En la bula “Ineffabilis Deus”, fechada el 8 de diciembre de 1854, el Papa Pio IX proclamó solemnemente, hablando “ex cathedra”, que la doctrina según la cual la Santísima Virgen fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su concepción ha sido revelada por Dios y, por tanto, ha de ser firmemente creída por todos los fieles. En el próximo 2014 hará, pues, ciento sesenta años de la promulgación, como dogma de fe, de la Inmaculada Concepción de María.
Pero desde mucho antes de ello hay toda una larga historia de devoción y de esfuerzos para que ese dogma se hiciera realidad. Una larga historia en la cual los españoles jugaron siempre el papel más destacado. Aunque fue el beato escocés Juan Duns Escoto quien, a finales del siglo XIII, sentó las bases teológicas de lo que, en definitiva, se convertiría en dogma, fundamentándose esencialmente en la frase “llena eres de Gracia” con la que el Ángel de la Anunciación saludó a María, los españoles ya habían asumido mucho tiempo atrás la defensa de la concepción inmaculada de la madre de Cristo. Tan es así, que en el XI Concilio de Toledo, celebrado el año 675, es decir, nada menos que doce siglos antes de la proclamación del dogma, el Rey visigodo Wamba ya fue titulado como “Defensor de la Purísima Concepción de María”.
A principios del XVII, Miguel Cid, poeta sevillano, compuso, en defensa de lo que entonces era solo devoción, una cuarteta que se convirtió pronto en coplilla muy popular, propalada por toda España por franciscanos y jesuitas. Cuando como estudiante de Derecho residí durante cuatro años en el Colegio Mayor San Juan Bosco, de Sevilla, regido por sacerdotes salesianos, conocí esa copla, que cantábamos con cierta frecuencia en la capilla. Su letra dice: “Todo el mundo en general / a voces Reina escogida / diga que sois concebida / sin pecado original”.
En 1644, anticipándose con mucho a la definición dogmática, el Rey Carlos IV proclamó Patrona de España a la Virgen María con la advocación de la Inmaculada Concepción, y ya en 1892, la Reina Regente Dª María Cristina dictó una Real Orden por la que se declaraba Patrona del Arma de Infantería a “Nuestra Señora la Purísima e Inmaculada Concepción”, en recuerdo al llamado “Milagro de Empel”, un hecho acaecido precisamente el día 8 de diciembre de 1585 en las guerras de Flandes, cuando cinco mil soldados españoles, cercados en un montículo tanto por las aguas como por un enemigo muy superior en número y medios, perdidas las esperanzas pero dispuestos, como dijeron, “a hablar de capitulación después de muertos”, consiguieron burlar el cerco por la noche -tras encomendarse a la Inmaculada- al helarse inesperadamente el agua, lo que les permitió salir sin que fuesen avistados por los centinelas contrarios.
Sin duda alguna, esa constancia de los españoles y esa duradera fe debieron pesar en el ánimo de aquel Papa a la hora de definir el dogma de la Inmaculada Concepción de María. La bula “Ineffabilis Deus”, que lo proclamaba como tal, fue acogida con gran entusiasmo en toda España, Aquí, en Ceuta, al igual que en el conjunto de la Nación, hubo celebraciones, tanto en las iglesias como en las calles, con luminarias y festejos.
Escribo esta colaboración para que sea publicada precisamente el día de la festividad de la Inmaculada Concepción de María, y lo hago además porque me consta la existencia de católicos que con la mejor intención, pero desconociendo su carácter de dogma proclamado por el Papa Pío IX, creen que esta advocación de la Virgen no es más que una mera tradición religiosa sin apoyo ni confirmación alguna. María, madre de Cristo, llena de Gracia, con la que está el Señor y es bendita entre todas las mujeres, fue concebida sin pecado original.