La posibilidad de que los últimos 20 indios del monte terminen en algún CIE camino de ser deportados a su país, sentó ayer como un jarro de agua fría a todas aquellas personas o entidades que, por un lado o por otro, tienen cierta relación con este colectivo. Desde los distintos comercios que se reúnen en el conglomerado que forma el centro Parque Ceuta hasta las tiendas con las que los indios colaboran pasando por las asociaciones que han tenido contacto con ellos o la misma comunidad hindú... todos coinciden en valorar la posible deportación como una injusticia. Y no lo hacen porque sí, más bien porque durante estos casi cuatro años que llevan en Ceuta han conseguido una integración y han gozado, incluso, de ofertas de trabajo que no han podido llevarse a cabo por las trabas burocráticas existentes.
“Nunca hemos tenido problemas con ellos, son personas civilizadas que se ponen a las puertas del centro comercial, ayudando en el transporte de los carros o llevando las bolsas de las personas mayores hasta sus coches”, indica un responsable de uno de los comercios del centro Parque Ceuta. Como él hay otros que se suman a este tipo de reflexiones. “Son personas que participan, humildes, sencillas, nunca han creado problemas. Es más se encargan incluso de mantener limpia la zona, retirando, por ejemplo, los carros que algunos dejan por medio o ayudando a que la gente pueda llegar hasta los taxis”, añaden.
Eroski, el centro comercial, San Pablo... son sus puntos de ‘trabajo’. Allí, desde hace años, se apostan los indios realizando unas tareas que obtienen como respuesta algún incentivo económico. Sólo si se tercia. “Ellos no piden nada, si la gente les da algo, bien... si no, nunca han protestado ni rebatido, tampoco se han metido en follones. De hecho nadie les ha denunciado ni han acosado a las personas que vienen hasta aquí como sí nos ocurre con otros inmigrantes”, indican a las puertas del Eroski.
Los puestos que ahora tienen los indios los heredaron de los ‘bangla’, otro colectivo que trabajó duro para intentar integrarse en la ciudad y que ahora se encuentra en Barcelona. Un poco más alejados, en Madrid, se encuentran los compañeros de estos últimos 20 indios del monte. Se ganan la vida con trabajos después de haber conseguido un traslado a la península, iniciando un camino que deberían haber seguido los demás. Eso es al menos lo que se les prometió, que poco a poco irían saliendo según su antigüedad. Por eso, entre otras cosas, se suspendió la acampada solidaria que iban a llevar a cabo. Ahora les tocaba a ellos pero la visita de diplomáticos de la India, encabezados por el cónsul, se ha convertido en una especial amenaza. Quizá la única que hoy por hoy pesa sobre ellos. Lo más temido: una deportación a la India.
Lo curioso y a su vez incongruente es que estos indios tienen ofertas de trabajo. Hay comerciantes que quieren hacerles un contrato, regular su situación, favorecer así que puedan rehacer sus vidas. Es imposible. No están empadronados ni se les va a permitir que lo estén. No se les documentará ni podrán optar, estando en Ceuta, a una regulación. Se encuentran así en un limbo que dura ya casi cuatro años y que les ha llevado a permanecer temporadas en el CETI y otras en el monte. Mientras estaban allí colaboraban incluso con la Protectora de Animales e incluso ‘apadrinaron’ varios gatos. Integración es la palabra que define la forma en que estos veinte indios han ido desarrollando su vida en la ciudad, esperando el momento en que les tocara una salida a la península.
Oficialmente nada se ha dicho del futuro inmediato del colectivo tras la visita de los diplomáticos de la India que pretendían identificar a los veinte, trámite que no pudieron llevar a cabo.
Mientras se suceden los mensajes de apoyo y no sólo en Ceuta -procedentes de quienes les conocen- sino también en la península, con acciones sociales promovidas por oenegés y por otras comunidades de hindúes.