismos. Si no entendemos esto, entraremos en una vía muerta.

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